Iker Mitchell: enseñar a volar

Danza

Iker Mitchell, quien falleció el pasado 14 de febrero, no solo fue un extraordinario bailarín y coreógrafo, también fue un esplendido maestro cuya contagiosa pasión y profesionalismo, fueron pilares para la actual comunidad dancística de México

Iker Mitchell alentaba a entender el oficio de bailar (Foto. Archivo personal Iker Mitchell)
Argelia Guerrero
Ciudad de México /

En cualquier contexto, la figura del maestro o maestra es relevante para la historia profesional y de vida, y para el universo del arte resulta una relación fundamental.
Existen maestros que marcan la vida e inyectan la pasión que viven por lo que enseñan. Iker Mitchell fue esa figura para muchas bailarinas y bailarines que conforman hoy la comunidad dancística de México. Iker murió el 14 de febrero y dejó un vacío sensible en la danza mexicana.
Como bailarín de la Compañía Nacional de Danza alcanzó la categoría de corifeo y a lo largo de su experiencia adquirió una pasión contagiosa por los ballets de repertorio para convertirse en experto y repositor. Era un erudito de esta materia y conocía a detalle los ballets más importantes del mundo. Si alguien dudaba algo respecto de una obra había que recurrir a Iker; él sin duda lo sabría. Con humor ácido, y siempre con hilaridad, respondía lo que se le consultaba y se dejaba llevar por la pasión para platicar de las distintas versiones, sus diferencias y convergencias, los nombres de bailarinas y bailarines más recordados por ejecutarlas magistralmente y, al final, comenzar a bailarlas o marcar los pasos con sus manos en una especie de trance. Claro, susurrando la música de memoria.


Lo conocí cuando estaba por finalizar su formación como docente en la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea. Sus dos compañeras de generación, Ada Rangel y Magda Rentería, fueron mis maestras y coreógrafas durante sus prácticas escénicas y educativas. De la mano de ellas llegué al embeleso de escuchar a Iker hablar sobre danza. Su conocimiento profundo de la técnica era una cualidad evidente, pero destacó con mayor relevancia la capacidad que tuvo para transmitirla recurriendo a ideas, metáforas y sensaciones para lograr que aquello que los docentes llevan en teoría fuera posible traducirlo al cuerpo.
Era un profesor estricto, apegado a las más tradicionales formas en la enseñanza del ballet pero sin dejar de buscar fórmulas novedosas que le permitieran comunicarse con las alumnas, cada vez más distantes en la brecha generacional. Su prioridad fue, claramente, formar bailarines técnicamente impecables y enamorados del arte. La tarea del maestro Mitchell ha quedado cumplida, pues hoy en día su legado tiene huella en la mayoría de las expresiones dancísticas de México.
Con la noticia de su muerte, integrantes de Ballet de Monterrey, el Taller Coreográfico de la UNAM, la Compañía Nacional de Danza, Ceprodac, Contempodanza y un sinnúmero de bailarinas y bailarines con proyectos independientes dentro y fuera del país compartieron la experiencia de haber tenido a Iker como maestro y amigo. En los pasillos de la Escuela Nacional de Danza su andar casi nunca podía ser fluido, pues a su paso era abordado con el cariño de bailarinas de todas las edades. Las más pequeñas, con dos chongos a los costados de sus cabezas, se prensaban de su pierna y con gozo le gritaban ¡Iker! El maestro les reviraba el cariño con alguna de sus frases irónicas exhortándolas a trabajar y a ensayar. Trabajar y ensayar. Amar la danza y entregarse de modo honesto, serio y fiel. Entregar a la danza el esfuerzo diario fue, tal vez, la más perenne enseñanza del maestro Iker para quien hace y quiere hacer danza.
Pienso en la ausencia física de Iker y recuerdo las palabras con las que Alejo Carpentier inicia su novela La consagración de la primavera: “El suelo. Medida del suelo. Tranco, salto, levitación, anhelada ingravidez sobre el suelo. La danza. La danza siempre, oficio de alción”.
Iker Mitchell alentaba a entender el oficio de bailar: despegar del suelo, forzar el cuerpo para despegar, dibujar el espacio, desplomarse de vuelta al suelo y volver a levantarse.
Puedes volar en paz, maestro, tu misión está cumplida.


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