El doctor Faustus en el año de la pandemia

Fausto es el hombre eternamente insatisfecho, el que vive para tener más de todo, con la velocidad y la zozobra que esta clase de vida implica. La insatisfacción lleva al doctor Faustus a pactar con el diablo.

Es escritor, locutor, autor de 10 novelas traducidas a varias lenguas y libros de cuento, ensayo y poesía. (Especial)
Ciudad de México /

Fausto es el hombre eternamente insatisfecho, el que vive para tener más de todo, con la velocidad y la zozobra que esta clase de vida implica. La insatisfacción lleva al doctor Faustus a pactar con el diablo, su alma a cambio de conocimiento, posesiones y placeres ilimitados; el exceso como forma permanente de vida, con el previsible final que tienen las vidas, las historias y las situaciones que han perdido el equilibrio entre lo fáustico y lo apolíneo.

Su obra más reciente es Usos rudimentarios de la selva (Alfaguara, 2018). (Especial)

La pandemia que este año ha unificado a nuestra especie tiene que ver con ese equilibrio perdido, sin soslayar que es la obra de un virus que tiene como único objetivo infectar a un número significativo de personas, no a todas las que habitamos este planeta porque, en ese caso, el virus moriría con nosotros y, sin cuerpos que infectar, se extinguiría. El virus es un organismo irracional, pero no es idiota, tiene sus estrategias de supervivencia, igual que las tenemos nosotros; de eso va, precisamente, el asunto de la pandemia: nos replegamos, resistimos como podemos los ataques del enemigo, en lo que conseguimos un arma para defendernos.

Fausto es el arquetipo de la persona que se pasa la vida persiguiendo metas, objetivos y en cuanto los consigue, o se aburre de ellos, persigue otra cosa, está siempre moviéndose frenéticamente. Goethe escribió su versión de Fausto, que es en realidad una vieja historia popular en la que el doctor Johan Georg Faust vende su alma al diablo y después de un trayecto vital cada vez más insatisfactorio, termina en el infierno. En la ciudad alemana de Staufen, en la Selva Negra, está la pequeña posada en la que el diablo fue a cobrarle la deuda al doctor Faustus. “Lo que tiene inclinación hacia el diablo terminara yendo al diablo”, advierte esta historia anónima, escrita en 1587.

Al margen de las muchas interpretaciones que tiene la leyenda de Fausto, me gustaría quedarme aquí con la línea argumental que nos sugiere que la vida desmesurada, desequilibrada, excesiva, produce una cadena de excesos que termina devorando a la persona. “¡Muéstrame el fruto que se pudre aun antes de arrancarlo, / muéstrame árboles que a diario reverdezcan!”, dice el Fausto de Gohete, en uno de sus grandes momentos de exaltación.

El público que consumía las obras de otros en el siglo pasado hoy se ha vuelto productor. (Especial)

El arquetipo que nos ofrece este personaje nos sirve para identificar que nuestro siglo XXI pertenece al mundo fáustico, del cual el covid-19 es solamente uno de sus síntomas.

La persona eternamente insatisfecha, como el doctor Faustus, tiene, para empezar, un ego desmesurado, cree que puede hacerlo todo y por tanto siente que tiene el control del entorno, lo cual es desde luego una ilusión, pero la forma en la que encara la vida no es ninguna ilusión, la criatura fáustica cree que todo lo puede.

Los habitantes del siglo XXI tenemos el ego fáustico, hay todo un sistema de creencias new age que nos hace creer permanentemente que somos muy valiosos, que solo de nosotros depende la felicidad que nos toca, que la vida está subordinada a la actitud con la que uno la enfrente; todas estas medias verdades, que pasan por alto la existencia del azar, e ignoran la felicidad que proviene del otro y la triste evidencia de que estamos lejos de ser esa cosa magnífica que nos dice el gurú que somos, confluyen en ese eslogan absurdo y pernicioso que dice: “sí se puede”. ¿Se puede?, depende y, sobre todo, el no poder también forma parte de la normalidad; pero la criatura fáustica cree que siempre puede.

