Algunos lo vieron como el nacimiento de una nueva nación: la de la paz y el amor. Los jóvenes habitantes de ese flamante país tenían, entre otras características, la búsqueda de una nueva visión del mundo.
Por lo anterior, por decenas (hay quien asegura que por centenas), los miembros de esa naciente república, llegaron a Tehuacán de las granadas.
Y no iban a los balnearios de Peñafiel y anexas, ni a las granjas avícolas de doña Socorro. Iban al pequeño campo de aviación del que, al menos una vez al día, salía una avioneta rumbo a Huautla de Jiménez, Oaxaca.
Leyendas urbanas que aún se cuentan en la Sierra Mazateca, aseguran que desde Tehuacán, en la vieja avioneta destartalada habían llegado The Beatles. O por lo menos John Lennon y Paul McCartney. Esa misma leyenda asegura que, al lograr tener una velación con María Sabina, Lennon habría sabido que sería asesinado a balazos.
Lo cierto es que los viajeros de esa nueva nación iban tras las huellas del micólogo Robert Gordon Wasson, quien había revelado al mundo la existencia de una forma de acceder a mundos desconocidos al ingerir los “niños sagrados”, la “carne de Dios”, teonanacatl, los hongos cuya sacerdotisa, chamana o “mujer que ve, mujer que sabe”, María Sabina había sido revelada a través de la revista “Life” en 1957.
Los viajeros de aquel año podían haber llevado en sus mochilas el revolucionario libro de Carlos Castaneda “Las enseñanzas de don Juan”, publicado por la Universidad de California, que todavía tardaría algunos años en ser traducido al español por el poblano Juan Tovar, editado con un prólogo de Octavio Paz y la portada con una obra de Francisco Toledo, publicado por el paraestatal Fondo en Cultura Económica, en miles de ejemplares en su primera edición.
Esa peregrinación, que en el presente año no se ha detenido, aunque ahora se hace en camión o en coche, era la búsqueda espiritual del ardiente verano del 68, que vería al inicio del otoño dos hechos diametralmente opuestos: la masacre del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas en Santiago Tlatelolco y los XIX juegos olímpicos.
Por cierto, el peaje establecido en las autopistas ese año para sufragar las olimpiadas, aún lo seguimos pagando.
Música que llegó para quedarse El 2 de diciembre de 1952 será recordado, especialmente en Puebla, pero también en el mundo de la música, en concreto en la del rock, más aún en la del rock en español, como lo fue siempre para doña Eloísa Serna, poblana de la colonia Santa María, ubicada al norte de la antigua Ciudad de los Ángeles, pues en ésta urbe, ese día nació Alejandro Lora Serna.
Ese poblano ilustre es un músico reconocido que inició su carrera musical a los 16 años de edad, el 12 de octubre de 1968.
Hijo del capitán Lora, que trabajaba con el recientemente fallecido Raúl Velasco de Santiago, Alex vivió los primeros años de su vida en la angélica ciudad hasta que, separados sus padres se fue a vivir con su mamá a la México—Tenochtitán.
Pero siempre ha recordado cómo regresaba a visitar a su papá a ésta cuatro veces heroica Puebla de Zaragoza, donde le gustaba comer cemitas. Si hoy se le pregunta, se considera absolutamente poblano.
En la Ciudad de México, Alex Lora estudió en el Colegio Fray Juan de Zumárraga y, gracias a que su mamá quiso aprender a tocar guitarra y a que sus vecinos eran de una banda de rock and roll, él aprendió los rudimentos del instrumento y fue su papá quien le compró su primera guitarra eléctrica con amplificador incluido.
1968 era un año de muchísimos cambios: The Beatles habían publicado su famosísimo disco doble, ahora conocido como el “Álbum blanco” y cantaban: “Dices que quieres una revolución. Bueno, ya sabes, todos queremos cambiar el mundo”.
Lora, quien habla inglés, escuchaba a Erick Burdon and the animals y quería cantar como el cantante de esa banda británica, pero también sus héroes musicales eran los negros norteamericanos que tocaban “rythm and blues” e iban de la expresión más gozosa de la vida, a la muestra del dolor más profundo de la existencia.
