La mecedora, madre de brazos de madera, también necesita la nana —del silencio— para arrullarnos.
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El insomnio es un país nocturno con muchos consulados de sueño a lo largo y ancho del día.
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Los prejuicios, las ideas preconcebidas, es bueno que se queden olvidados como una camisa en un cajón del hotel.
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Cuando se viaja, no hay que mirarse en los espejos: pueden recordarnos que seguimos estando en el mismo sitio.
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Cada sello de visado, una miga de Pulgarcito por si quisiéramos volver.
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Nada está conforme en donde está: en la nevera, lo que está frío nos pide que lo cocinemos; tras haber sido servido el del día, el guiso está pidiendo a gritos que lo metamos en el refrigerador.
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Esas fronteras que en el mapa parece que las ha eliminado una goma de borrar o que por el contrario ha dibujado un rotulador, cuántos muertos han costado que desaparezcan o se tracen.
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En la cristalera del edificio nuevo, la fachada del antiguo siempre se refleja más fea.
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En las viejas calles, los adoquines son las cajas negras que registran los pasos de quienes han caminado por allí. A veces entran ganas de sentarse en el bordillo a escuchar sus historias.
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Verano: diálogo de sordos entre el parloteo de la chicharra y el blablablá del aire acondicionado.
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Desde la casa de enfrente, nuestra vida aún tiene el misterio que hace mucho tiempo dejó de tener en ésta.
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Lo mejor de regar no es el efecto de ello sobre las plantas, sino la sensación de sentirnos nube.
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De vez en cuando hay que pintar las casas. Si no, se corre el riesgo de que cada vez se parezcan más a nosotros.
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Los dioses ajenos son añejos vinos alejados; soportan mal los viajes.
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Hay religiones que se propagan mediante el fuego y la espada y otras que lo hacen en su huida. Siempre son preferibles las segundas.
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Hay religiones que se propagan, y otras que se propalan.
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Abominan de la religión, pero no hay día que no emprendan una cruzada.
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No temo ser polémico y que me clave su pico en respuesta un águila. Sí, las incomodidades de un enjambre de mosquitos.
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Doble error: quien no escucha, habla demasiado.
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Si me llaman sabio, vuelvo la mirada atrás o alrededor.
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Chillan mucho. Ponen el grito en el cielo los que han optado por el infierno.
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La ecuanimidad es muy difícil. La moneda no suele caer de canto.
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Hay personas que viajan mucho. No suelen ir a ningún sitio.
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A menudo nos olvidamos de quienes somos, siempre con la vista puesta en quienes querríamos ser.
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Como la tinta simpática, que se borra, debería haber un eco simpático que borre las palabras de ayuda a quien no sabe agradecerlas.