Desde que cruzo la primera sala del Museo Jumex, me encuentro envuelta por un espacio en el que la vida y la muerte bailan un tango eterno. La exhibición Vivir para siempre (por un momento) de Damien Hirst es un portal a la reflexión y a la contemplación inquebrantable de nuestra propia supervivencia.
El artista británico Damien Hirst se presenta como una fuerza imponente, desafiando las convenciones y suscitando especulaciones sobre la naturaleza misma del arte. Desde sus inicios en la década de los ochenta, Hirst se ha posicionado como uno de los artistas contemporáneos vivos más importantes, jugando con las normas establecidas y demostrando una audacia que, sin duda, ha dividido a críticos y admiradores por igual.
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El Museo Jumex es el lugar perfecto para su exposición en México, en la que 57 de sus obras desafían los sentidos y provocan preguntas incómodas. Desde sus controversiales animales preservados en formol hasta sus gabinetes farmacéuticos, esta serie de esculturas, pinturas e instalaciones te hacen preguntarte una y otra vez: “
¿Qué es el arte, sino un intento desesperado de aferrarse a un instante de eternidad en donde el tiempo siempre avanza?”.
A medida que recorro las salas, la dualidad de la belleza y el horror me rodea, las imágenes crudas me confrontan con las realidades que a menudo prefiero ignorar: la fragilidad de mi propia existencia y la efímera naturaleza de todo lo que veo. Un juego del tiempo se presenta en cada frasco de medicina, el intento máximo de seguir aquí, una burla a todo lo que pretende alargar la vida humana.
Entre la perfección del acomodo de cada pieza, encuentro destellos de encanto que dejan sin aliento. Cada escultura es un tributo a la intensidad de la experiencia humana, un recordatorio de que incluso en medio del caos y la incertidumbre del futuro, hay momentos de pura belleza que valen la pena ser celebrados.
Vivir para siempre (por un momento) es un viaje emocional a través de los misterios de la realidad. Estoy obligada a confrontar mis propias ansiedades y temores, y también a celebrar la simpleza que hace que la vida valga la pena ser vivida. En un mundo en el que la mortalidad acecha en cada esquina, Damien Hirst nos recuerda que, aunque nuestras vidas puedan ser momentáneas, el arte tiene el poder de capturar un momento de eternidad; y en este instante, me siento inmortal.
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