El estudio de los genes avanzó a pasos agigantados en los últimos 70 años. De los 4 mil 600 millones que lleva existiendo la especie, le tomó apenas unas décadas lograr no solo leer la información que resguarda sino también modificarla.
Gemma Marfany, catedrática de genética de la Universidad de Barcelona y Julián Cerón, quien se doctoró en el Instituto de Neurociencia de Alicante explican, desde la FIL Guadalajara, como este hito se alcanzó gracias a la ciencia básica: todo comenzó con el estudio de bacterias, específicamente, en su sofisticado sistema de defensa contra un tipo de virus. Así comenzó CRISPR-Cas9.
“Parecía que era algo muy aburrido y ahora puede que sea el descubrimiento más importante del siglo”, dice Cerón durante su conferencia.
CRISPR funciona como un bisturí y mecanismo de protección a nivel molecular. Cuando una bacteria sobrevive al ataque del virus, este sistema se activa y envía una enzima llamada Cas 9 para “cortar” y desactivar el ADN invasor, memoriza una porción de esa información y la almacena en su propia base de datos genómica. Cuando el virus vuelve a atacar, la bacteria usa lo aprendido para encontrar la secuencia idéntica en el invasor y cortarla con precisión para desactivar el virus.
Al ver el posible potencial, los investigadores de diferentes partes del mundo comenzaron a desarrollar técnicas que permitieron demostrar bioquímicamente que el proceso podía ser utilizado para cortar el ADN con “superprecisión” en cualquier organismo. Con la hipótesis corroborada Marfany plantea: “Tenemos que ser conscientes del poder de esa tecnología. Estamos en una revolución, de lo más importante del siglo XXI al menos en la parte biológica”.
Los alcances aún están por descubrirse, especialmente pensado que “una sola letra en el genoma te puede dejar enfermo, paralizado, matarte. Con CRISPR, en un laboratorio somos capaces de corregir esa letrita ahora. Es algo alucinante”, como dijo Julián Cerón.
Ante el desarrollo en el terreno genético se abren debates y preguntas éticas y sociales respecto a la edición de una estructura que no solo marcará a una, sino a varias generaciones —en caso de tener descendencia— independientemente de si se trata de humanos u otros animales.
Algunas de las preguntas que planteó la doctora Marfany se centraron en el para qué y el cómo. Una primera parte de la resolución implica los acuerdos y leyes que han alcanzado diferentes países. En la mayoría de los casos se suele ver con buenos ojos el de CRISPR como una opción de terapia en casos severos o incurables de salud. Al día de hoy se han aprobado tratamientos (como para la anemia falciforme y la beta talasemia).
También se ha planteado como una potente arma de “mejora humana” tanto en etapa adulta como en embriones, sin embargo, ambas aplicaciones se encuentran totalmente prohibidas en la mayoría de los países.
¿Cuál es el panorama en México? “México, fijaros que para terapia sois bastante indulgentes, vuestra normativa es bastante permisiva, para terapia. Para embriones de momento está totalmente prohibido”, destaca la doctora Gemma, quien es una férrea defensora del uso de CRISPR en productos de cultivo y animales de consumo humano, pues como asegura, el proceso de selección “siempre se ha hecho”.
LHM