Han pasado siete años desde la muerte de Rita Guerrero, una de las vocalistas más influyentes del rock mexicano. Su historia e influencia son recuperadas por Arturo Díaz Santana, director de Rita, el documental, que recupera testimonios de amigos, familiares y compañeros de quien fuera líder de Santa Sabina.
En los documentales sobre figuras del rock suele partirse de un mito. ¿Cómo delineó su acercamiento a la historia de Rita Guerrero?
Mi película surgió a partir de la amistad. A pesar de que era 17 años mayor que yo, nos llevábamos bastante bien. Rita era una eterna insatisfecha y me interesaba retratar su insatisfacción como una búsqueda espiritual. Por otro lado, descubrí la dimensión de Santa Sabina mientras hacía el documental. Era muy sensible, culta, alguien a quien le gustaba tocar rolas de Silvio Rodríguez y Serrat. El rock no era el centro de su vida.
Tengo la impresión de que esta amistad influye en los alcances de la película.
Diría que es una película funcional en sus términos y por lo tanto honesta. No encontré nada censurable. Supongo que por eso todos están contentos: tanto los miembros de Santa Sabina como su familia. Fue un ejercicio de franqueza, una suerte de duelo y a la vez una celebración de la vida. Su pasión por la música antigua refleja la fortaleza de su carácter. En este sentido, tenía un espíritu antiguo que abrevaba del expresionismo y el romanticismo.
¿Por qué plantear la película como un duelo?
La mayoría de las películas biográficas de personajes muertos son un poco eso. Entramos a verlas sabiendo el final, pero con la ilusión de que algo los mantenga vivos. Cuando vemos un documental como éste buscamos la vida y no la muerte. Junto con Aldo, su pareja, sabíamos que era una forma de cerrar un ciclo.
¿Por eso hacerla de manera coral y sin una tesis que demostrar por parte suya?
Quería dejar que hablaran los demás, su familia y sus compañeros. Si paso desapercibido es también para simular objetividad. Mi posición en todo caso se nota en decisiones estéticas.
Evidente sobre todo en la música y la atmósfera que aporta.
Las intervenciones musicales construyen un discurso narrativo paralelo y sutil. Traté de aportar algo personal en beneficio de la historia y el mensaje. El tono y la emoción no siempre están en el guión; en mi caso, se consolidaron sobre la marcha. Al final la conexión no solo se consigue con la historia, también influyen la atmósfera y la música.
Alrededor de la muerte de Rita Guerrero se han dicho muchas cosas. ¿Por qué no hablar de eso?
Cuando te toca ni aunque te quites. La hermana de Rita falleció de la misma enfermedad dos años antes, de modo que tenía plena conciencia de lo que sucedía. Ella creía en los tratamientos alternativos pero al final las cosas son como son. Al igual que Xavier Villaurrutia, sentía una conexión especial con la muerte sin que esto quiera decir que no le preocupaba porque adoraba a Claudio, su hijo, y él era muy pequeño.
Uno de los problemas con los documentales de rock es el pago de derechos. ¿Cómo fue su experiencia en este sentido?
Los documentales sobre música tienen que pagar una cantidad exorbitante de derechos autorales y en México esto vuelve prohibitivo el género. En Estados Unidos existen mecanismos para sortearlo, pero aquí necesitamos políticas que protejan al documental. A pesar de que Santa Sabina es una banda marginal tuvimos que negociar con grandes disqueras y fue algo muy complicado. Nos tomó dos años llegar a un acuerdo con Sony Music. El pago de derechos impide que el género florezca.