A los 15 años, Lora ya tocaba la guitarra eléctrica, y formó una primera banda, The Avengers, de donde surgió al grupo Music Bottles, que dio paso a la agrupación Middle Age para llegar finalmente a Three Souls in my Mind, agrupación ésta que mantendría hasta 1984, cuando formó el actual El Tri.
Lora, como los jóvenes de la época escuchaba a Jimmy Hendrix (uno de sus grandes héroes), a The Doors, a Janis Joplin y The Rolling Stones. Después de las desafortunadas adaptaciones (literarias y musicales) de los rocanroles originales de Presley, Little Richard y Chuck Berry hechas por músicos mexicanos, Lora y su generación regresaron a la música original, pero convencidos de que debía cantarse en inglés.
Dos años después de haber iniciado su carrera en el rock, en enero de 1970, apenas con 18 años de edad, Alex Lora entró con sus compañeros de camino a un estudio de grabación. Ahí dejaron para la posteridad dos canciones: “Abuelo” y “¡Qué noche!” Un año después vendría su primer disco de larga duración, con canciones propias, pero en inglés.
En 1971, Lora y su banda grabaron un disco sencillo con las canciones “Lennon Blues” y “Let me swimm”. Ese mismo año participaron en el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, en septiembre.
A pesar de las duras críticas que recibieron por su participación en Avándaro, Lora y su banda grabó su primer disco en español en 1973. Tocaron en los hoyos funquis cuando el rock fue prohibido en la radio, en la televisión y para presentarse en teatros, estadios o lugares adecuados.
Lora y su banda no sólo fueron los únicos sobrevivientes de Avándaro: han grabado 50 discos, ganado discos de oro y de diamante y son los únicos que grabaron por primera vez en Estados Unidos, donde se presentan con regularidad, con éxito. Cumplieron con el sueño de todo roquero mexicano nadando contracorriente.
Y son el fruto del ardiente verano del 68, aunque formalmente iniciaron en el otoño de ese emblemático año.
Me “cai fain”
Puebla, urbe ubicada a menos de 200 kilómetros de la Ciudad de México, en 1968 parecía estar alejada a 60 años, o más, de la antigua Tenochtitlan: pese a las numerosas salas de cine que había en la ciudad, una película hecha en 1967 y estrenada en 1968, “Los Caifanes”, llegó a la capital poblana hasta 1969. La pregunta era ¿qué tenía esa película que no podía ser estrenada en la Angelópolis?
Vista a la distancia de medio siglo, la cinta, dirigida por Juan Ibáñez, es más que inocente: los Caifanes eran Óscar Chávez, Eduardo López Rojas, Sergio Jiménez y Ernesto Gómez Cruz, y además de un banal Enrique Álvarez Félix, hijo de “La Doña”, la estrella era Julissa, que aún tardaría varios años en hacer un desnudo de medio cuerpo, ya en los años setenta.
El guión era del propio Juan Ibáñez y de Carlos Fuentes. La cinta cuenta la historia de una noche en la Ciudad de México, que fue boicoteada por mostrar la vida nocturna que no pudo ser reprimida y finalmente fue rodada y proyectada con éxito.
Aparte de las prostitutas que muestra la película, también incluye a un cantante que, precisamente en el verano ardiente de 1968 inició su carrera en la música: Óscar Chávez.
De más de 80 años de edad actualmente y completamente activo, Chávez es uno de los símbolos de la canción de protesta que también hicieron en ese verano José de Molina y Gabino Palomares, estos dos con menos éxito.
El hecho de que "Los Caifanes", que no era una película de charritos ni de luchadores haya sido prohibida en la Puebla de 1968, muestra que la intolerancia, incluso ante algo tan inocuo, en cierto modo, era lo que prevalecía en una ciudad que permaneció varios meses en huelga y que llevaba años de lucha y le faltaban otros años todavía de llevar la vida a las calles.
Era una ciudad dividida entre el bien y el mal, entre comunistas y supuestos ángeles.
Y todo en aquel ardiente verano de hace 50 años.