Alemania: inmigrantes, refugiados y xenofobia

De nuevo, consternación en Europa, en Alemania, en Berlín

Berlín
Sandra Rivera
Ciudad de México /

De nuevo, consternación en Europa, en Alemania, en Berlín. Los alemanes eran conscientes de que su nación seguiría siendo víctima de más atentados terroristas, como si no bastasen los ataques perpetrados este año en las ciudades de Hannover (febrero 26), Essen (abril 19), Wurzburgo (julio 18), Ansbach (julio 24) y Ludwigshafen (diciembre 5). Nadie se atrevía a preguntar: ¿Cuándo Berlín? Bueno, ¡ya está! La milicia islámica (que no islamista) se anotó otro éxito, al lograr vulnerar la seguridad de esta poderosa capital.

No se percibe solo tristeza y miedo, sino enojo y hartazgo ante la “estúpida” política pro refugiados impulsada fuertemente por la canciller Angela Merkel en los últimos dos años. Esta “cultura de acogida”, le costó a su gobierno en 2015 alrededor de 10 mil millones de euros; para 2016–2017, gastará 50 mil millones más.

Debido a “su buen corazón”, y al deber cumplir con el derecho de asilo (Art. 16–a constitucional), entre cinco y diez mil refugiados son recibidos a diario “con los brazos abiertos”, bajo promesa de otorgarles la ayuda y el apoyo necesarios. Y se cumple: durante un año, los inmigrantes reciben alrededor de 400 euros mensuales, atención médica y educación gratuita para sus hijos; a los refugiados, además, se les provee de alimentación y alojamiento gratuito. A ellos, y a los alemanes desocupados, se les conoce como “H4” (Hartz IV, subsidio de desempleo).

Por su parte, la obligación de los nuevos ciudadanos es asistir a los llamados cursos “de integración” (clases de alemán) y “de orientación” (estudian historia, política y tradiciones germanas, la conformación de su sistema legal, derechos y obligaciones y valores como la tolerancia y libertad de culto). Transcurrido el primer año, lo ideal es haber encontrado un trabajo; en caso contrario, aún existe la posibilidad de solicitar un año más “de beca” a la Oficina Federal de Migración y Refugiados, con el propósito de aprender alguno de los oficios disponibles en la lista de formación técnica.

Por ley, cada año tienen derecho a 20 días de vacaciones y solo durante ese lapso pueden salir del territorio alemán, previo aviso a las autoridades de Migración. Ningún “H4” tiene permitido salir del país ni de la ciudad donde reside sin autorización, y tienen estrictamente prohibido faltar a clases (tres faltas injustificadas es suficiente para retirarles el subsidio).

De acuerdo con las nuevas tarifas del Hartz IV, a partir de 2017 les serán asignados 409 € a personas solteras y padres solteros; 368 € a cada miembro de una pareja cuando ambos tienen la misma edad; 327 € a miembros del hogar mayores de edad; 311 € a niños de entre 14 y 17 años; 291 € a niños de entre 6 y 13, y 237 € a niños de 0 a 5. Nadie queda desamparado. ¡Aquí la gente importa! Por esta razón, Alemania es considerada “el paraíso” de Europa.

La confesión de George Steiner, en entrevista para Babelia (1 de julio), ejemplifica cómo se vive en Alemania. A la pregunta ¿Qué momentos o hechos cree que forjaron más su forma de ser?, Steiner responde: “Le diré algo que le impactará: ¡Yo le debo todo a Hitler! Mis escuelas, mis idiomas, mis lecturas, mis viajes… todo. ¿Por qué Heidegger es tan importante para mí? Porque nos enseña que somos los invitados de la vida. Y tenemos que aprender a ser buenos invitados”.

El origen del problema

Gracias a la Mutti (mamá) —como suelen llamar a Merkel—, Alemania se convirtió a partir de 2015 en la residencia de casi dos millones de personas provenientes de Turquía, Irán, Siria, Libia, Rusia, Afganistán, Pakistán, Líbano, Hungría, la región de los Balcanes (Serbia, Albania, Kosovo, Macedonia) y África (Nigeria, Etiopía, Kenia, Uganda, Congo, Tschad, Eritrea), sin contar las 53 mil personas que entre enero y abril de este año se asentaron de manera ilegal en el estado de Baviera.

Durante varios meses, el flujo migratorio se detuvo y se esperaba que por mucho tiempo se mantuviera así; sin embargo, en días recientes, un policía federal declaró de manera anónima que “la situación no se ha calmado”.

Según la versión inoficial, lo que en apariencia se presume como una señal de solidaridad, es en realidad un pacto político entre la canciller y el sector industrial: los inmigrantes conforman la mano de obra que Alemania requiere para sostener su poderío económico; son ellos los que realizan el trabajo que los alemanes ya no aceptan debido a los centavitos que las empresas quieren pagar por hora de trabajo.

En Alemania, el repudio a los inmigrantes no se debe al mero hecho de ser extranjero; el que seamos discriminados no es de a gratis. A saber: el problema radica en los actos de barbarie cometidos por quienes no han sabido ser esos “buenos invitados”.

Las críticas de políticos como Armin Schuster (CDU, Unión Demócrata Cristiana), señalan la falta de control en el ingreso de extranjeros que, en términos burocráticos, se realiza de manera casi indiscriminada. Las constantes oleadas de inmigrantes impiden tener el tiempo suficiente para saber realmente quiénes entran, así como tener la certeza de que no colaboran con organizaciones criminales. Tanto la policía como los servicios de inteligencia no se dan abasto en la investigación de cada nuevo refugiado, y para cuando se terminan de revisar los miles de expedientes diariamente elaborados, los atentados, los atracos, el hostigamiento sexual a mujeres alemanas o la destrucción de capillas cristianas, ya ocurrieron.

