DOMINGA.– Todas las mañanas llega puntualmente doña Hermelinda Nava al comedor comunitario Manos Amigues en el corazón de la colonia Guerrero. Armada con su sombrilla color violeta para guarecerse del sol, espera sentada en una silla –con esa paciencia que le dan sus 90 años de vida– a que abra el servicio. Sus hijos murieron. Así que viene aquí y acompaña sus días con el ir y venir del equipo operado por la comunidad LGBT+.
Manos Amigues se distingue por su buena comida, originalidad e inclusión. La página web del centro cultural homónimo que lo aloja dice que ofrece “comida digna, sabrosa y colectiva” para personas de la comunidad y aliades en situación de vulnerabilidad, migración o emergencia, o adultos mayores como doña Hermelinda. “Aquí la comida no es caridad: es derecho, fiesta y resistencia”, dice su lema.
En una ciudad en la que dos millones de capitalinos enfrentan problemas de acceso a la alimentación, este lugar sirve 5 mil comidas al mes por sólo 11 pesos, de lunes a viernes, de 1:00 a 4:00 de la tarde, en la calle de Pedro Moreno número 113.
En lo que antes era un taller mecánico lleno de fierros y basura, Manos Amigues abrió sus puertas en 2021, bajo la batuta de Brent Alberghini, de 48 años, originario de Nueva York pero avecindado en México desde hace 20.
Brent trae el espíritu de ayuda en sus genes. De hecho a los 12 años sus padres –un par de hippies como él mismo los describe–, lo forzaron a ser voluntario en un comedor de la comunidad neoyorkina de Grace Church: “Yo quería estar jugando basquetbol, me hacía falta música o algo. Con el tiempo lo amé y me imaginaba estableciendo un comedor con cultura integrada y pues se consiguió. Después de pasar por el cine, soy escritor y guionista, dejé todo para hacer esto”.
Sociólogo con formación en Teoría Feminista y Estudios de Género, Brent y su equipo empezaron con un banco de despensas con el covid-19. Durante un año repartieron 300 comidas semanales a personas en situación vulnerable.
Luego abrieron Manos Amigues. El comedor se ubica en la planta baja de una casa antigua. Dos banderas ondean en la fachada, la del orgullo gay y la de México. A la entrada hay macetas con plantas que dan la bienvenida. A la derecha se ubica la cocina donde un cempasúchil anuncia la temporada de muertos, y a la izquierda y al fondo, las mesas con manteles morados que atienden meseros voluntarios.
Cada mes, se inaugura una exposición de arte que se instala en el comedor, en esta ocasión la muerte es la protagonista de las obras exhibidas.
Para muchos las comidas que sirven son la única comida del día. Este es el primer centro comunitario LGBT+ en la Ciudad de México enfocado en servicios esenciales, donde esta población asciende a cerca de un millón de personas.
2.3 millones de capitalinos enfrentan problemas de acceso a la alimentación
Fue en 2009, durante la gestión de Marcelo Ebrard al frente del gobierno del entonces Distrito Federal, cuando se establecieron los primeros 160 comedores para apoyar a quienes menos tienen. “Cada año suben los alimentos. Dicen que no, pero sí suben. ¿Y el salario? ¿Sube? Puro cuento”, dijo a la prensa en febrero de 2012.
A mediados de 2014 se contaron un total de 197 de estos espacios, y ese mismo año se elaboró la Ley de Comedores Comunitarios, a fin de que el programa fuera independiente del gobierno en turno. Diez años después, estos espacios públicos y comunitarios fueron elevados a rango constitucional, con lo que se garantizó el derecho de las personas a acceder a alimentos de bajo costo.
En la actualidad hay 5 mil 700 comedores comunitarios, de la Ciudad de México llegaron a Aguascalientes, Colima, Durango, Guanajuato, Morelos, Oaxaca, San Luis Potosí, Sinaloa, Tlaxcala, Zacatecas y Yucatán.
Por esos 11 pesos, habitantes en franca necesidad pueden tener una comida caliente. El Consejo de Evaluación señaló que estos espacios contribuyeron a disminuir 6.4% la pobreza alimentaria en la ciudad en 2023.
Entre octubre de 2024 y agosto de 2025, más de 27 millones de raciones de alimentos fueron distribuidas bajo el Programa de Comedores para el Bienestar, garantizando “el acceso a una alimentación” para quienes habitan o transitan por la capital, especialmente en zonas de media, alta o muy alta marginación, en “espacios ubicados estratégicamente en áreas con mayores necesidades sociales”.
Son cinco las modalidades a través de las cuales funciona el programa. Algunas son gratuitas, itinerantes o de contingencia, y otras son fijas y con un costo muy bajo, como el caso de los comedores comunitarios que al momento suman más de 451 a lo largo de las 16 alcaldías. Y aunque estos espacios son dirigidos especialmente a personas en situación vulnerable, cualquiera puede acceder a ellos “sin distinción de sexo, edad, escolaridad o condición económica”.
