En un enorme almacén lleno hasta el techo de plástico, vidrio y periódicos, Sara Samaniego pretende recitar las letras de una canción de rap, vestida con su característico overol azul y trenzas.
Samaniego, de 32 años, está grabando un video para los cientos de miles de seguidores que tiene en Instagram, TikTok y YouTube. Ha ganado premios internacionales, ha colaborado con famosos y la paran por la calle para fotografiarla.
El tema que le ha dado tanta popularidad es el reciclaje. A través de su estética colorida y su alegre personalidad, Sara se ha convertido en la primera influencer del reciclaje de América Latina, atrayendo a una apasionada base de seguidores en la capital de Colombia, Bogotá, educándolos sobre cómo limpiar y clasificar su basura a través de su personaje, Marce, la recicladora.
Su trabajo también ha llamado la atención sobre la comunidad de recicladores informales, a menudo ignorada, que se gana la vida a duras penas canjeando materiales.
Bogotá, como muchas ciudades del mundo en desarrollo, carece de un servicio público para recolectar reciclables en un horario establecido. En su lugar, depende de unos 26 mil trabajadores informales, según Consuelo Ordóñez, directora de la autoridad de servicios públicos de la ciudad.
Las familias recorren las calles rebuscando en la basura que otros dejan fuera de sus casas y negocios, en busca de vidrio, cartón y plástico. Cargan los materiales reciclables en enormes carros con ruedas que arrastran a mano hasta organizaciones de reciclaje o almacenes privados donde canjean su botín. Al final, los residuos vuelven a convertirse en materias primas y se transforman en nuevos productos.
Es un trabajo riguroso y agotador por el que ganan alrededor de 720 pesos a la semana, la mitad del salario mínimo de Colombia.
Los videos de Samaniego, muy vistos, han ayudado a los recicladores a evitar un paso que lleva mucho tiempo, animando a los espectadores a limpiar bien los objetos para poder canjear más.
“La mayoría con los que yo he hablado, son personas, madres, cabezas de familia, padres, superlindos —dijo conmovida Sara—. Ellos se esfuerzan todos los días y van a trabajar con mucho esfuerzo”.
Varios de sus videos tratan de humanizar a una clase de trabajadores que en gran medida es invisible o se mira con desdén.
Organización de apoyo
Un video muestra a recicladores hablando sobre las suposiciones comunes que la gente hace de ellos: “La gente cree que los voy a robar”, dice una mujer. “Las personas piensan que consumo droga”, comenta un hombre.
En el video, Samaniego invita a los espectadores a conocer el trabajo “honrado y digno” de los recicladores. También ha intentado aprovechar su fama para ofrecer ayuda económica.
Durante la pandemia, Sara recaudó fondos para donar alimentos a los recicladores informales, una experiencia que la llevó a crear una organización sin fines de lucro, Reciclando amor, que ayuda a prestar asistencia sanitaria y otros servicios.
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Milena Cantor, de 46 años, es recicladora desde que tenía ocho, y se siente orgullosa de un trabajo que considera que ayuda al medio ambiente, a pesar de los obstáculos que representa poner comida en la mesa para sus tres hijos.
Dijo estar agradecida a Samaniego por educar a los colombianos sobre el reciclaje adecuado. Cuando su hijo sufrió una lesión que le provocó convulsiones, Cantor dijo que Samaniego publicó un video para recaudar fondos para sus medicamentos.
“Marce es una niña muy especial; ella ha ayudado mucho a los recicladores”, aseguró Milena.
El interés de Samaniego por el reciclaje empezó de niña; creció en los suburbios del norte de Bogotá, y pasó mucho tiempo en una zona rural a unas cinco horas en auto de la capital, de donde era su madre. Su padre murió cuando ella era una bebé, y su mamá alquiló una propiedad en el campo para pagar los estudios de sus cuatro hijas.
