Berta Hiriart escribió en 2005 un hermoso texto que se hizo acreedor del Premio Nacional de Ensayo Teatral que convocaba CITRU y Paso de Gato; mismo que habría de convertirse tras algunos años en uno de los galardones internacionales más importantes en nuestra lengua al sumarse la Editorial Artesblai de España. El ensayo, a manera de epístolas, es un tratado de escritura dramática desenfadado y noble. A la manera de Rilke con sus Cartas a un joven poeta a principios de siglo XX, o la de 1960 de Eric Bentley a un joven dramaturgo o la que dirige Vargas Llosa a un joven novelista en 1997, Berta Hiriart procura una interacción con una interlocutora imaginaria que anhela y procura cobijar y es por ello que titula su ensayo Cartas a una joven dramaturga. La intención de Berta, determinando género de su destinataria, no es sino un acto deliberado, finalmente un gesto político que se adelantaba o urgía por que sucediera un cambio y un nuevo empuje de artistas femeninas en nuestro teatro.
“En fin, lee y anota, o lo que es lo mismo, lee como dramaturga”, empuja a su interesada interlocutora. También le advierte: “Escucharás que el teatro de hoy no debe contar historias y, dicho con la misma convicción, escucharás lo contrario”. Hiriart, autora de obras como ¡Adiós, querido Cuco! y, entre muchas otras, Un día en la vida de Catalina, lleva de la mano a esta colega imaginaria e inexperta por diversos conceptos que implica la escritura para la escena. Es bello que no pretende ser la maestra ortodoxa y en todo momento deja puertas abiertas para que la dramaturga en ciernes tome sus propias decisiones, elija caminos y se equivoque o rectifique por cuenta propia. La insta, sin embargo, a aprender y aprehender el lenguaje y la técnica para acortar procesos y no seguir largas sendas. La generosidad de una maestra que transmite sin coartar la libertad de la alumna recorre estas valiosas páginas.
Cartas a una joven dramaturga me conecta de muchas con Berta Hiriart, pero la que desata mi nostalgia y nos hermana definitivamente es el haber tenido una misma maestra que marcó nuestros rumbos en el bachillerato: Marisa Magallón que, luego de una exitosa carrera de actriz al lado de Juan Ibáñez, habría de dedicarse a la docencia en la Escuela Preparatoria Núm. 6 de la UNAM. Bertha rinde tributo a sus maestros y colegas de generación; así, este ensayo resulta mucho más que una caja de herramientas teóricas para la dramaturga que se inicia en el oficio. Es también memoria de un recorrido apasionado de una de nuestras potentísimas mujeres del teatro.
Carta a una joven dramaturga
La Crítica/Teatro
La generosidad de una maestra que transmite sin coartar la libertad de la alumna recorre estas valiosas páginas.
México /
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