A sus 88 años, cumplidos el pasado mayo, Elena Poniatowska sigue al pie del cañón. El confinamiento no le ha arrebatado el buen humor ni las ganas de trabajar. Dice sentirse privilegiada de estar en casa, allá en Chimalistac, donde ha vivido desde hace 37 años. Por su labor, está acostumbrada al aislamiento y en estos meses dedica más horas a investigar y teclear en su estudio.
Por lo pronto, avanza en el segundo tomo de la saga El amante polaco, la historia de sus antecesores, aunque se da tiempo para otras tareas. Ha tenido la oportunidad de acercarse más a las nuevas tecnologías “porque ahora todo se resuelve a través de las computadoras”. Hace unos meses organizó, en formato virtual, junto con su hijo Felipe Haro, el Primer Simposio Iberoamericano de Periodismo Cultural Elena Poniatowska, “un regalo de la pandemia, del encierro”, dice contenta.
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Se han agudizado las diferencias con esta pandemia.
Claro que sí. Chimalistac, donde vivo, con sus calles empedradas, una iglesita, enfrente del Centro de Estudios de Historia de México que dirige Manuel Ramos, es un lugar de sumo privilegio. Es un enclave en la Ciudad de México. Al lado está el parque de La Bombilla, allí donde mataron a Álvaro Obregón, y veo que hay gente que va a caminar allá, aunque algunos días hubo unas lonas amarillas que decían: “No pase por aquí, peligro, peligro”.
Siento que quien más padece es la gente que vive hacinada, viven cinco o seis en un espacio mínimo. La relación hombres, mujeres, la familia, pues sigue siendo muy parecida a la novela de Oscar Lewis, un libro importantísimo, Los hijos de Sánchez. Es doloroso darnos cuenta de que el patriarcado sigue a todo vapor, en todo su esplendor, y que muchas mujeres no tienen oportunidades.
Justamente se han hecho más visibles estas problemáticas de las mujeres, de las trabajadoras del hogar y la violencia intrafamiliar.
Claro, lo de las trabajadoras del hogar y la continua presencia del hombre en la casa que suscita conflictos muy graves y es parte del maltrato a muchas mujeres. La presencia del hombre que no sale a trabajar y se desquita con la mujer, también ha sido doloroso.
Esta pandemia nos ha hecho encarar la muerte de una manera más cruda.
La pandemia es una lección civilizatoria que nos enfrenta a la muerte. Aunque nosotros, en el fondo, somos, no amigos, pero sí muy cercanos a la muerte. Estamos acostumbrados a bailar con nuestro propio esqueleto y a ver, a través de una especie de radiografías de José Guadalupe Posada, a la calaca, los huesos que bailan, los dientes que se caen, todo es parte de nuestra cultura y de nuestra cotidianeidad.
Además, acostumbrados a la cercanía con nuestros seres queridos que ahora se ha limitado.
Somos como muéganos, siempre estamos pegados. Recuerdo que Paula, mi hija, me dijo: “Mamá, si sigues saliendo a la calle, si no usas tu bozal, bueno tu tapabocas, te van a llevar al hospital, te vas a morir y no te vamos a poder acompañar. Te van a hacer cenizas y nos van a entregar un botecito, así va a ser. Y como eres muy chaparrita pues va a ser un botecito chiquito de cenizas. Entonces, eso va a ser tu futuro y es lo que a nosotros nos espera. ¿Vas a seguir yendo al parque?” Y le dije: “No, pues ya no”. Pero sí hacen falta los abrazos, procurar la amistad entre vecinos, algo que quizá no había antes.
Como periodista, ¿qué opinas del papel que han jugado los medios en esta crisis?
Te voy a hablar a partir de mi propia persona. Yo tengo muchísimo amor por el periodismo. He visto en el metro a gente que trae su periódico, así doblado, y que lo desdobla y se lo lee, y siento una gran confianza en lo que es el periódico, a diferencia de, por ejemplo, cuando entré a Excélsior, en 1953. Ahí había puros chanchullos, aunque también algunos buenos periodistas. Pero no salían a las colonias pobres, no se hablaba de la miseria y ahora sí hay denuncias, hay una preocupación por el bienestar, por la salud, por el trato que se da en los hospitales. Todas esas denuncias de los que no quieren usar tapabocas, de las agresiones a enfermeras y a médicos, todo eso habla de una sociedad muy viva, muy preocupada y, en el fondo, muy generosa.
Ahora estamos obligados a probar nuevos formatos en el periodismo.
Yo agradezco la posibilidad de comunicarme a través de la computadora. La tecnología ha sido providencial en estos meses, las redes sociales para comunicarse con amigos y familia. Ojalá cada día más jóvenes tengan la posibilidad de acceder a estas tecnologías. Quién sabe qué va a salir, yo creo que cosas nuevas, pero a mí lo que más me interesa es la relación entre los seres humanos, que se cierren los precipicios tan inmensos que hay en México entre una clase social y otra.
La crisis ha afectado a las instituciones culturales.
Sí. Y también creo que es un golpe muy grande a la burocracia, a la cantidad de gente que trabaja en oficinas y que muchas veces se les considera como personas sobrantes, que no hacen falta porque lo que hacen tampoco es indispensable. El país ha funcionado sin la burocracia, así como sigue funcionando sin las grandes tiendas, no las de comestibles, pero sí, por ejemplo, las de ropa. Durante meses nadie fue a comprar ni un calzón.
¿Cómo podrá recuperarse la cultura?
Ha sido un error bajar el presupuesto en la cultura, hay que invertir en la cultura, en el ser humano, en la inteligencia, en el “coco”, es lo que puede salvar al país.
Lo mismo pasa con la ciencia, ¿no crees?
La ciencia, sí. Acuérdate, Guillermo Haro, papá de mis hijos, mi marido, fue astrofísico y se dedicó a promover la ciencia. Creo que en México se ha demostrado que tenemos grandes científicos. Pienso en Manuel Peimbert, en Ruy Pérez Tamayo, en Arcadio Poveda. Todos han destacado y han competido con científicos de alto nivel de países altamente desarrollados. Hay que decidir los presupuestos con más inteligencia. ¿Qué va a pasar? No sé. Es una incógnita, un tema dolorosísimo y ahí sí haría muchísima falta un pensador como Carlos Monsiváis, como José Emilio Pacheco o como Octavio Paz. En fin, como toda la gente que nos ha dado sus ideas, su visión del mundo y que ahora ya no está entre nosotros, para nuestra desgracia.
Estamos ante una situación inédita para la humanidad.
Yo creo que para muchos debe haber mucho miedo. Hubo casos provocados por los humanos, como el Holocausto, los campos de concentración. Ahí fue un daño espantoso del hombre contra el hombre, de los seres humanos que se vuelcan a hacerle daño a otros seres humanos. Pero en el caso de la pandemia ¿qué podemos hacer contra un bichito invisible?; es algo muy misterioso, muy enigmático y absolutamente opaco porque no hay ninguna rendija por la cual meterse en contra del coronavirus.
¿Qué nos espera? ¿Cambiará nuestra forma de vida?
Creo que la naturaleza humana es siempre la misma, siempre hay hombres y mujeres generosos y llenos de curiosidad por lo que va a pasar y otros que viven la vida a partir de sí mismos y si no tienen muchas luces su camino es un camino más estrecho. No te sabría decir, ojalá y fuera pitonisa, pero no lo soy. A ver cómo salimos.
amt