Curiosamente, en plena colonia Roma Norte, una de las zonas más socorridas por la clase media y media alta –específicamente en la calle de Tonalá número 125–, el comedor comunitario Capital Social se codeaba con uno de los establecimientos más in de la colonia: la panadería Green Rhino, del aclamado panadero británico Richard Hart. Capital Social, que sí daba servicio a personas con necesidad económica, acabó cerrando por problemas legales del local que ocupaba.
Ofrecen comida saludable pero usuarios piden más “garnacha”
El comedor de Magy se ubica en la calle de Dr. Vértiz número 407, a media cuadra del Mercado Morelia en la colonia Doctores. Gabriela Molina tiene 49 años y es la que administra y cocina; ha tenido el comedor por diez años, sólo que antes ocupaba otro local. En el actual, más grande y mejor ubicado, apenas lleva un año.
Lo primero que aparece a la vista es una mesa para diez personas en plena banqueta, cubierta por un mantel multicolor que termina con una franja roja. Dos grandes ollas de comida contienen ya 10 kilos de arroz rojo y 10 de frijoles respectivamente, platillos que sirven a diario en los comedores comunitarios públicos de la ciudad, para alimentar a las personas en media, alta o muy alta marginación.
Hoy de plato fuerte se ultiman unas enchiladas potosinas, con papa y zanahoria. Anteriormente, se servía arroz y sopa, pero ante los alarmantes números de obesidad y diabetes, los últimos lineamientos ya no lo permiten, refiere Gaby, asistida por su hija Viridiana, la señora Paty y Juanita, una mujer de 44 años muy sonriente y con discapacidad auditiva, que ayuda a lavar los platos.
Tampoco se pueden poner saleros en las mesas, ni dar “agua de sabor”; en su lugar hay agua simple que aquí se ofrece en sendas jarras de plástico rojo.
Gabriela decidió solicitar un comedor comunitario porque otro tipo de trabajo no le permitía ir y venir por sus hijos a la escuela, pero aclara que no recibe un sueldo: “todos somos voluntarios”.
Sin embargo, el gobierno de la Ciudad de México otorga 6 mil pesos semanales a cada comedor por cada 100 comidas, para la compra de insumos en una tarjeta, además los 11 pesos de cada comida se destinan al espacio y con eso se paga renta, gas, agua, sueldos y otros gastos. En el ejercicio fiscal 2025, se destinaron 450 millones de pesos para la ejecución del Programa de Comedores para el Bienestar, con el objetivo de servir 5.8 millones de raciones de comida caliente.
La misión es servir comidas saludables pero “la verdad es que la garnacha es lo que vende más”. Algunos de los guisados que se incluyen en el comedor de Magy son bistec en chile pasilla, mole con pollo, pollo enchilado, pescadillas de atún, quesadillas de papa, tacos dorados y tacos ahogados, entre otros.
Elizabeth Hernández, en sus cuarenta y pocos años, dice que viene diariamente a comer desde hace seis meses porque trabaja cerca, la comida “es muy rica” y el precio “ayuda a su economía familiar”. Para ella, la calidad de los alimentos se puede comparar con la que ofrece cualquier fonda, pero cuyos precios van de los 80 a los 150 pesos: “Lo que sí quisiera es que dieran agua de sabor”.
Santos Antúnez asiste dos veces por semana. “Soy diabético y vengo porque los guisos están preparados para ese tipo de enfermedad: frijol negro y verdura es lo mejor”, apunta, aunque reconoce que le gustaría que dieran fruta de postre.
Las buenas intenciones no evitan que haya quien ponga más agua en la sopa
El Sazón de Ana es un comedor comunitario que se encuentra en Avenida Ferrocarril de Cuernavaca número 27, casi esquina con Desierto de los Leones, en Álvaro Obregón. Su administradora, Ana Noemí González, tiene 33 años y lleva ocho años en el lugar. Ana vende 250 comidas diarias, entre desayunos y comidas. Para ella administrar el comedor es mucho mejor que tener un restaurante.
Su mamá, ahora fallecida, vendía comidas corridas y fue ella quien empezó con el comedor a instancia de una sobrina: “Aquí siempre se acaba la comida, en cambio las comidas corridas no siempre”.
Haciendo honor a su edad, Ana se vale de las redes sociales para promocionarse. Cada noche manda el menú del día siguiente a un grupo de Whatsapp –con unos 400 miembros–, que puede incluir chiles rellenos, mortadela, tortitas de huauzontles o de pollo y carne, papa rellenas, albóndigas, tlacoyos, flautas, chicharrón en salsa verde o chilaquiles. Dos veces a la semana incluye carne en el menú y de postre ella sí ofrece fruta.