La tan aplaudida sociedad “multiculti”, con sus obvias diferencias culturales, arroja sus consecuencias. Las pugnas comienzan en los salones de clases, donde se llegan a reunir migrantes de hasta 11 nacionalidades, de edades variadas, diferente estrato social y formación académica: estudiantes y profesionistas ingleses, franceses, italianos y españoles conviven con migrantes turcos, libaneses, iraquíes, nigerianos, la mayoría obreros, campesinos, amas de casa, herreros, cocineros, soldados. Como quiera, los ánimos se calientan al abordar temas sociales y religiosos. En ocasiones es imposible establecer un diálogo cordial, y la bomba explota.

A lo anterior se añade un ocasional sutil maltrato ejercido por algunos profesores alemanes. No solo en las escuelas, en todas partes, cualquier detalle es suficiente para hacer escarnio de los recién llegados: color de piel, rasgos faciales, cabello teñido, maquillaje, procedencia étnica, condición social, educación, indumentaria, comportamiento, ser un “H4”.

Dunkel (oscuro) y schwartz (negro) son los adjetivos favoritos de la sociedad alemana para denostar a quienes no somos “blancos” (los “güeritos” de México definitivamente pasan por “oscuros”). Hay que vivir con eso, escucharlo constantemente, por cualquier lugar donde se camine. Muchos alemanes nos sacan la vuelta, apartan a sus hijos, cambian de acera. Se imaginan que llevamos un arma escondida en el bolso o un cuchillo bajo el abrigo. Tienen miedo. Y no es para menos. El panorama actual de violencia terrorista nos convierte en sospechosos potenciales.

La situación es compleja. Mucha de la gente que llega proviene de círculos sociales extremadamente conservadores, por supuesto, sin la costumbre de practicar el nudismo de playa (por mencionar el ejemplo más “escandaloso”). No comprenden por qué las muchachas alemanas, llegado el verano, se tumban en los parques a tomar el sol con las tetas de fuera. ¿Qué se supone que deban hacer los musulmanes?, ¿no mirarlas? ¿Y qué se supone que deban hacer esas muchachas?, ¿cubrirse? Hartas están de ser consideradas unas “putas”. En las escuelas primarias, tiro por viaje, los niños turcos golpean a los niños alemanes, y no hay mucho que sus padres puedan hacer. Costumbres e idiosincrasia se contraponen. El odio está a flor de piel.

La mayoría de inmigrantes no viene por gusto, sino por la ayuda económica que pueden captar del gobierno, aspiran a una vida que jamás tendrían en sus países, y con familias tan numerosas, llegan a acumular más dinero que cualquier ciudadano alemán promedio. Es ya una tradición que las jóvenes musulmanas vengan a alcanzar a sus familiares (tíos, primos, hermanos) y lo primero que hagan sea embarazarse; no hay estrategia más eficaz que asegure su estancia y remuneración.

El atentado

Las premisas de la vox populi establecen: no todos los musulmanes son terroristas, pero sí todos los terroristas (autores de atentados) son musulmanes.

En su discurso pronunciado la noche del ataque al mercado de Navidad, Merkel dio a conocer el número de muertos y heridos y deseó su pronta recuperación. Sobre su política de refugiados, no se atrevió a decir ni pío. Por su parte, el pueblo alemán exige el urgente replanteamiento de la política migratoria; tan claridosos como suelen ser, en las redes sociales reiteradamente se leía: “Cuando dos millones de idiotas se encuentran entre nosotros, lo esperábamos”.

Desde el atentado en Wurzburgo (julio), una encuesta mostró que 77 por ciento de la población alemana esperaba más atentados dentro de la República Federal, contra 20 por ciento que indicó no estar segura de que se cometerían más actos terroristas.

En Italia, se planteó la posibilidad de que el ataque en Berlín fuese un eslabón del reciente atentado en Niza, una especie de copia calca descrita por el diario La Repubblica como “una respuesta de la milicia terrorista del Estado Islámico al Oeste: No está claro si el ataque a turistas en Jordania, el ataque en Berlín, el asesinato del embajador ruso en Ankara y el tiroteo en Zurich tienen alguna relación; sin embargo, el ataque al mercado de Navidad parece ser una repetición de hechos con una similitud claramente identificable. Fue el mismo baño de sangre que en Niza”.

En lo que fueron las primeras acusaciones contra Merkel, el pastor protestante Sven Petry escribió en su cuenta de Twitter: “¡Esos son los muertos de Merkel!”, y enseguida arremetió contra los políticos de derecha, a los que tachó de “tarados nacionalistas” que “buscan soluciones simples a problemas complejos”. Petry es bastante popular por haber sido el marido (hasta hace un año) de la “ultraderechista” Frauke Petry, presidenta del partido Alternativa para Alemania (AfD), la primera “verdadera y gran” rival de Merkel en once años de mandato.

Se dice que esta política “de rostro angelical”, la Audrey Hepburn alemana, podría destronar a Merkel en las elecciones del próximo año. Por su meteórico ascenso, se le ha comparado con Trump, pero también porque, igual que él, quiere frenar la llegada de más inmigrantes, reanudar las buenas relaciones con Rusia y luchar contra la “islamización” de Alemania.

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