¿Qué puede salir mal cuando decides hacer la locura de irte desde Ciudad de México a Monterrey para ver a Bad Bunny? Al parecer esta vez… todo. Cuando los boletos de los conciertos salieron a la venta no consideré la opción de comprarlos porque no soy la gran fan, pero aceptar la invitación de un amigo de Guadalajara que no veo hace años me pareció una buena oportunidad para tomar la aventura.
Un par de semanas antes compré un vuelo a Monterrey redondo que salía el viernes por la tarde. Costó poco más de 3500 pesos. Pagué por el seguro de cancelación, pero eso sí… no leí las letras chiquitas.
Mi vuelo de regreso era el lunes a las 6:00 am. Perfecto para llegar directo a trabajar. No había fallas en mi lógica. Contemplé todo… menos que mi avión nunca pudiera aterrizar y que quedaría varada por más de 15 horas en distintos aeropuertos.
Estaba en la sala de abordar a las 5:55 para el vuelo 1138 de Viva Aerobus. Todo estaba en tiempo para despegar a las 6:30. Pero la organización del AICM tiene muchas áreas de oportunidad (por decir lo menos), y como en la fila para las tortillas, mi avión finalmente despegó a las 7:00 PM de la noche. Tenía hambre, pero mi amigo llegaba de su vuelo proveniente de Guadalajara tres horas más tarde. Podía cenar con toda la calma del mundo mientras lo esperaba.
Después de una hora con veinte vi un gran cúmulo de luces y el avión comenzó a descender mientras se adentraba en una gran nube, no parecía haber nada raro y así pasaron más de 10 minutos... bajábamos, pero nunca pisamos tierra, hasta que con un movimiento brusco el avión se elevó de nuevo y no tuvimos noticias de qué pasaba hasta después de 15 minutos:
“No pudimos aterrizar en Monterrey por un banco de niebla y volaremos a nuestro alterno en San Luis Potosí para recargar combustible y esperar para poder volar de nuevo a Monterrey”.
Debí saber que ese era el comienzo de un martirio. Aterrizamos a las nueve de la noche y no podíamos bajar del avión porque Viva no tiene permisos de operación en San Luis Potosí, así que nos quedaríamos en nuestros asientos. Tomé las cosas con humor cuando le escribí a mi mamá y a mi amigo para avisarles. Asumí que no tardaríamos demasiado, pero tenía hambre. Así que pedí un Panini al sobrecargo, y sorpresa: ya no traían comida más que papitas y jugos.
Ahí nos dejaron sin comida durante varias horas, y no era la única con el estómago vacío: una mujer viajaba con sus dos hijas adolescentes a casa después de un torneo deportivo y un hombre llevaba más de 20 horas viajando desde Japón, está era su última conexión.
Las horas pasaron y no había noticias. Algunos pasajeros comenzaron a hacer una especie de motín pidiendo hablar con el Capitán, todo comenzaba a parecerse a una película y yo evité enojarme gracias a que la mujer que viajaba con sus hijas me regaló una pieza de pan chilango que le llevaba a su marido y que calmó mi hambre. No miento. No sentí remordimiento por ese hombre que se quedaría sin pan.
Casi a las 12 de la noche el capitán tomó el micrófono para informarnos que volaríamos a Guadalajara y ahí podríamos bajar del avión y esperar. Le llamé a Antonio, mi amigo. El plan no parecía estar tan mal porque su vuelo ya estaba retrasado y podríamos esperar ahí juntos hasta que pudiéramos viajar a Monterrey. Pero eso tampoco pasó.
Pasamos cuatro horas en San Luis Potosí para que al final termináramos volando de regreso a Ciudad de México a la una de la mañana. Parecía irreal. En ese momento algunos pasajeros decidieron bajar del avión ahí y continuar su viaje por 8 horas vía terrestre hasta Monterrey. Al final me enteré por Twitter que iban al concierto del sábado y sí llegaron.
Aterrizamos en CdMx a las 2:10 de la mañana y la tripulación nos informó que volaríamos aproximadamente a las 6 de la mañana. Gran mentira.
Entregaron las maletas documentadas y esa fue la última vez en más de 8 horas que supimos algo de nuestro vuelo. A pesar de la incertidumbre, aún creía que volaría lo más pronto posible y busqué un lugar donde cargar mi teléfono. Entonces descubrí que el caos comenzaría a hacerse más grande: un hombre llevaba desde la una de la tarde intentando viajar a Monterrey por Viva Aerobus y ya le habían retrasado tres veces su vuelo. Hasta las 4 de la mañana tenía la indicación de que volaría a las 6:00 am.
Si su vuelo salía antes que el mío, no había manera de creer que yo saldría antes. A las 5 de la mañana ya había al menos 6 vuelos varados de distintas compañías. Una señora con urgencia de viajar compró un pasaje nuevo con Viva después de que le cancelaran su vuelo en Aeroméxico. Fracaso total. Habíamos cientos de personas varadas, y después de 9 horas sin solución era imposible que nos pidieran paciencia.
