En primero de primaria, en el Instituto Patria de Ciudad de México, era un “sádico que martirizaba con rodillazos en el coxis al compañerito que iba adelante en la fila”. Luego se le quitó eso del bullying: “Nunca llegué a tener pleitos a la salida, porque a partir de segundo o tercero de primaria me volví un pacífico nerd”.
Fue un niño y adolescente que veía caricaturas (El Correcaminos, Porky, Los 4 Fantásticos, Tom y Jerry, Popeye), pero lo suyo era el futbol: seguidor de los Pumas y el Barça, fue mediocampista ofensivo en el equipo del Instituto Simón Bolívar, donde fue compañero de los hermanos Manzo, Agustín y Armando, que jugaron en América y llegaron hasta la selección nacional. “Era un buen pasador y tiraba bien de media distancia, pero los entrenadores me tachaban de holgazán porque nunca bajaba a defender. Y en los tiros libres, le sacaba a ponerme en la barrera”.
En la infancia rezaba, pero en la adolescencia perdió la fe. Le place el yoga, pero no la meditación: “Jamás he podido entonar mantras hasta perder el timón de la conciencia”.
Aunque tiene semblante rudo, le gustan los animales: “Adoro a mi perrita Kinky, una pug encantadora”. Y se pone frente al televisor con ella, porque aprecia las series y quiere la suya: “He visto muchas desde que empezó la edad de oro de las series televisivas. Mis favoritas son Los Soprano, Mad Men, Los Borgia, Roma, Narcos México. La de Luis Miguel me gustó, tiene un estupendo guion de Daniel Krauze. No pierdo la esperanza de que algún día se haga una serie televisiva basada en alguna de mis novelas”.
Es un cinéfilo empedernido. Y si no hay nada que ver, se puede ir a bailar: “En mi familia todo mundo baila muy bien. Yo soy un bailarín mediocre, pero no le temo al ridículo”. La música le va, aunque hay cosas que la dan urticaria: “En reuniones con amigos o en fiestas íntimas escucho sobre todo música plebeya: rock, bolero, salsa, tango. Aborrezco el reguetón”.
Este hombre de 60 años, escritor nacido en la capital del país, que carece de teléfono inteligente, autor del libro del año (El vendedor de silencio, editorial Alfaguara, novela sobre la vida del periodista y columnista Carlos Denegri, que retrata las relaciones de la prensa con el poder en el siglo pasado), al que le encanta la comida yucateca, “acompañada de un tequila para abrir boca y luego una cerveza”, y que se llama Enrique Serna, contesta así cuando se le provoca:
¿Las columnas periodísticas son nuestro aceite de hígado de bacalao cotidiano?
Son un complemento necesario de la información. Cuando el columnista es confiable, afina y enriquece la cultura política del lector.
¿Los columnistas son un mal necesario y una adicción?
Lo ideal es leer a columnistas de distintas tendencias ideológicas, para no casarse con las propias ideas, pero me temo que nadie lo hace.
En el sexenio pasado todavía abundaban los Denegris (que chayoteaban por su silencio, o por publicar algo)...
No han desaparecido, solo están en una época de vacas flacas.
¿Los Denegris de la 4T son vendedores de silencio ideológicos, más que crematísticos?
No creo que haya Denegris en la 4T. Yo le reconozco honestidad al Peje y a sus ideólogos, pero al mismo tiempo he podido observar que prefieren la muerte a reconocer un error y me molesta que pretendan monopolizar la autoridad moral.
Eso del Cuarto Poder ha sido y es una universidad y luego cofradía de extorsionadores y millonarios
Lo fue hasta hace poco, pero tarde o temprano, los periodistas mercenarios pierden credibilidad. Quizá estemos viviendo el ocaso del chayote.
Cualquier poderoso usa a los periodistas, pero los abomina, los desprecia…
Sí, porque la pérdida del honor devalúa a cualquier ser humano, principalmente ante sus compradores de elogios o de silencio.
Somos un país macho, misógino, homofóbico, racista e irremediable, igual o peor que en tiempos de Denegri…
En algunos aspectos estamos mejor que en tiempos de Denegri. Hay más respeto a las minorías sexuales, más aceptación de las diferencias, pero el machismo patológico sigue cobrando víctimas todos los días. Haría falta una revolución educativa para extirparlo.
¿Las telenovelas (él fue argumentista) nos reflejan, nos matizan, nos exageran o nos provocan?
Las telenovelas fomentan el narcisismo de la conciencia: nos incitan a simpatizar con las víctimas, a sentir que somos buenos y nobles. Por eso creo que la literatura tiene el deber de mostrar el lado oscuro de la condición humana. Ya sabrá el lector si rechaza o se identifica con los antihéroes.
¿Un escritor inteligente debe aspirar a un best seller más que a premios literarios?
Yo creo que un escritor no debe renunciar al diálogo con el hombre común, pero aspirar a ser un best seller puede asfixiar su creatividad, porque eso implica seguir cartabones de mercadotecnia.
Tuvimos un “seductor de la patria” (título de su novela sobre Antonio López de Santa Ana) y ahora tenemos a…
Tenemos un eterno candidato en campaña...