Durante las vacaciones en el campo, no había recogida de basura, así que la familia Samaniego la quemaba, una práctica habitual en muchos países en desarrollo. El humo negro que se elevaba en el aire siempre le impactaba: “Yo no sabía mucho, pero sí suponía que eso debía ser malo”, recuerda Sara.
Años más tarde, mientras estudiaba Comunicación en una universidad privada de Bogotá, tuvo que hacer un documental para una clase y decidió centrarse en la basura. Así conoció a los recicladores informales y sus luchas.
“Me cambió esa perspectiva y quería que, así como a mí me mostró una realidad que yo desconocía, quería enseñarle esa realidad al mundo”, compartió.
Después de graduarse, creó una agencia de marketing digital y a menudo charlaba con los recicladores fuera de su oficina, preguntándoles cómo debía lavar y clasificar los materiales para ellos.
Eureka
Un día, recordó, estaba viendo un video viral en YouTube pensando para sí misma: “La gente ve mucha basura”; se asomó por la ventana y vio a un reciclador rebuscando en la basura.
Fue su momento eureka: “Se unieron las dos ideas: ¡necesitamos un reciclador youtuber!”. Su primera idea fue encontrar uno que apareciera en los videos que ella haría, pero cuando trató de acercarse a posibles sujetos, descubrió que muchos eran desconfiados, no les gustaban las cámaras o estaban demasiado ocupados para comprometerse.
A continuación, convocó un casting para actores. Pero cuando en las audiciones les pidió que interpretaran a un reciclador, muchos se inclinaron por estereotipos feos e interpretaron a un drogadicto. Al final, un amigo le dijo: “Sara, la persona que estás buscando eres tú”.
Se dedicó a investigar su nuevo papel. Durante tres meses acompañó a los recicladores en sus rutas, acribillándolos con preguntas.
Así nació el alegre personaje de Marcela, o Marce, con una historia basada en las personas con las que había pasado tiempo: es recicladora desde niña, como sus padres; vive con su novio, Hernando. Es simpática, familiar y trabajadora.
El 13 de mayo de 2019, Samaniego subió su primer video, enseñando a los espectadores qué artículos poner en las bolsas de basura blancas (reciclables) y cuáles en las negras (no reciclables). Su cuenta no tardó en despegar y pronto empezó a recibir llamadas de medios de comunicación locales.
Pero muchos seguidores no se daban cuenta de que Marce era un personaje: pensaban que era una recicladora de verdad. En aquella época, se pintaba los dientes para que parecieran picados y vestía “la ropita rota, cochina”. Dejó de hacerlo.
“Yo quise hacer un personaje que impactara, que concientizara —explicó Sara—. No era como una estrategia de engaño, sino de meterse en los zapatos del otro”.
La mujer detrás de Marce vive en los suburbios del norte de Bogotá, donde su estudio-ático cuenta con paredes decoradas con botellas de plástico y periódicos reciclados. Elige entre un montón de overoles, se trenza el pelo largo y se pone una gorra de béisbol y unos pendientes hechos con lengüetas de latas de refresco.
Un día de septiembre, pasó de ser una profesional del marketing digital a una animada recicladora. Esbozó una gran sonrisa y habló con una alegría juguetona e infantil.
En el almacén donde Samaniego estaba grabando su video, Blanca Usa, de 57 años, cortaba los envoltorios de las botellas de plástico. Lleva nueve años trabajando allí clasificando materiales reciclables; los artículos llegan mucho más limpios que antes, una mejora que atribuye a Samaniego.
Gina Villabon, maestra de La Cascada, un pueblo rural a unos 321 km al sur de Bogotá, descubrió a Marce durante la pandemia, cuando buscaba formas de interactuar virtualmente con sus alumnos para una unidad sobre el medio ambiente.
“Ella fue nuestra inspiración —dijo Villabon—. Los niños conocen muy bien el código de color y desde las casas están haciendo un esfuerzo de separar la basura. Y eso lo hemos aprendido de Marce”.
c.2024 The New York Times Company