Cara de liebre de Liliana Blum: la trama y el destino de la belleza

Reseña

Blum se aventura a profundizar en las relaciones tóxicas, encarna en los personajes ese lenguaje sutil del inconsciente. Los lleva desde el orgasmo al repudio en un pensamiento.

En los textos de Blum y más en Cara de liebre, una lucidez corporal matiza el comportamiento de los personajes. (Gilberto Lastra)
Gilberto Lastra
Durango /

Abrir a rajatabla un libro. Un proceso voluntario o involuntario: arrojarse al vacío de uno mismo. Liliana Blum, en Cara de liebre, su última novela, se aventura a las tinieblas de comportamiento humano, con sagacidad.  

Tiene la pericia de interiorizar en el personaje y convertirlo en acción. El motivo de la hostilidad nata de los seres humanos emerge poco a poco mientras desnuda la banalidad de la estética femenina y masculina: un pilar en su obra, la belleza maltrecha y sus consecuencias.

En este libro Blum coteja el sentido humano del horror, ese miedo primitivo convertido en bullying como una reacción involuntaria grupal. Con un profundo sentido de la realidad arranca la trama de una pequeña ciudad como Durango. Entre lo bucólico y un progreso que nunca se alcanza.

Blum se aventura a profundizar en las relaciones tóxicas, encarna en los personajes ese lenguaje sutil del inconsciente. Los lleva desde el orgasmo al repudio en un pensamiento. El mundo está infestado de personajes incompletos a los que solamente el ego adormece para no perder la cordura al no alcanzar el canon de la estética occidental.

Pero más allá de la apariencia, hay rasgos tan particulares que alcanzan a seducir más allá de un cuerpo, unos ojos tamizados de color verde escondiendo una patanería superlativa. Los personajes, que del arte viven y habitan el mundo se pavonean enfermizos de su mediocridad, como tantos seres en la realidad. Ese espejismo de la creación mal lograda y su imagen autoproclamada. Los caminos del ego son misteriosos.

El canon de la belleza es similar a las clases sociales. La estética, un estatus darwiniano pero a la inversa, donde los anglosajones ocupan un lugar privilegiado. Los genes son una inversión emocional y económica. Y en Cara de liebre los personajes lo padecen al extremo. En una especie de opresión por el físico, una desventaja vital, congénita. Y por ende, el rechazo y el recelo: la venganza. Hay un velo sórdido en la realidad y que Blum aclara con sencillez. No haces saber que los monstros son hermosos también. Su simple existencia puede demoledora para los demás.

La mitificación de la belleza

En los textos de Blum y más en Cara de liebre, una lucidez corporal matiza el comportamiento de los personajes. Se siente, conocemos como lectores esas sensaciones y se encarna, literalmente a los protagonistas. Y más en una novela como esta que da cuenta de la mitificación de la belleza. Los capítulos son reveladores sobres el por qué de la violencia y las relaciones tóxicas, el bullying emocional.

Pero también en el arte hay una suerte de redención, de empotrar esos demonios y monstros en óleo. Hacer reencarnar en esa maldad en otra materia. Con soltura Blum abordar los procesos humanos de duelo muy lejos de la vista de la psicología. Solamente un individuo y su conflicto.

Uno de los mayores logros del libro son esa escena entre planos dimensionales. Cómo juguetea el lenguaje con la muerte, con ese silencio profundo de la inexistencia al encontrarse con un ser vivo. La sordidez de los párrafos y su brutalidad matizados por un halo de inocencia. Tal vez se podrían pensar en el libre albedrio. Ese comportamiento edénico, ese pensamiento primigenio donde la muerte es un sacrificio para la purificación de quien lo ejerce.

Los protagonistas alcanzan tonos épicos en medio de la mundanidad. Los roles fuera de la sociedad, el arte y sus ejecutores. Y aún así, dentro de los capítulos más cruentos, hay una rasgo de inocencia, de anhelo. El fin justifica los medios. Librar las heridas permanentes del alma. Causar daño al prójimo para sanar liberan esta novela del comportamiento de la normalidad.

Así son los destinos inconclusos, forzados por el deseo de una vida normal, arrebatada por lo escrito para cada persona. Aún, en un plano dimensional distinto, por llamarlo de algún modo.

Para Antonin Artaud, las situaciones extremas ampliaban los alcances de la conciencia. En Cara de liebre, como en otros de sus textos, los límites humanos sobrepasan la costumbre, la moral, la vida y la muerte.

Alcanza ese diálogo del lector y los niveles actuales de violencia. Sin duda, por la madurez en la escritura en un país amordazado por el prejuicio y las buenas costumbres, y las ganas de venganza. Esa madurez es inquietante, en otros textos sorprendía la capacidad de control y limpidez en el lenguaje. Ahora inquieta esa sensibilidad para hacer encarnar a los personajes en sus palabras. Es la lucidez en la intimidad humana sorprende.

La muerte es un estado natural, pero se puede ejercer al antojo de cualquiera, los seres humanos somos frágiles, y en la novela se juega un doble papel, la violencia no termina donde finaliza la vida.

Blum universaliza los pequeños dramas que a lo largo de la vida, son sentencias sociales, que por fuerza, habrá víctimas. El crimen hormiga, ese que padecemos todos los días y se acumula hasta abrevarnos la maldad, que en parte de una manera de recuperar los perdido de un destino impuesto desde hace siglos.

Pone entre paréntesis el mal existente en un crimen. Es un juego de fuerzas entre el bien y el mal, entre el individuo y la sociedad, y el saciar las necesidades propias del cuerpo y en más del espíritu. Narra la ternura de todo acto criminal: la humanización de la violencia, que es uno de los actos más liberadores que existen, tanto como la catarsis.

Y aunque el destino pueda ser nuestra más cruenta sentencia, siempre habrá una forma librarlo.

Cara de liebre es una novela mágica. 

RCM

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