Eufrosina Cruz: una madre que rompe los miedos

Indígena zapoteca, mexicana, diputada y madre. Eufrosina Cruz habla de cómo la maternidad la volcó sobre el amor y la responsabilidad.

Eufrosina Cruz es la primera mujer indígena en presidir el Congreso del estado de Oaxaca.
Regina Reyes-Heroles
Ciudad de México /

“Estoy a 15 minutos, pero hay muchas calles cerradas”, me escribió la diputada local, Eufrosina Cruz, a las 13.00 horas. Nuestra entrevista y sesión de fotos estaba agendada en las oficinas de Milenio una hora antes, pero... la Ciudad de México estaba colapsada por una marcha.

Eran tan solo unos cuantos días del cierre de esta edición hubo un par de minutos en los que pensé que nos quedaríamos sin el artículo de portada. ¿Y si no puede llegar?

Nerviosa bajé a esperarla a la puerta. Sobre la calle de Morelos, unos 10 minutos después, mientras yo esperaba ver un automóvil dar vuelta a la esquina, la vi a ella, caminando de la mano de Diego, su hijo de cuatro años, quien venía también a la entrevista. Desesperada por las calles cerradas, Eufrosina se bajó del auto, dejó a su esposo al volante, y caminó con Diego las últimas cuadras.

Las dos subimos nerviosas al elevador, el tiempo apretado siempre cambia los ánimos, pero Diego soltó una carcajada. “Mira mamá, me veo en el espejo dentro del elevador”. Las dos reímos y nos relajamos un poco.

Eufrosina Cruz es una indígena zapoteca mexicana, mamá y diputada. Un listado que hace 10 años nos hubiera parecido extraño. Ella confiesa que hace una década no imaginó que hoy en Oaxaca, de donde es originaria, hubiera 36 presidentas municipales por el sistema de usos y costumbres en las comunidades indígenas.

Pero ese miércoles nos citamos para hablar sobre ser mamás. Los temas que salen a la conversación son los que las otras miles de mamás en México tenemos: ¿cómo educar al mejor hijo que puedo educar?, ¿qué onda con la culpa?, ¿qué tan importante es el apoyo del padre en la crianza?

Diego se sienta junto a su mamá y espera su turno para ser entrevistado. Come un par de galletas, se acerca a su mamá y da vueltas. Observa a Alfredo Pelcastre, nuestro fotógrafo, y quien coloca cicloramas de colores mientras toma unas imágenes y el video de la entrevista. Más tarde, Alfredo, tomará las fotografías de Eufrosina frente al ciclorama azul pálido que eligió para ella. Una sesión iluminada con luz natural que la muestra como es: una mujer que se enfrenta a lo que se le ponga enfrente.

¿Qué es lo que más te gusta de tu mamá?, le pregunto a Diego cuando lo veo con ganas de participar. “Me gusta que trabaja y que con eso compra juguetes para mí y muchos otros niños que no tienen”.

Eufrosina es un ejemplo de una de las tantas madres que vivimos en México. Su historia puede inspirarnos; también, quizá, nos haga cuestionar cómo, cada una de nosotras, podemos romper un “uso” o una “costumbre” para que día a día todas las mamás en este país vivamos mejor. Aquí, una parte de nuestra conversación.


La maternidad es...

El sentimiento y la responsabilidad más sublime que puede haber. Te haces responsable de una vida. Porque no nada más es si es niño o niña, sino que te hagas responsable de que sea un ciudadano que sepa, el día de mañana, cuáles son sus obligaciones, cuáles son sus derechos. Es el amor también por el cual tú luchas diario.

Desde que me convertí en mamá, todos los días tengo una razón para salir y trabajar. Quiero que sepa que tiene oportunidades, pero que sepa que tiene que ir por ellas. Cambia todo tu concepto de la responsabilidad.

La maternidad es eso, un amor sublime que se convierte en la mayor responsabilidad para ti como mujer, de que esa personita -no importa si es hombre o mujer- tenga las mismas oportunidades.


El mayor reto de ser mamá…

El que no estés con esa personita el día de su vacuna; el que te avisen que tiene fiebre; el que a veces Normita, quien ha estado en los primeros tres años conmigo, sepa más que yo. Cuando salí de Quiegolani, mi corazón se dividió en dos. Dejar a mi mamá, dejar mi historia, dejar todo mi entorno para luchar por uno diferente, con consciencia, fue muy difícil.

Hoy la vida me pone otro reto, tengo que dejar a esa personita porque tengo una conferencia, porque tengo que ir al Congreso o a una comunidad. Esa personita, además, ya empieza a cuestionar: “mamita, ¿por qué sales mucho?”. ¿Por qué me dejas?”. “¿Por qué hablas mucho por teléfono?”.Debo ir construyendo el mejor concepto de la razón que explique por qué mamá se tiene que ir. Es la parte que duele demasiado. Creo que es ahí donde el otro género no nos entiende.

También es ahí donde se complica querer entrar en espacios de poder y de toma de decisión, porque tienes otra responsabilidad que es educar. Pero creo que es valioso decir a esa personita que mamá tiene que ir rompiendo barreras para que mañana a él no le cueste tanto.


El balance no es fácil y da culpa...