En la Red todo está organizado para que podamos, la cantidad de información que nos ofrece una pantalla es el paraíso de la criatura fáustica que, sin moverse de su silla, puede consultar el clima que hará la semana próxima en San Petersburgo, o puede pedir pizza o sushi, comprar un piano, conversar con sus colegas o tener sexo virtual. El control que se tiene frente a una pantalla invita al usuario no solo a consumir información, series, música, entretenimiento diverso, también lo invita a participar. La irrupción de Instagram elevó el ego de sus usuarios, a grado tal que creen que una fotografía suya, de su propia cara, en plan épico o doméstico, es digna de ser exhibida públicamente; esta falta de pudor es típicamente fáustica. Es curioso, y sintomático, que durante el confinamiento al que nos ha obligado la pandemia, en estos meses en los que hemos estado con nosotros mismos, Tik Tok ha crecido exponencialmente, una plataforma que además de invitarnos a exhibirnos en una ventana pública como en Instagram, propone que el usuario ponga en práctica algún talento, aunque no lo tenga, y lo publique.

Lo mismo pasa con el blog, donde cualquier persona puede escribir y publicar una idea, sin importar que la prosa sea pobre y la idea mala, porque lo único importante es publicar. La dificultad que existía en el siglo XX para hacer pública una opinión o un ensayo era incomparablemente mayor que la que existe en nuestro tiempo; hoy cualquiera que tenga una computadora y acceso a internet puede hacer pública una novela, una película, una canción.

Nuestro siglo XXI pertenece al mundo fáustico, del cual el covid-19 es solamente uno de sus síntomas. (Especial)

Pero el acceso para todo el mundo que ofrece la Red se queda en pura sensación, no produce necesariamente más obras interesantes; el número de musas sigue siendo el mismo, lo que ha cambiado es la multiplicación del instrumental, del know how, aunque en realidad no se tenga mucho que decir.

El público que consumía las obras de otros en el siglo pasado hoy se ha vuelto productor; el espectador se ha convertido en artista; para publicar un texto ya no hace falta saber escribir, basta con llenar la caja vacía que tenemos ahí, a nuestra disposición, precisamente para eso, para llenarla. Lo mismo sucede al que quiere exhibir su película en la caja vacía de YouTube, o una canción o un comentario sobre cualquier tema.

El espíritu fáustico del siglo XXI nos enseña continuamente a expandir nuestros límites; moverse por el mundo, por ejemplo, es cada vez más fácil y más barato, viajar ha dejado de ser una aventura para convertirse en una actividad social; en el siglo XXI la criatura fáustica viaja, no tanto por la inquietud de conocer otra latitud y otras culturas, sino porque puede hacerlo, porque en este milenio todos podemos hacer de todo, y en esta dinámica del “sí se puede” entran los grandes procesos destructivos de nuestra especie como la deslocalización de las industrias, la huella de carbono que llevan los productos, la multiplicación de los vehículos de motor, el consumo excesivo de carne que redunda en los gases de efecto invernadero y un largo etcétera.

El espíritu fáustico del siglo XXI nos enseña continuamente a expandir nuestros límites. (Especial)

Decía al principio que el covid-19 es uno de los síntomas de esta era fáustica porque sin esta glotonería el virus no hubiera salido de la ciudad de Wuhan, o no en la proporción en la que salió y se expandió gracias a la movilidad compulsiva de nuestro siglo. El virus se desplaza por la misma trama que nosotros, invadirnos es su fundamento y el indiscutible éxito de su campaña tiene que ver con la disposición de esta trama, con la forma en que los individuos, las ciudades y los países se interconectan; sería una ingenuidad mirar en esta dinámica de causa y efecto el castigo de la madre naturaleza.

No se trata, por supuesto, de renunciar a la movilidad ni de regresar a los usos y costumbres de épocas anteriores en las que, por cierto, la gente tenía que lidiar con peligros mayores y vivía mucho menos años que la de hoy; de lo que se trata, me parece, es de no venderle el alma al diablo como hizo el doctor Faustus, una operación que en este caso sería matizar el alma fáustica que promociona este milenio, con el alma apolínea, que no es tan moderna y está, incluso, en desuso, pero que es la esencia de la cultura occidental; mientras el alma fáustica va siempre a más, vive en una rueda que gira rápidamente todo el tiempo, produce, consume, persigue sin parar, el alma apolínea se desplaza lentamente, observa con detenimiento a su alrededor para hacerse una idea del panorama y luego piensa y reflexiona sin prisa y, hasta entonces, actúa, toma decisiones; impone su ritmo atávico, su lento discurrir como el del cosmos, a la frenética velocidad de nuestro tiempo.

Es columnista en MILENIO Diario. (Araceli López)
Perfil

Jordi Soler

Es escritor, locutor, autor de 10 novelas traducidas a varias lenguas y libros de cuento, ensayo y poesía, también caballero de la irlandesa Orden de Finnegans y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México. Es columnista en MILENIO Diario. Su obra más reciente es Usos rudimentarios de la selva (Alfaguara, 2018). Vive en Barcelona.

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  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.

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