Los mitos que persisten en torno a los fenómenos astronómicos tienen un peso concreto en el pasado. Y aunque el debate entre ciencia y religión aleja la forma en que se coloca la mirada en el cielo, los historiadores refieren en sus investigaciones que desde los primeros habitantes hasta los procesos de cambios que se impulsan a través de una revolución política, la población, creyente o no, le ha dado valores místicos a paso de cometas o al desarrollo de eclipses.
En el ensayo “Astrología y religiosidad. Indios y jesuitas en la misión de Mapimí”, el historiador Carlos Manuel Valdés refiere el paso del Cometa Halley en el año de 1607.
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El hecho, apuntó, ocurrió en la recién nacida misión de Mapimí, en los límites del desierto del actual estado de Durango. Un misionero fue testigo presencial, de tal suerte que escribió una carta recreando el suceso.
Los jesuitas estaban obligados a enviar informes a sus superiores a través de las llamadas cartas “anuas” y el misionero Diego Díaz de Pangua la giró a su superior, Martín Peláez; en ella describió los rituales que llevaron a cabo los grupos étnicos después de que apareció el cometa.
El fenómeno celeste, apunta el historiador, sin duda angustió a los nativos. Este mismo cometa pasaría siglos después por lo que es hoy el territorio mexicano durante la guerra de revolución.
Se debe referir que el cometa Halley aparece cada 76 años y su último avistamiento ocurrió en 1986. La también historiadora Margarita De Orellana, escribió en el libro “Villa y Zapata, la revolución mexicana” que “En 1910 apareció en el cielo, como un presagio, el cometa Halley. En los pueblos de México la gente profetizaba la guerra, muerte, hambre y peste”.
En el capítulo 4: “Villa en la revolución maderista”, De Orellana asegura que no se equivocaban del todo pues ese mismo año, como una analogía, en la apacible era porfiriana, apareció como el cometa Halley, Francisco I. Madero: “Su deseo era hacer de México un país verdaderamente democrático. Hacía más de 30 años que Porfirio Díaz gobernaba y se pensaba que ya era tiempo de que otros lo sustituyeran. Las elecciones libres, que eran una práctica política casi olvidada por el gobierno, fueron la bandera delPartido Nacional Antirreeleccionista que lanzó al mismo Madero a la candidatura por la presidencia”.
Aunque en todo el país surgieron simpatizantes, días antes de que se llevara a cabo la votación, la campaña de Madero fue interrumpida por Díaz, quien lo mandó a la cárcel. Así el viejo dictador volvió a ser elegido. Pero en marzo de 1911 cuando Francisco I. Madero que se había escapado de prisión, estableció su cuartel general en la hacienda de Bustillos, Chihuahua, observando que de todas las tropas que se reunieron allí, la que más destacaba era la de Pancho Villa porsu disciplina, sus armas y sus caballos.
La mirada de los primeros habitantes
Al reconstruir la historia, Carlos Manuel Valdés afirma que no debe caber duda de que los aborígenes tenían un mito acerca del comportamiento de los astros y su relación con la vida de los hombres, y en el caso de los cazadores recolectores, éstos observaron el cielo durante siglos y lo conocían perfectamente.
A ello añadió que en esta región situada en el desierto se repiten dos constantes: una bóveda celeste casi siempre ausente de nubes y un cielo diáfano en el que la visibilidad es nítida.
“Aquellos indígenas veían noche a noche las estrellas, la luna, Venus y millares de astros más. De ahí, que, para quienes observaban la regularidad del firmamento, un cometa fuera el astro que rompía el orden. Conocían un sistema que es constante por definición, y de pronto el caos se instalaba en su mundo. Ahora sabemos que las sociedades a las que se ha llamado primitivas tuvieron una prolongada práctica como observadores de la bóveda celeste”, destacó.
El historiador da contexto y establece que la medida del tiempo era una necesidad y la sucesión de ciclos era la confirmación de que todo estaba en orden.
El sol, la luna, los planetas y las estrellas marcan regularidades que fueron observadas de forma obsesiva por aquellas sociedades. Es así que ante la aparición de un cometa tanto como la circunstancia de un eclipse, escribió el especialista, necesariamente pusieron en jaque la certidumbre de lo que se repite sin cesar o en ciclos.
En resumen, Carlos Manuel Valdés establece que la vista del cometa Halley en Mapimí significó una ruptura que condujo a los aterrorizados indígenas a ejecutar determinadas acciones que los llevaron a una experiencia hierofánica, es decir, una manifestación de lo sagrado a partir de una realidad profana. Pero no por ello minimiza la experiencia de los primeros habitantes. Todo lo contrario.
“Su organización social les dio excelentes resultados, puesto que sobrevivieron miles de años en un ecosistema aparentemente precario al que aprovecharon para su propio beneficio de manera racional… aplicaban un conjunto de categorías explicativas con su vida material, incluyendo un supramundo. Imaginaban respuestas a lo ininteligible, como puede ser la potestad del cielo (rayos, tormentas, eclipses) o el miedo que tenemos a lo desconocido (la muerte, el más allá, el caos, la enfermedad”.
Bajo esa premisa no es casual que Carlos Manuel Valdés concluya que en el campo de lo simbólico, los primitivos y los ciudadanos del mundo globalizado, tienen muchas semejanzas.
EGO