Explotó el caos: llenamos el mostrador de Viva Aerobus exigiendo una solución, pero nadie de los tres empleados de la aerolínea pudo resolver algo. Empezaron los gritos y las amenazas de un boicot. Y nada… un silencio enorme hasta que media hora después nos informaron que nuestro vuelo estaba cancelado, sin más. Sin devoluciones y sin reprogramación.
No había manera de agachar la cabeza y aceptarlo. Habíamos pagado por un servicio. Decidimos ir a la puerta de abordaje 5 para impedir un vuelo y así obligar a la empresa a darnos una solución. Eran cerca de las 6 de la mañana y cuando llegamos yo me sentía en una película cometiendo un golpe de estado, pero el boicot no salió cómo hubiéramos esperado, pues faltaban unos minutos para que iniciara el abordaje cuando se informó que no se habían podido restablecer las operaciones en Monterrey, y ahora el aeropuerto de la Ciudad de México también suspendía temporalmente sus vuelos por niebla.
Colapso total. Decenas de vuelos a todos los destinos comenzaron a ser cancelados. Las salas llenas. La niebla a la vista por los ventanales. Aviones parados. La desesperación, el enojo, la rabia, el hambre y para variar… también el sueño.
La misión comenzaba a parecer imposible para mí, pero aún me veía llegando triunfal al estadio BBVA el domingo para ver a Bad Bunny… y no era la única. Mis compañeros de vuelo y yo comenzamos a buscar opciones. Volar a Saltillo o Reynosa y completar el viaje a Monterrey en carretera. Volar de Toluca o del AIFA… pero cualquier opción parecía una odisea cada vez menos posible. Vuelos sencillos en más de 5 mil pesos, retrasos de horas y sin certeza de que la niebla diera tregua ni en Monterrey ni en aeropuertos cercanos.
Para las 8 de la mañana Viva Aerobus por fin informó que los vuelos a Monterrey se restablecerían hasta las 6 de la tarde del sábado. Pero no había certeza de que pudiéramos viajar e irían acomodándonos en los vuelos conforme a disponibilidad. Esta misión comenzaba a fracasar.
Para esa hora ya había lanzado muchos insultos, no había dormido en toda la noche, no había certeza de nada y la niebla no cedía en ningún lado. Para variar el vuelo de Antonio en Guadalajara también había sido pospuesto hasta las 2 de la tarde del sábado, pero no era seguro que ocurriera.
Estaba cansada, harta y decepcionada. A las 9:30 am decidí ir a casa derrotada, pero al menos con la seguridad de que podría descansar después de que la aerolínea por fin me aseguró que podía pedir mi reembolso. Me despedí de los amigos regios que se convirtieron en mis compañeros de martirio y me fui.
Tardé una hora con atención a clientes en el teléfono y solo faltaba una última confirmación para el reembolso cuando me colgaron ‘inesperadamente’. Durante los tres días siguientes insistí y le conté mi caso a tres diferentes agentes de Viva Aerobus que después me colgaron. Nadie me resolvió la devolución y de hecho, después de muchos intentos ya nunca me contestaron el teléfono. Profeco tampoco me dio una solución ni me apoyó en nada.
Hablé con Antonio. Decidimos desistir y vender los boletos del concierto. No pusimos una cifra en específico, pero nos ofrecieron un precio casi tres veces más alto del que pagamos por ellos… Una locura que estemos dispuestos a pagar tanto por un concierto.
Mantuve el contacto con algunos compañeros de vuelo regios, y al final supe que lograron volar hasta las 8:00 PM del domingo. El lunes por la mañana el aeropuerto de Monterrey de nuevo tenía complicaciones por niebla. Así que jamás hubiera llegado al concierto y tampoco hubiera podido regresar a Ciudad de México a tiempo cómo tenía planeado.
Perdí cerca de 5 mil pesos de los cuales la aerolínea no compensó un peso ni me dio solución alguna. De hecho, se desentendieron. El mío no fue el único caso. Muchos de los que quedamos varados teníamos como objetivo el concierto. Decepción y frustración en todos los sentidos.
Analice durante toda la semana si valía la pena gastar de nuevo en un boleto para verlo en el Estadio Azteca. Pero comprar en reventa es alimentar un pez gordo ilegal que se beneficia de la desesperación de los fanáticos y que lastimosamente seguirá siendo una mafia difícil de erradicar, en tanto las autoridades no investiguen cómo es debido la forma en la que los revendedores logran obtener tantos boletos que se venden en preventas “exclusivas “ y obligando a los ‘mortales’ a comprar entradas a sobreprecios que se van al cielo.
Un boleto puede llegar a costar hasta 590 mil pesos para los conciertos de este fin de semana en CdMx, y aun así nadie te garantiza que no se trate de un fraude con un boleto falso o sobrevendido por Ticketmaster.
Al final ver a Bad Bunny resultó ser una misión fallida que deja al descubierto la saturación de un aeropuerto que cada vez está más cerca de colapsar, el nulo protocolo de algunas aerolíneas ante eventualidades climáticas, lo fácil que es deslindarse de sus responsabilidades con sus usuarios dejándolos varados, y la mafia de la reventa ilegal que cada vez resulta menos insostenible para los consumidores cuya recreación jamás debería ser a costa del abuso y enriquecimiento de un grupo que opera en la clandestinidad descarada ante los ojos de las autoridades.
grb