Con una mirada alegre que provocaba siempre una sonrisa a su interlocutor, Manuel Felguérez, poseedor de una singular paleta de matices y técnicas, ya no encenderá su pipa. Incansable pintor, escultor y grabador con paciencia de teólogo, experimentó hasta el último momento antes de caer en cama.
Felguérez, el promotor del arte abstracto, siempre con su pipa encendida, decía que con su obra reinventaba el caos, porque era más difícil inventar el caos que crear el orden.
En una de las tantas entrevistas que dio a MILENIO, aseguraba que constantemente estaba en busca de lo desconocido.“Siempre me estoy reinventando, nunca me gusta repetir lo que ya he hecho, siempre estoy buscando algo nuevo, diferente, agregar algo, no quedarme en lo que ya sé, descubrir nuevas cosas…”
El artista siempre aclaró que él no pertenecía a la Generación de la Ruptura, como todos lo han querido encasillar, pues decía que fue más bien una apertura, más que ruptura, porque los artistas de su época se abrieron al mundo y al arte universal.
“Creo que el arte es comunicación y lo imponente cuando uno hace arte es entregarlo al público para que lo goce y pueda establecerse un diálogo entre el artista y el espectador”, indicaba el maestro.
Confesó que en sus últimos años casi ya no pintaba en pequeño formato porque la vista ya no le ayudaba, pero que esa situación lo había llevado a diseñar obras murales espectaculares.
Una de sus pasiones era acudir a los museos, al grado que afirmaba: “Soy rata de museos, viajo por el mundo para ver museos, porque cuando veo obras me voy formando una mirada”.
Maestro de la Escuela Nacional de Artes Plásticas e investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, en agradecimiento donó parte de su obra y su acervo al Museo Universitario de Arte Moderno (MUAC), al que calificó de “el mejor museo de México”.