La migración de la mariposa Monarca no solo es importante como fenómeno natural, sino también como un medio de sustento para los pobladores cercanos al santuario que se encuentra en los límites del Estado de México y Michoacán.
Ambrosio Martínez, quien estudia actualmente el primer año de secundaria, se prepara desde abril a noviembre para ser guía en el santuario y apoyar a su familia, no solo económicamente, sino conservando la tradición de su padre y abuelo de proteger a la mariposa que, de acuerdo con el adolescente, es para ellos “un regalo de Dios”.
De esta manera, la temporada de noviembre a marzo se vuelve importante para las familias de alrededor de la Sierra Chincua, porque el ingreso que reciben del turismo es su principal sustento.
El guía
Con tenis, jeans y camisa de cuadros, Ambrosio camina orgulloso de ser guía, indicando al visitante el sendero del santuario y explicando las reglas que debe seguir para el recorrido.
“No usar flash, no correr, no gritar, porque, aunque no escuchan, perciben con sus antenas los movimientos y se pueden espantar y alejarse de la reserva”, explica mientras se acomoda su mochila roja donde carga el libro de conocimientos de la mariposa Monarca que el comisario ejidal les proporciona a los guías.
“Cada año el comisario vende libros para que el que quiere ser guía, aprenda, uno se tiene que preparar”, expuso.
Con la sencillez con que un niño se expresa, Ambrosio comparte sus conocimientos estudiados durante el año sobre la mariposa y los que viven en las inmediaciones. En Sierra de Chincua “hay 36 ejidatarios, con sus respectivos puestos de comida o artesanías en más de 300 hectáreas que comprenden este santuario”, explicó.
Durante esta época, realiza alrededor de dos viajes como guía que le permiten tener un ingreso para su hogar de 300 o 400 pesos por día. “La propina es voluntaria”, destaca.
Su padre y hermano también se dedican en esta temporada a ser guías; su madre y hermana rentan un restaurante para vender comida durante la época de la migración.
Ambrosio se muestra alegre con los 23 grados centígrados que registra el celular, porque con el Sol la mariposa despierta de su letargo y el turista puede verla volar; de lo contrario comenta, “con el frío se pega a los árboles y a veces vienen de tan lejos y no ven nada. La mariposa se alimentan del néctar de las flores y de los nacimientos de agua, pero con el frío se duermen en el oyamel, cierran sus alas y así permanecen”.
El oyamel, agrega el guía, es un árbol húmedo que desprende una resina la cual sirve de alimento para las mariposas.
La mejor temporada para verlas es en febrero, porque comienzan a despertar, aunque también es asombroso ver los árboles repletos de ellas durante diciembre y enero, cuando se dedican a descansar.
La leyenda
Ambrosio roba el interés de todos relatando que, según la leyenda, los primeros días en que comenzó a visualizarse la mariposa Monarca en esa área boscosa de Michoacán un coronel pensó que era una plaga y ordenó a todos a que las mataran. Afortunadamente —agregó el guía— ya era marzo, que es el mes en el que ya quedan muy pocas y se van; sin embargo, los pobladores creen que por ese motivo empezó la disminución de la mariposa Monarca.
Apoyado en los conocimientos que ha adquirido de su libro, el adolescente explicó la diferencia entre macho y hembra: “El macho tiene dos puntitos negros y las hembras tienen sus venas más gruesas y su color es más oscuro, la parte del gusanito, el macho la tiene puntiaguda”.
Agregó que “las alas y la cabeza (de la mariposa) resultan tóxicos para los depredadrores”. Al joven aseguró que le inquieta la falta de leyes en Estados Unidos y Canadá sobre el cuidado de este insecto, cuyo nombre científico (dice de memoria) es Danaus plexippus.
“Las mariposas vienen de Texas, Estados Unidos y Canadá, en Estados Unidos por ejemplo, las compran, son utilizadas para soltarse en bodas, las meten en frascos, las cazan y las encierran para pasarlas a ver; ahí no hay ninguna ley que lo prohíba”, aseguró.
A Ambrosio se le nota la impotencia, la mariposa Monarca es para ellos “algo que Dios nos dio”, porque les da trabajo y los mantiene, motivo por el que no la matan ni la lastiman, al contrario, protegen su hábitat.