Ha sido bien complicado. Esa palabra, culpa, es algo que nos ha hecho creer la sociedad. “Qué irresponsables”, dicen, “le dan más importancia a otras cosas, por eso dejan a los hijos”. Yo digo que no. Las nuevas generaciones asumimos esto y le dijimos a nuestros esposos, a nuestra pareja, que nos tienen que acompañar en esas ausencias.

No solo es responsabilidad nuestra, porque pareciera ser que la culpa nada más es de nosotras, las mujeres. Y la otra ausencia, ¿qué? La otra ausencia no se cuestiona porque, entre comillas, provee. Diego y yo hemos construido una comunicación, él sabe que mamá y papá deben trabajar. Trato, lo más que puedo, de llevarlo a donde voy para que también entienda y vea la razón de la ausencia de mamá.


Hay una satisfacción en mostrar qué hace mamá…

Como mamás tenemos que llevar a nuestros hijos a nuestros espacios de trabajo para que entiendan por qué mamá lee todo el día, sacrifica sus días y para que mañana no sea un tema de culpa o de reproche.


La gran lección para Diego será…

Que no tenga miedo. Que sepa que la vida no es fácil, que luche por sus sueños y que vaya por esas oportunidades demostrando su capacidad.


Mucho de lo que somos, lo vimos en nuestras mamás…

En mi historia con mi mamá yo vi un entorno de violencia y no culpo a mi mamá o a mi papá, no saben leer o escribir, menos el significado de “derechos humanos”. Nuestra lengua materna es el zapoteca y para mi madre, que tuvo 10 hijos, la violencia es normal. El reto para nosotras es que la violencia no sea una costumbre, porque es es lo más doloroso.

Yo vi a mi mamá y a mi hermana ver a la violencia como una costumbre. A mi hermana la casó mi papá a los 12 años y a los 13 años ya era mamá. A los 31 años ya tenía nueve hijos, todos varones. Pero hoy son las mujeres que más admiro. Mi mamá, a sus 70 años, entendió que como mujer tiene derechos, obligaciones y capacidades. En casa de mi hermana sus hijos planchan y cocinan, son profesionistas. Rompió con el paradigma.

Eso solo se descubre con educación. La educación rompe el velo de la ignorancia sobre la pobreza y la marginación. Pero no hablo de la pobreza y la marginación del estómago, sino de la mente. Cuando la mente rompe estos paradigmas de pobreza y marginación aprendes a empoderarte como mujer y decir: “no por el hecho de que sea indígena, soy menos o más, solo tengo una identidad cultural”.


Ser madre no es igual para ninguna mexicana. ¿Cómo viven la maternidad las indígenas?

Su trabajo y su labor es invisible. A las mujeres en comunidades indígenas ni siquiera se les valora la aportación que hacen a su comunidad. Viven en violencia, tienen 10 hijos y no se les pregunta si quieren, y hay que educar a esos hijos, y lavar, hacer las tortillas y dejar la comida del esposo. Cuando el hijo se porta mal, el esposo dice: “es tu culpa”. Viven en un entorno en donde la sumisión y la invisibilidad es el mayor reto, y eso es lo que se tiene que ir rompiendo.

Luego escuchamos que todo se ampara en “usos y costumbres”. La costumbre no puede ser la violencia o la invisibilidad. El reto para las mujeres en comunidades indígenas es doble: romper barreras y no sentirse culpables de lo que pase en su entorno cuando lo hacen.

Pero hoy se están empezando a cuestionar la costumbre de la violencia. Debemos dejar atrás lo que nos detiene, evolucionar y no tener miedo a los cambios. El uso y costumbre en nuestras comunidades es nuestra fiesta, nuestra lengua, nuestra vestimenta, no es el detener la evolución, porque si no cambiamos, no vamos a romper la pobreza y la marginación.


¿Cómo podemos aportar?

Empezar nosotras mismas rompiendo nuestros propios tabúes, nuestros propios miedos, y aceptando las consecuencias y los señalamientos de eso. Porque cuando tú eres diferente al resto de las mujeres de la sociedad, te dicen que eres irresponsable, te dicen que es más importante tu trabajo que tu hijo. Hay que romper nuestros propios miedos, nosotras primero, para romper los miedos de las otras. Si las otras ven que rompiste esos miedos en tu entorno, las otras van a decir: “si ella pudo, yo también”.

Ahí entra un papel bien importante de las mujeres de la ciudad, porque muchas mujeres de estas comunidades indigenas son las que atienden en casa, son las aliadas, y a veces ni siquiera les preguntamos por qué salieron de sus casas o cuáles son sus sueños. Si conectas con ellas podrás ver que está en tus manos contribuir para que logren sus sueños. La señora que cuida la casa, cuando las otras salimos, también es invisible y tenemos que ayudar a que sea visible.


La entrevista a Diego

El hijo de Eufrosina, de cuatro años de edad, habla sobre su mamá...

¿Qué es lo que más te gusta de tu mamá?

Me gusta que trabaja y que con eso compra juguetes para mí y muchos otros niños que no tienen.

¿Qué disfrutas hacer con ella?

Dormirme junto a mamá.

¿Qué quieres ser cuando seas grande?

Ingeniero.

¿Quieres construir algo?, ¿qué?

Sí, una casa.

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