A los 39 años, Mike Sosa recibió una noticia que cambiaría para siempre la forma en que se entendía a sí mismo: “autismo nivel uno”. Hasta ese momento había llevado lo que él mismo llama una vida “normal”.
Estudió Comunicación en la UNAM; trabajó en gobierno, en medios de comunicación y en instituciones privadas; ocupó puestos directivos y tuvo a su cargo a grupos de personas. Sin embargo, detrás de esa aparente “normalidad” había señales que pasaban desapercibidas: molestia por las luces brillantes, incomodidad en reuniones, dificultad para concentrarse y episodios recurrentes de ansiedad y pánico.
“Antes de ese diagnóstico, que no busqué ni esperaba, nunca sospeché que podía estar cerca de algo llamado autismo o neurodivergencia”, dijo en exclusiva a MILENIO.
Su diagnóstico no fue intencional. Llegó tras un largo camino en el que buscó ayuda profesional debido a problemas de ansiedad, depresión y dificultades para enfocarse en el trabajo.
Inicialmente, sospechaba de TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), pero, tras un proceso de evaluaciones de 15 a 20 días, llegó el momento de la consulta con el neurólogo, quien le informó que se trataba de “autismo nivel 1”.
“De pronto caen unas palabras sobre la mesa que dicen ‘autismo nivel 1’. Recuerdo que lo único que hice fue llorar. Fue un shock para mí, como un eco”.
Reconoce que al principio fue difícil, por lo que el proceso personal tardó poco más de dos años en asimilarlo y comprenderlo.
“Fue un proceso de dos años y un poco más para poder ver qué era esto, cómo se entendía, con qué se combinaba y cómo se vivía. Yo no busqué saber si era o no autista; eso estaba fuera de mi radar”.
Autodiagnóstico en adultos
La detección ha ganado terreno en adultos gracias al acceso a información disponible en internet y en medios de comunicación. Esto ha permitido que hombres y mujeres se identifiquen con los perfiles descritos, señala Diana Elizabeth de la Fuente, psicóloga y especialista en terapia familiar.
Indica que esto ha impulsado el autodiagnóstico, que funciona como “una pauta para darnos cuenta de que quizá sí necesitamos acudir con un especialista que confirme el diagnóstico”.
Cada vez más adultos obtienen diagnósticos formales de autismo o TDAH, lo que permite intervenciones oportunas.
No es que haya un aumento en los casos, sino que existen personas que nunca fueron diagnosticadas. Incluso la Universidad Autónoma de Coahuila inició un programa denominado “Educación Inclusiva para Universitarios Neurodivergentes”.
Actualmente, se ha detectado que dentro de la comunidad universitaria hay alumnos y alumnas con alguna neurodivergencia no diagnosticada que, debido a ello, no han logrado concluir sus estudios.
La UAdeC ha avanzado en guías integrales para la atención a la discriminación y la promoción de la inclusión —presentadas en febrero de 2025— que incluyen protocolos para diversidad neurológica y de género. Estos esfuerzos responden a una realidad nacional: muchos jóvenes llegan a la universidad sin diagnóstico previo, lo que genera barreras académicas y emocionales.
La calma después de la culpa
Tras conocer su neurodivergencia, Mike Sosa asegura que la calma vino acompañada de amor propio y liberación de culpas, pues había aspectos en su vida que nunca habían tenido explicación.
“Una vez que tienes una explicación de que no es que no pudiste, sino que había algo que te imposibilitaba hacerlo, lo que viene es un respiro muy grande. Solo suspiras”.
Después de su carrera en comunicación, Mike estudió psicología y se especializó en técnicas como EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares) para el tratamiento del trauma.
“Cuando encontré respuestas, esa calma que sentí me hizo visualizar que a otras personas podría no resultarles tan fácil, porque no tienen medios, educación o acceso a especialistas. Ahí nació la urgencia de ayudar, y de ahí surge Ritmos Propios”.
Detección temprana
El diagnóstico oportuno comienza desde el nacimiento. El pediatra y el médico familiar son claves en la detección, pues dan seguimiento a los llamados hitos del desarrollo, señala Diana Elizabeth de la Fuente Parra, integrante de la comunidad Café Atípico.
“Desde el primer año se espera que el niño o niña diga ciertas palabras, socialice de manera específica y desarrolle habilidades motoras finas y gruesas. Si ese desarrollo no evoluciona conforme a la edad, surge la necesidad de derivarlo con un especialista en neurología pediátrica”.
