José Alexander González Ceballos, de 14 años, es el más grande de tres hermanos. Cuando supo que tendría que terminar el resto del ciclo escolar 2019-2020 a distancia, pensó en lo complicado que sería compartir un teléfono con su hermanita, quien cursa preescolar, y su hermano, en primaria, para seguir sus clases por internet.
Lo que no imaginó es que la suspensión de clases se extendería hasta su último año de secundaria, en el que bajó su promedio por no tener las herramientas suficientes para estudiar.
“Era muy estresante porque él no acababa y ella no acababa, y a mí se me hacía tarde para entrar a la clase. Si no entraba perdía clase y puntualidad”, relata.
Se le cuestionó si era regañado por sus profesores o algún castigo.
“Sí, que ya no volviera a entrar tarde porque se perdía el conocimiento”, compartió el adolescente.
Maricela Ceballos, madre de José Alexander, Itzel y Uriel, tuvo que dejar de trabajar como comerciante para cuidar y orientar a sus hijos, mientras tanto su esposo, de oficio albañil, buscó trabajo extra.
A pesar de los escasos recursos, la familia que habita en la colonia Gloria Mendiola, en Monterrey, ahorró para comprar otro celular. Sin embargo, cada mes batallan para pagar el internet y comprar la despensa.
“No le entendíamos, fue difícil porque nada más con un teléfono y él con las clases, las maestras por videollamada, luego él también, y luego la niña con impresiones.
“Si aumentó porque de todas formas vas al ciber a imprimir y le tienes que echar saldo al teléfono, aparte son 40 o 50 pesos más de ella (para copias)”, agregó.
Después de un año y medio de pandemia de covid-19, tiempo en el que los estudiantes no han tenido clases presenciales, Lesvy Hernández Santiago ya no puede darse el lujo de ser ama de casa de tiempo completo: tiene que trabajar para ayudar con los gastos de su casa y está consciente de que su hija, Maridamia, de 8 años, necesita apoyo directo de maestros que puedan guiarla mejor con su educación.
“Ojalá que ya, porque ella necesita un poco más de apoyo y el niño que va empezar en preescolar (también), para que se vaya acostumbrando a quedarse solo. Sí necesito que vaya a la escuela”, dijo.
La mujer es integrante de una comunidad zapoteca que llegó hace años a Laderas del Mirador, en Monterrey, en busca de mejores oportunidades de trabajo. Se desempeñó como cocinera, pero sus labores se vieron interrumpidas con la pandemia, pues conociendo lo inquieta que es la niña que cursa el segundo grado de primaria, decidió apoyarla en sus estudios, aunque ni ella entendía bien el uso de la tecnología.
“Al principio pues no, para entrar a clases no encontrábamos cómo prender el audio, la cámara, pero como los niños son más rápidos, ella le entendió cómo entrar a eso”, explicó.
Maridamia confirmó que estar en casa rodeada de sus primas, representa una distracción para estudiar.
“Sí, y por eso empiezo a jugar con mis primas. Cuando ya entro a clases, ya me voy corriendo para acá”, dijo entre risas.
Lesvy y su esposo tuvieron que comprar a crédito una tablet para que la pequeña pudiera llevar sus clases, un gasto que no tenían contemplado y que esperan pronto recuperar con más trabajo... si la pandemia así se los permite.