Cuenta la leyenda que… Hace muchos años en uno de los callejones de la ciudad de Guanajuato, para ser precisos en de la calle Alameda vivía una viejita que sobrevivía de las limosnas que recibía de los visitantes a la ciudad, la ancianita tenía un pequeño nieto que le hacía compañía pues vivían el uno para el otro en un pequeño tejaban.
La viejita vivía con la preocupación de que, si se moría, el pequeño se quedaría solo y desamparado, había noches en que no podía dormir pensando en ello. En una ocasión el niño enfermó gravemente, y la mujer desesperada no hacía más que llorar y rezar, pidiéndole a Dios que no se llevara a lo único que tenía.
Después de un momento de silencio en la oscuridad, se le apareció la Muerte diciéndole, estaba dispuesta a dejarle a su nieto, pero con la condición de que la mujer le entregara sus ojos; sin pensarlo, la anciana aceptó y se quedó ciega.
Un tiempo después, fue ella la que enfermó, el niño le preguntaba a quién debería rezar, a quién debía encomendarla para que no fuera a morir y a dejarlo solo.
Después de un rato se quedaron dormidos y, en el sueño, la anciana volvió a ver a la Muerte, quien le anunció que venía por ella, la viejecita le suplicó que la dejara un tiempo más, y la Muerte le dijo que lo haría a cambio de los ojos del niño, pero ella no aceptó porque no quería que el pequeño sufriera.
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La Muerte le dijo entonces que lo único que podía hacer era llevárselos a los dos para que estuvieran juntos para siempre. La anciana aceptó, pidiéndole que lo hiciera en ese momento para que el niño, que estaba durmiendo, no sintiera nada.
Y así fue, la Muerte se los llevó a los dos y justo en ese momento, los vecinos oyeron el doblar de las campanas, de una manera tan misteriosa, que su sonido no se parecía a ningún otro.
Una vecina quien presenció lo que pasó, corrió la voz de que había sido la propia viejecita quien había pedido a la Muerte que se los llevara juntos, para no padecer más.
Con el tiempo se dijo que la Muerte se aparecía frecuentemente por ese callejón y que se le veía por las noches, como una sombra, cerca de aquel cuartito; después a petición de los vecinos, el cuartucho aquel fue derribado, con el objetivo de levantar allí una capillita en donde se veneraría al Señor del Buen Viaje, en recuerdo de aquel suceso.
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