El distinguido comensal de La Bombilla

EL ÁNGEL EXTERMINADOR

Guillermo Chao Ebergenyi ofrece una de las mejores reconstrucciones de los sonados acontecimientos ocurridos dentro del restaurante, en su hoy relegada novela "Matar al manco" (Diana, 1993).

Al interior, los meseros estaban listos para iniciar su labor. (Especial)
Arturo Reyes Fragoso
México /

Los atractivos de San Ángel incluyen los resabios de la campirana atmósfera que lo caracteriza desde que era un pueblo aledaño a la capital del país, así como el parque de La Bombilla, engalanado por el monumento diseñado por Enrique Aragón Echegaray para exhibir, hasta finales del anterior milenio, la muestra más representativa del morbo patrio: el amputado brazo derecho del presidente Álvaro Obregón guardado dentro de un frasco de formol.

Noventa años atrás, aquella edificación estilo faraónico-estalinista era antecedida por el restaurante que le da nombre al lugar, edificado en parte de los antiguos huertos del aledaño convento carmelita; lucía extensos jardines, árboles, pintorescos quioscos y hasta un bucólico riachuelo salvado por un rústico puente, según lo describen José L. Juárez López y Víctor M. Martínez Ocampo en un artículo alusivo de Relatos e historias en México. Socorrido lugar de los broncos políticos locales forjados al calor de la Revolución para sus convites, como el realizado el 17 de julio de 1928 en honor del personaje electo para despachar en Palacio Nacional —luego de modificarse la Constitución para permitirle regir los destinos de la nación por segunda ocasión—, y ser eliminados Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez, compañeros de armas y contrincantes electorales, tras sendas intentonas de alzamiento armado.

Guillermo Chao Ebergenyi ofrece una de las mejores reconstrucciones de los sonados acontecimientos ocurridos dentro del restaurante, en su hoy relegada novela Matar al manco (Diana, 1993): pasada la una de la tarde de aquel día, llegaría a la entrada del restaurante un Packard con Obregón acompañado de Aarón Sáenz, quien fungía como primer secretario del Centro Director Obregonista; Arturo H. Orcí, abogado consultor del general sonorense, y Federico Medrano, líder de la bancada organizadora del banquete. Le sigue otro vehículo de donde bajan el general Ignacio Otero, el coronel Juan J. Jaimes y Homobono Márquez, los principales ayudantes del presidente (re)electo. Entre la comitiva que los aguardaba estaba Emilio Casado Medrano, inmigrante originario de Bilbao y propietario del establecimiento, “quien sufría al ver llegar al comensal de honor sin que apareciera la orquesta de Esparza Oteo, contratada para amenizar el banquete”, lo cual generó sus súplicas a uno de los ayudantes de Obregón para demorar su ingreso al salón y darle tiempo a la orquesta de llegar; el general sonorense bromearía: “Los que estamos aquí sabemos comer sin música”.

No obstante, condescendió en alargar su paseo por los jardines del restaurante, agradeciendo en el fondo la demora. “Obregón había intentado diferir el compromiso, pues esa tarde debía entrevistarse con el embajador de Estados Unidos, señor Morrow, y se sentía un poco indispuesto del estómago; pero la presunta diputación guanajuatense era de las más numerosas de la Cámara de Diputados y prefirió no incurrir en algo que fuera tomado por sus anfitriones como un desaire”, consigna Chao Ebergenyi (1946).

Al interior, los meseros estaban listos para iniciar su labor. Todos eran de origen asturiano, como su patrón. Una vez que Obregón pasó al salón comedor seguido de una treintena de comensales, el anfitrión se trasladó a la cocina para comprobar que todo estuviera listo: la sopa, colocada en cinco soperas de latón niquelado, el cabrito al horno, los frijoles refritos que lo acompañarían y el pastel de chocolate que remataría el banquete. Para abrir boca, los invitados dispondrían de trozos de queso fresco, tiras de cecina y, en atención a los gustos impuestos por los revolucionarios norteños, tortillas de harina de trigo para taquear.

Casado Medrano escribió el nombre de cada invitado en las tarjetas colocadas en sus lugares, en las que también se leía: “Recuerdo del homenaje que la presunta representación guanajuatense en la xxxiii Legislatura del Congreso de la Unión ofrece al C. Álvaro Obregón, Presidente Electo de la República. México, 17 de julio de 1928. La Bombilla, Restaurant. San Ángel, DF”.

Una vez instalados los comensales a la mesa, el dueño del establecimiento realizó “una señal aprobatoria con la cabeza y los meseros tomaron las grandes soperas para dirigirse rápidamente al salón comedor; situáronse a espaldas de las tres alas de servicio e iniciaron su trabajo en cuanto Casado dio su aprobación para que Vicente García sirviera al general Obregón”.

Dicharachero, el agasajado departía con Aarón Sáenz y Federico Medrano, sus vecinos de asiento, el segundo colocado del lado del muñón de su brazo derecho arrancado por una granada villista durante la batalla de Santa Ana del Conde, 13 años atrás.

A las 14:10 llegaría a La Bombilla una persona no contemplada entre los invitados. Tenía 28 años de edad, un cuaderno de dibujo en las manos y, escondida entre la ropa, una pistola automática Star calibre 32 con la que, diez minutos después, perpetraría el más sonado magnicidio de la historia nacional. Su nombre es de sobra conocido: José de León Toral.

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