Ya pasó la época de la cosecha. No se ven las hojas grandes de las plantas de sandía que Francisco Olvera siembra. Entre los cerros y las planicies de Oaxaca se reparten las 250 hectáreas que están a su cargo.
“Hace muchos años estuve trabajando en Estados Unidos, cosechando y sembrando sandía. Un día las personas para las que trabajo me dijeron que necesitaban fruta en tiempo de frío, entonces, hubo la necesidad de buscar la forma de surtir a sus clientes. Me regresé a México a comprar sandías y después de un tiempo, entre 1995 o 1997, me puse a producirlas”, dice el productor.
Francisco se encaminó a esta profesión desde que tenía 7 u 8 años porque su papá es campesino, “y uno en la vida va buscando lo que le gusta y lo que sabe hacer”, dice. Hoy tiene 53 años y trabaja desde las cinco o seis de la mañana hasta 10 u 11 de la noche, que termina con sus responsabilidades.
Perfil.Francisco Olvera
Las cosechas de sandía inician en enero. Por lo que tiene que preparar la tierra desde septiembre u octubre. En esa etapa, se dedica a marcar las camas en la tierra, tender el plástico, aplicar cinta en lugares estratégicos y, finalmente, trasplantar.
El ambiente está seco y caliente. Vuelan algunos pájaros y cantan los insectos.
El trabajo en el campo representa retos variados. “Combatir las plagas es uno de los más complicados. También las enfermedades que nos dan por el cambio de temperatura entre los fríos de la mañana y el calor fuerte del día. Dan mucha lata, la verdad”, platica Francisco. “Todos los años pasa algo que no se olvida, esas cosas difíciles que ahí están siempre, como perder toda una cosecha”, agrega.
Por eso “lo mejor que hicieron mis papás fue enseñarme a trabajar con el campo. La lección más importante que me ha dejado el paso del tiempo es que aquí tenemos todo y que esto es todo lo que tenemos. Sin el campo, nadie vive ni come”, afirma Francisco, casi categóricamente. En ese sentido, le desconcierta que la gente no sepa lo importante que es el campo para todos, y no sólo para los campesinos.
“Cuando amarra la fruta y da, uno duerme contento”.
El cambio climático ha modificado la forma en la que el Francisco trabaja porque la producción se ha hecho mucho más complicada, incluso, cuando cuentan con mejores agroquímicos y semillas que antes. “Hace unos años, sin aplicar nada, producíamos mucho más”, afirma.
Ese fenómeno ambiental ha traído otras consecuencias para Francisco, el año pasado, “después de que empezó a temblar ya casi no se veían abejas; no sé si eso las alejó. Lo malo fue que como no había abejas, no hubo fruta. Fue hasta después que llegaron otra vez, que la fruta amarró y se dio bien”.
El papel de las abejas en el campo es central “si no hay abejas no hay polinización y sin polinización no hay nada”. Por eso Francisco considera que se deben de usar “mejores agroquímicos que no las perjudiquen. Los que usamos nosotros están hechos para atacar a cada tipo de plaga, sin dañar a los polinizadores”.
Por lo pronto, “no tengo mucha visión a futuro porque trabajo para la empresa y yo sólo me concentro en producir sandías, ellos deciden si se siembra más o menos. Si no quisieran sembrar yo me dedicaría a producir un poco menos de manera independiente”, platica bajo la sombra de su sombrero.
“Uno siempre se pasa pensando que uno hace todo lo que pudo, pero que hay cosas que están fuera de de nuestro alcance. Incluso cuando se ha cuidado a la planta y se le ha dado todo, de todas formas algo sale mal. Por eso, lo que más satisfacción me da es cuando salen bien las cosechan y con las ganancias se alcanzan a cubrir todas mis necesidades”, puntualiza Francisco.