Tania y su familia tenían una vida antes del covid, una que no volverá. El virus entró a su casa sin que nadie se diera cuenta, los infectó, les dejó una pérdida irremplazable y el miedo contra el que luchan todos los días.
Después de permanecer semanas en el hospital y de haber visto morir a su prima, recuperar lo que ella solía ser, reconoce, es un reto.
Y no es para menos: ocho miembros más de su familia se infectaron de covid-19, seis de ellos terminaron en el hospital, algunos intubados debido a las complicaciones por padecer otras enfermedades, mientras sus hijas y esposo fueron asintomáticos.
Lo más duro para Tania fue la muerte de Karla, esposa de su primo, quien creen que se infectó cuando llevó a su marido al hospital, cuando presentó síntomas del coronavirus y ya no podía respirar.
"Ve con ese médico, es bueno"
La incertidumbre de saber si ella misma sobreviviría, dice, no se lo desea a nadie.
Tania no está segura de cómo se contagió. Hacía su vida normal: todos los días iba a trabajar como cajera a un restaurante y hasta ese momento, claramente no había medido el peligro de la pandemia.
Sin embargo, un día, su primo Jorge, quien es su vecino, comenzó con una gripa y cuando ella se sintió igual, su tía le recomendó que fuera con el mismo médico que Jorge porque ya había logrado "levantarlo".
No había por qué dudar. Sacó una cita y acudió a la clínica acompañada de su mamá y de su hija, quienes también presentaban un cuadro de gripa.
La sorpresa fue que el doctor atendía a varios pacientes en un cuartito. Tania nunca supo de qué los trató, pero de lo que sí está segura es que en ese lugar nunca cambiaron las sábanas, a pesar de que varias personas entraban y salían del consultorio.
Lo peor fue que las tres se acostaron en esas mismas camas, sin ninguna medida de higiene.
“Nos puso un suero, pero en la noche me sentí desesperada porque no mejoraba”, recuerda la mujer.
La situación parecía complicarse y aunque volvió a ir con el mismo doctor, al final optó por llamar a su jefa, quien le mandó un médico a su casa.
Tania recuerda que él tampoco le dio más información, le dijo que "no era nada” y sólo le recetó enjuague bucal, aspirinas efervescentes y un jarabe. Pero del otro lado las cosas fueron muy distintas y poco éticas.
"¿Sabes qué?, tu trabajadora dio positivo"
Tania acusa al médico que la revisó de romper la ética profesional, pues al salir de su casa, le llamó a su jefa para decirle que tenía coronavirus.
Recuerda que le escribió en el chat de Whatsapp del trabajo y todos sus compañeros se enteraron, incluso antes de que ella misma lo supiera.
Las alarmas del covid se encendieron por primera vez cuando supo que esa madrugada se habían llevado a su primo Jorge al Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER) porque había empeorado y ya no podía respirar. Horas después, regresaron por su tía, quien también presentaba síntomas graves.
Todos lo sospechaban, pero nadie se atrevía a decirlo. “A mí no me lleven, yo sólo tengo gripa y tos” seguía insistiendo cuando su familia le dijo que lo mejor era ir también para descartar cualquier cosa.
Su hija evitó mencionar la palabra "covid" por una simple razón: el miedo a enfrentarse con la realidad de que Tania es diabética y eso la hacía más vulnerable.
Tania ingresó al INER a las seis de la mañana. Con el diagnóstico de una neumonía, le pusieron oxígeno y le hicieron la prueba que finalmente resultó positiva. No volvió a ver a sus hijas ni a su esposo en 13 días.
"Yo rezaba cada que gritaban: 'ya llegó otro paciente'"
Durante el tiempo que estuvo internada, Tania vio a enfermos que se negaban a ser intubados e insultaban al personal médico.
Desde su cama fue testigo de una macabra y conocida pasarela: al mismo hospital vio llegar a urgencias a toda la familia de su primo Jorge; primero fue él, luego su esposa, después su hijo y su mamá, tía de Tania, quien ya estaba internada cuando ella llegó. Su tío también tuvo que ser hospitalizado, pero tuvo que ir a otro lugar porque el INER ya estaba saturado.
"No sabes qué dolor tan grande"
Karla, la esposa de su primo, entró al hospital sin ser paciente, con la esperanza de ver una mejoría en Jorge, pero se infectó en una sala de espera y salió de ahí sin vida tras 17 días de una batalla contra el virus que finalmente perdió, a pesar de que, según los informes de los doctores, “iba bien” y sería dada de alta pronto.
Así, sin más explicaciones, no tener la posibilidad de decir adiós es una de las circunstancias más duras que esta pandemia ha dejado.
Tania recuerda que la cama de Karla estaba cerca de la suya, y dos noches antes escuchó cómo se quitó los tubos del respirador y pretendía pararse sola. Según cuenta, el doctor tardó más de 10 minutos en llegar, por eso, aunque ella no estaba ahí cuando murió, asegura que en su familia siempre permanecerá la duda de si todo pudo haber ocurrido por una negligencia médica.
Su sobrino se recuperó en ocho días, su tío en diez, y Jorge, de quien menos esperanzas daban los médicos, logró vencer al covid tras dos meses de estar hospitalizado, aunque sin saber que su compañera de vida había muerto.
El miedo de Tania estuvo ahí en todo momento, pero fue dada de alta en poco menos de dos semanas gracias a que aceptó ser parte de un ensayo clínico con un tratamiento de 13 días que se estaba aplicando a pacientes diabéticos con covid-19.
Finalmente, su tía salió del INER después de más de dos meses con una batalla que aún no acaba, pues ahora enfrenta una larga recuperación por las secuelas del virus y una enfermera la atiende en casa todos los días.
Aun así, el dolor no fue suficiente para medir el peligro: los padres de Karla, tras su muerte, organizaron un funeral y nueve días de rosarios sin sana distancia ni uso de cubrebocas. Días después, se infectaron de coronavirus.
El hermano de Karla, quien se negó a ser intubado, murió el mismo día que ingresó al hospital. El padre también falleció.
Vencer al monstruo del miedo
Tras dos meses de haber vencido al covid, y aun intentando procesar todo lo que ha pasado, Tania regresó a su trabajo a pesar del miedo.
Aún debe hacerse estudios periódicamente para descartar daños posteriores y su historia se la ha reservado porque no quiere que la gente la vea como alguien que puede andar “regando el virus”. Sin embargo, la posibilidad de volver a obtener ingresos porque “no alcanza”, la entusiasma, y contrario a lo que pensó, sus compañeros del trabajo la recibieron con los brazos abiertos.
Ahora se enfoca en su terapia con el psicólogo que le ayuda a lidiar con el dolor y el trauma de haberse encontrado cara a cara con el covid de la forma más cruel, y no pasa un día sin que le dé gracias a Dios porque “a pesar de todo” aquí está.
Ella, como muchos, nunca imaginó que algo así le pudiera pasar. Y es que, a estas alturas, con más de 40 mil muertos en México hasta el 21 de julio, aún parece difícil entender que sólo se necesita un segundo y un descuido para contagiarte o contagiar, un descuido que se traduce en “hubieras” y pérdidas irremplazables con nombres, apellidos e historias que van más allá de un número.