Su espacio, al pie de las viejas vías del tren, se ubica en la planta baja de su casa donde caben 30 personas, a lo largo de cuatro largas mesas blancas de plástico; su papá y su hermano le ayudan en el comedor, así que todo queda en familia. Ana explica que aunque la gente pide que le sirvan más comida, el programa establece medidas precisas para cada ración: arroz y frijoles, una taza medidora por ejemplo. Tortillas, sólo dan tres. Y las cucharas para servir tienen un tamaño específico.
Ana explica que no hay muchas exigencias por parte de Secretaría de Bienestar e Igualdad Social, sólo la entrega –dos veces al mes– de las listas de asistencia que llena con el nombre, sexo, edad y firma de cada usuario que asiste al comedor para comprobar que las comidas se están distribuyendo; y añade que en caso de que algo se descomponga es atendida mediante la presentación de un escrito.
Previamente, el gobierno del entonces Distrito Federal proveía las materias primas, ahora una vez a la semana Ana va a la Central de Abastos a comprar la verdura para que le salga más barato y paga con la tarjeta que le provee la Secretaría. Cada ocho días adquiere una caja tomate con un costo de 250 pesos, otra de jitomate por 300, un costal de papa que le cuesta 300, y uno más de cebolla por 100.
El señor Cecilio Cruz trabaja en San Ángel pero lo “mandan a hacer cosas por la zona del comedor”, por lo que asiste con frecuencia a El Sazón de Ana. Lo que más le gusta son los nopales capeados; para él este tipo de espacios son importantes “sobre todo para la gente que no tiene recursos, los que van al día con su salario”.
Otro usuario, que no quiso revelar su nombre por miedo a represalias por parte de administradores de algunos de estos comedores, sostiene que hay lugares en los que “se invierte lo menos posible en la comida, poniendo más agua que sopa o metiendo muchas papas y poca carne. Pero son los menos”, aclara.
De acuerdo a información de la autoridad, las alcaldías con mayor número de comedores son Iztapalapa, Álvaro Obregón, Tlalpan, Gustavo A. Madero y Xochimilco, zonas que presentan altos índices de pobreza o marginación.
Un comedor público, comunitario e inclusivo en la CdMx
A la pregunta de si ha habido discriminación por parte de los vecinos de la colonia Guerrero, el presidente de la fundación Manos Amigues responde que a veces alguien “dice algo” pero que en general han sido muy bien recibidos.
“Todos somos humanos, queremos convivir y disfrutar y compartir una comida en la misma mesa. Es una gran manera de eliminar discriminación y fomentar la comunicación. Ahora con tantas divisiones en el mundo, concentrarnos en lo que tenemos en común es muy importante”, dice Brent Alberghini.
Pero no sólo la diversidad humana es lo que se puede encontrar en Manos Amigues, sino diversidad culinaria también. En los grandes cazos de aluminio no sólo se preparan arroz, frijoles y platillos típicos con un ‘twist’, sino también picadillo, albóndigas, ceviche, teppanyaki, paella, spaghetti al pesto, fideo frito en chipotle y queso, y cremas de pimiento, de poblano y de cilantro, entre otros.
Como explica Fernando Corona, quien además de administrar el comedor es el encargado de preparar el arroz diariamente, “intentamos dar un ‘plus’. No porque sea un comedor de bajo costo quiere decir que no se pueda tener una experiencia gastronómica considerable. Sí se puede comer bien por 11 pesos y de hecho esa es la función de este programa social. Es dignificar una actividad que es universal para todos, podemos dejar de hacer todo menos comer, así que nos esforzamos en ponerle un sello de calidad al servicio que ofrecemos”.
Lo cierto es que los usuarios del Manos Amigues se forman en bancos que provee el lugar, al menos una hora antes de que abra el comedor comunitario, en espera del plato fuerte con el que los sorprenderá el equipo de Manos Amigues.
Fernando relata la vez que se les ocurrió hacer una crema de ajonjolí con garbanzo, que es el equivalente al ‘hummus’ árabe: “Hicimos una deconstrucción de los ingredientes y fue una maravilla. Hace como seis meses llegó un voluntario francés con nosotros e hizo una sopa de cebolla que también fue un hitazo”.
Al final lo que los hace diferentes, dice Corona, no es que la comida lleve en una gama de colores, sino que Manos Amigues es un lugar seguro para todos, tanto para la comunidad LGBT+, como para adultos mayores como doña Hermelinda, los migrantes o las personas en situación de calle.
“Nuestra fortaleza es sumar fuerzas para que la historia de las personas que pasamos por aquí sea totalmente diferente”.
GSC/ATJ