La fila de personas en la calle Álvaro Obregón, el irremplazable puesto de hochos y el ruido como de olas de los autos transitando por Salamanca, eran sinónimo de una breve espera que deparaba grandes emociones a quienes se reunían ahí para, apenas marcadas las diez de la noche, adentrarse en las fauces de El Imperial, ese club que se volvería una de las mejores opciones para los melómanos noctámbulos de una de las ciudades más grandes del mundo.
Su lobby oscuro con pequeñas lamparitas art-decó era el limbo previo a lo que aparecería tras la cortina: un salón de tamaño medio con piso bicolor, un enorme candelabro lleno de luces que se reflejaba en un espejo al fondo de la barra y un escenario rodeado por encajes y terciopelos carmesí.
El Imperial era elegante, bonito, pulcro. No tenía ese aspecto underground ni industrial de antecesores noventeros como Rockotitlán, el LUCC o el Rock Stock, pero sí contaba con una buena variante: por lo regular, los conciertos se escuchaban muy bien. Y otro plus: si no te gustaba el toquín o cuando acababa seguías con ganas de bailotear, podías subir a El Room, un espacio independiente constituido por dos salones en donde dj’s hacían de las suyas hasta las tres de la madrugada.
Además, nuevas y viejas generaciones de músicos, grouppies, amigos y periodistas podíamos acceder a los camerinos, con su máquina de pin-ball, sus asientos bajitos, una pequeña barra y una cubeta plateada siempre llena de cervezas bien frías para armar un after con todas las de la ley antrera.
Era, el de El Imperial, ese espacio que necesitábamos quienes hemos habitado la noche de Ciudad de México siempre en busca de una guarida donde poder vivir la intensidad del desvelo más precioso: aquel que se vive lleno de música… hasta que el pasado 7 de julio, la historia llegó a su fin.
DE TROKER A SILVERIO, PASANDO POR EL CRISTIAN
Platico con Jorge E. González Ayala, escritor, promotor cultural y de espectáculos pero, sobre todo, amigo querido y compañero de innumerables correrías. Me recuerda que el club se inauguró el 21 de mayo de 2008 bajo su batuta y la del músico y compositor Atto Attie.
“Nuestro objetivo era generar un espacio para que las bandas tocarán en vivo de una manera completamente profesional. Un lugar digno para escuchar conciertos en las mejores condiciones posibles, tanto para los músicos como para el público. Fue un orgullo ver cómo nuestros años de experiencia en la industria musical florecían en un espacio que sonaba y se veía bien. Hicimos promoción de alto nivel y con el paso del tiempo incluimos la transmisión de los conciertos, creando nuestro propio canal de televisión por internet. Fuimos los primeros en México en hacerlo”, cuenta.
Por el proscenio de El Imperial pasaron prácticamente todos los grupos de la escena nacional y muchos de la internacional, quienes se adueñaban del sitio, enamorándose de toda esa gente que ahí se sentía como en casa (pero una donde, bajo el cobijo de la oscuridad, lo mismo se podía bailar como chicle que hacer el slam). Jorge confiesa: “El lugar era pequeño y no teníamos gran presupuesto, pero gozamos siempre de muy buenos resultados. Además, la cantidad de amigos que hice y todo el cariño que recibí, nadie me los quita”.
Cada año organizaban 240 eventos “y cada noche se cuidaba que las bandas y el dj tuvieran que ver o fueran una mezcla atractiva para el público. Hacíamos homenajes y fiestas. Hubo de todo: por ejemplo, Silverio se convirtió en un clásico, pero Troker, que es más un proyecto de jazz, también lo llenaba, así como todo lo que te puedas imaginar en medio de esos géneros. Desde la primera tocada de Rey Pila o Reyno hasta los aniversarios de La Unión y Café Tacvba, sin olvidar a Molotov e Illya Kuryaki juntos, con un palomazo de Cristian Castro. ¡Imagínate!”, me dice y no puedo evitar rememorarlo con sus ojos verdes brillando en ese sitio donde él, mejor conocido en el bajo mundo como El Chamuco (Chamu, pa’ los cuates), siempre nos abrió sus puertas con una gran sonrisa.
Uno de los momentos más difíciles para El Imperial tuvo que ver con el terremoto del pasado 19 de septiembre. Jorge cuenta que el edificio de enfrente colapsó “y nos convertimos en albergue durante dos semanas, las 24 horas del día”, demostrando que la música une, pero también la solidaridad. Además, claro, de la creatividad y, muy importante en este tipo de negocios, la libertad: “Creo que ayudamos a profesionalizar este tipo de espacios, a promover talento nuevo que luego hizo carreras muy importantes, y nos dimos el lujo de hacer experimentos, de darle espacio a bandas de otras generaciones y géneros. Es muy complicado abrir un centro nocturno en México. Hay que ser buen administrador, resolver mil cosas todos los días, cumplir con todo lo que te piden para operar legalmente y en paz, pero vale la pena promover la cultura en general porque eso alimenta el alma del país más que la palabrería de todos los políticos que me puedas mencionar”.
UN DIGNO ADIÓS
El pasado 21 de junio celebré mi cumpleaños en El Imperial. No era el primer año que lo hacía pero resultó especial, pues la pachanga estuvo musicalizada ni más ni menos que por el mítico autor de la novela Trainspotting, Irvine Welsh, quien es también un enorme dj. Aquella noche recordé muchos momentos vividos ahí y me sentí dichosa. Casi dos semanas después, Jorge me invitó al festejo por diez años de vida, al cual no pude ir. Un par de días después, me enteré que había sido la última noche que el club abrió sus puertas. El shock no fue mío únicamente: en las redes sociales se compartieron innumerables mensajes de despedida y de reconocimiento a sus propietarios.
¿Por qué tomaron esa decisión? “Pensamos que el décimo aniversario era una gran oportunidad para cerrar un ciclo de la mejor manera. El terremoto y los cambios generacionales estaban afectando la asistencia, así que decidimos cerrar para salir como entramos: por la puerta grande”, explica González, cuyos planes son “descansar un poco para luego continuar haciendo proyectos culturales. Vamos muy bien con la Orquesta 24 Cuadros, comandada por Atto Attie. Hay tocadas en toda la República y sus videos han estado ganando reconocimientos internacionales, lo que nos llena de orgullo”.
Antes de despedirse, el Chamu dice: “A todos los que nos acompañaron en esta aventura que fue El Imperial, ¡gracias, gracias, gracias!”. Entonces soy yo quien les agradece a él y a Atto, a nombre mío y de todos mis compañeros, por regalarnos tantas noches de ensueño musical.
El Imperial: feliz final de una era
EL ÁNGEL EXTERMINADOR
Huérfanos de espacios para escuchar buena música alternativa en vivo, hace diez años los chilangos encontramos un club que se transformaría en nuestra casa hasta hace unas semanas: El Imperial.
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