“Creo que soy un buen lector: disparejo, irregular –creo que un buen lector así es–. Nunca leo nada porque creo que deba leerlo, sino porque me interesa y creo que me puede aportar algo. Así he sido con la literatura y, por ende, con la poesía”. Las palabras le pertenecen a Vicente Rojo, de una conversación con MILENIO en 2009, a propósito de la exposición Correspondencias.
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Nunca fue una labor oculta o anónima su relación con el libro, sobre todo a partir del diseño; era harto conocida, si bien entre tantas portadas que pasaron por su mirada se pierde la importancia de una obra que ha dejado un antes y un después, como explica Selva Hernández, editora, diseñadora, librera y tipógrafa, quien acompañó a Vicente Rojo en parte de este trabajo.
“Lo mismo hacía una instalación que una pintura, una escultura, carpetas gráficas, libros de artistas, portadas de libros; aun cuando dejó de diseñar libros tenía la capacidad de renovar gráfica y visualmente los problemas de diseño, por ejemplo, para las portadas de la serie El Volador de Joaquín Mortiz, en la que estaban obras de Salvador Elizondo, Carlos Fuentes o Vicente Leñero, y para cada novela, obra de teatro o libro de poesía, tenía una solución completamente diferente”.
VIDA EDITORIAL ACTIVA
A su llegada a México, Vicente Rojo trabajó en la icónica Imprenta Madero y en la Revista de la Universidad de México, aunque sus primeras colaboraciones se dieron en un suplemento del Instituto Nacional de Bellas Artes, al lado de Miguel Prieto, y buena parte de su relación tuvo su punto culminante con la creación de Ediciones ERA: la R es la inicial de Rojo.
“Vicente tuvo la oportunidad de llegar a un México preocupado por publicar libros sobre México, con fondos: había una vida editorial muy activa, a la que le sumaba una perspectiva contemporánea, alejada de lo que buscaban los artistas anteriores, que era apegarse a la tradición plástica mexicana”.
Suele quedar en la memoria la relación de amistad que sostuvo con Gabriel García Márquez, quien le había pedido el diseño de la portada de Cien años de soledad, pero no pudo terminarla a tiempo y fue hasta una segunda edición que se integró su diseño a la obra.
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German Montalvo conoció a Vicente Rojo, hacia 1977, en la Imprenta Madero, antes de que al trabajo que se hace con los libros se conociera como diseño gráfico: “Desarrolló un trabajo con un gran gusto tipográfico que fue su mayor herencia, con una capacidad para resolver, una notable economía de medios y el compromiso de que lo que él hacía como diseñador tuviera una función.
“Vicente fue el diseñador de todos los grandes intelectuales de ese momento, creció junto a ellos diseñando las portadas de sus libros, con Fernando Benítez diseñando el suplemento México en la Cultura, la revista Artes de México, la colección Voz Viva de México, la revista Vuelta”.
La mayoría de los escritores y escritoras de la segunda mitad del siglo XX tuvieron una portada diseñada por Vicente Rojo, el mismo artista hablaba de cuando menos mil portadas realizadas en su vida, entra las que se encontraban Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Fernando Benítez o Elena Poniatowska.
“Renovó el estilo y el espíritu tipográfico desde mediados de los años 50 y dejó una gran escuela. Les otorgó un gran carácter a las publicaciones culturales: hay un antes y un después a Vicente Rojo en el mundo del diseño de libros”, considera Montalvo.
Y ADEMÁS
HOMENAJE NACIONAL EN SUSPENSO
Sin ofrecer mayores detalles, la Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal) anunciaron que el Museo de Arte Moderno albergaría una gran exposición retrospectiva, “la cual se estaba trabajando con el artista, y que será parte del homenaje nacional que se le rendirá”.