El Colectivo Teatral de Guerrero ha pasado por el Centro Cultural Mulato Teatro en Ticumán, Morelos, como parte de su gira en el Circuito Nacional de Artes Escénicas en Espacios Independientes del Proyecto Chapultepec, que gestiona el Centro Cultural Helénico. También ha pasado por Tlaxcala, Puebla y su propia entidad federativa con un texto clásico poco visitado del gran Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza: El condenado en fingir, que se publicara por vez primera en el primer tomo de sus comedias hacia 1628, en Madrid. Con un elenco de elencos, pues los participantes provienen de distintas ciudades y colectivos guerrerenses, José Uriel García Solís consiguió con su dirección de escena unificar estilos actorales en un trabajo sólido y divertido que nos comparte a un Juan Ruiz poco socorrido cuando de llevar a escena clásicos se trata. Con este montaje el Colectivo Teatral de Guerrero ha participado en las Jornadas Alarconianas en el Taxco que vio nacer al bardo y en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, España, donde se conserva uno de los pocos Corrales de Comedias del Siglo de Oro.
Montserrat Hernández, Xitlalli Hernández Quezada, Luis Enrique Cortés Ávila, Cuauhtémoc Astudillo Méndez, Pedro Acevedo Figueroa, Luis Manuel Salazar e Irving Marcelo Hinojoza forman el elenco que nos regala una estupenda interpretación del clásico con la interpretación de música en vivo de Santiago Marcelo Valdivia. La asesoría de verso y combate escénico corre por cuenta de Ramón Cadaval y el vestuario por Mario Marín. Un montaje que prescinde de cualquier elemento escenográfico y en cambio emplea incluso el cuerpo de los actores para generar los distintos espacios escénicos. La ficción se da gracias al juego de convenciones y al desdoblarse de los actores en un juego escénico que honra la tradición del teatro del Siglo de Oro por todo lo alto. Estupenda puesta en escena a la que deseamos larga vida y que regrese a Ciudad de México y viaje por todo el país.
TRASPUNTE
Rara avis
Hace 30 años los trabajos escénicos sobre clásicos griegos, isabelinos o del siglo áureo solían ser frecuentes en más de un teatro de la capital y del país. Hoy son rara avis. ¿El fenómeno será signo de nuestros tiempos cuando la exigencia del trabajo actoral con el verso y el miedo a la incomprensión del público nos hacen descartarlo?