En una magnífica entrevista que se puede consultar en el sitio web de la revista Jacobin, el teórico social David Harvey detalla por qué sigue siendo sumamente relevante el análisis llevado a cabo por Marx hace ya más de 150 años. De reiteradas maneras, Harvey insiste en que el principal vislumbre de ese pensador fue comprender que el capital y su circulación y reproducción constituyen un sistema con ciertas leyes que explican su funcionamiento, y que en ese sentido no es tanto que el capitalismo sea inmoral, en cuanto a que quienes toman las principales decisiones sean inherentemente malvados, sino que es más bien amoral, por lo que dadas ciertas reglas para la acumulación y concentración del capital, es prácticamente el propio sistema quien toma las decisiones, y los individuos terminan siendo simples agentes para actuar las ideas investidas en los procesos a los que habrán de consagrar la vida entera. De ahí que, en un sentido estricto, la revolución sea antes que nada un proceso mental, para procurar comprender qué papel ocupa cada cual dentro de ese sistema que a todos nos rebasa, con la esperanza de poder escapar a las inercias de la vida que deberíamos seguir, según nuestras particulares condiciones a la hora de nacer.
Quizá la mayor dificultad en la actualidad sea que aunque en las redes sociales hay una enorme cantidad de gente dedicada a denunciar injusticias, en términos globales es muy poca la gente dispuesta a hacer nada que vaya más allá de esto, y parecería que con el activismo en redes basta para poder formar parte en la vida cotidiana de muchos acuerdos e instituciones que son los que luego dan pie a aquellos fenómenos que tanto nos indignan, como sucede, por ejemplo, con el tema de la migración. Y es que por más que sea desgarrador ver a niños enjaulados, es claro que el único problema no reside en el sadismo de las autoridades migratorias estadunidenses, sino en la precariedad laboral, la miseria y la violencia que ha ocasionado el modelo productivo de la globalización, que ha concentrado la riqueza como nunca antes, lo que ha dejado a miles de millones de personas sin lo mínimo indispensable para sobrevivir, y de ahí que prefieran arriesgar sus vidas por mar o por tierra para llegar a países donde serán maltratados y vilipendiados, pero donde por lo menos en el mejor de los casos podrán desempeñar un trabajo que les permita sobrevivir mal, pero al fin sobrevivir.
Pero la contraparte de esto es, entre muchas cosas más, que podamos comprar iPhones a plazos ofrecidos por las compañías telefónicas, transportarnos en Uber o reservar hospedaje en Airbnb, y encima poder mostrar la preocupación por el estado del mundo posteando sin cesar en nuestras redes sociales, donde cada like a un post incendiario funge como validación de la calidad moral de uno. De ese modo, podemos continuar quejándonos con acidez del síntoma, sin necesidad de atender la raíz de los problemas, pues lo segundo probablemente nos obligaría a reconocer que somos mucho más parte del problema que de la solución de lo que quisiéramos admitir.