Para confirmar diagnósticos se aplican baterías de evaluación que permiten observar el desarrollo de la persona. Entre ellas:
ADI-R (Entrevista Diagnóstica para el Autismo): entrevista con madres, padres o tutores sobre conductas del menor.
ADOS-2 (Escala de Observación para el Diagnóstico del Autismo): mediante juegos y actividades cotidianas, se evalúan comunicación, socialización y autonomía.
“Con estas pruebas se diagnostica y confirma la existencia de autismo. Pero lo principal sigue siendo la observación: cuando familia y profesionales detectan que el desarrollo no es igual al de otros niños”.
Las causas del autismo siguen siendo un enigma. No hay una causa única, pero sí factores identificados: genéticos, ambientales (como humo, arsénico o smog) y metabólicos, como problemas tiroideos u hormonales durante el embarazo.
“Problemas metabólicos en la propia persona pueden impedir la adecuada conexión neuronal, lo que detona síntomas del autismo”.
Un diagnóstico que llega tarde, pero llega
El caso de Mike refleja una realidad cada vez más visible: el diagnóstico en la adultez suele llegar tarde. Sin embargo, considera que lo importante es obtenerlo, pues abre puertas a la autocompasión y a resolver conflictos que pueden prolongarse por años en terapias sin rumbo.
“El diagnóstico en la adultez llega tarde, pero no importa cuánto tardes: es bueno tenerlo. Llega un tema de compasión contigo mismo que te acerca a la resolución de conflictos que quizá llevas años trabajando con psiquiatras y psicólogos”.
Mike señala que el autodiagnóstico también es relevante, porque puede ser el primer paso para buscar soluciones, especialmente cuando no se tiene acceso a especialistas.
Uno de los casos más recurrentes es el de madres y padres de niños autistas, quienes, una vez que sus hijos reciben un diagnóstico, inician un proceso de autoanálisis en el que descubren que posiblemente también son neurodivergentes.
“Puede ser que tengas autismo nivel 1 y tu hijo nivel 3, pero ambos son autistas o tienen otra neurodiversidad”.
Ritmos propios
La experiencia de Mike Sosa lo llevó a visualizar que otras personas podrían no tener acceso fácil a diagnósticos o terapias, motivándolo a crear Ritmos Propios, un modelo de acompañamiento cuyo núcleo es el reconocimiento de la autenticidad y el ritmo único de cada persona.
Considera que la neurodiversidad es análoga a la biodiversidad: “Sin diferencias no hay riqueza humana, y no existe un cerebro humano estándar. La normalidad es un mito; depende de quién mida y desde dónde mida”.
Sobre el autismo afirma: “No es un rompecabezas a resolver, es una forma de ser. No hay que encajar en un molde para estar bien. El ritmo de cada uno es válido. La diferencia no es un defecto: es un dato de humanidad”.
Avances y retos
En los últimos años, la sensibilización sobre el autismo ha crecido en México y en el mundo. Sin embargo, persisten retos en diagnóstico temprano, inclusión educativa y atención integral.
La psicóloga Diana Elizabeth de la Fuente Parra destaca que en Coahuila y otras regiones el trabajo actual se centra en la sensibilización y la conciencia sobre el Trastorno del Espectro Autista (TEA).
Aunque ha habido avances importantes —como la Ley General de Atención y Protección para la Condición del Espectro Autista de 2020 y esfuerzos locales en Coahuila, Yucatán y el Estado de México—, Mike Sosa señala que los desafíos continúan, especialmente en inclusión laboral, educativa y familiar.
Muchos de estos retos parten de la incomprensión de las necesidades específicas del autismo y otras neurodiversidades.
A través de Ritmos Propios, Mike no solo ofrece acompañamiento, sino una invitación a abrazar la diversidad neurológica con dignidad y libertad. Su historia es un recordatorio de que, en un mundo lleno de ritmos impuestos, honrar el propio puede ser el camino hacia la verdadera inclusión.
Su vida misma demuestra que, en el camino hacia la autoaceptación y el reconocimiento del ritmo propio, se encuentra la paz y una nueva forma de vivir.
“No pierdes nada si ya perdiste 5, 10 o 15 años en el consultorio. Voltea hacia otro lado y busca algo que quizá te haga bien”, expresó.
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