El bigote de cuatro décadas se mueve como un péndulo en el rostro de Abraham Oceransky Quintero, el hombre que acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de Artes y Literatura de México y quien asegura que el arte no es cosa superflua ni vulgar, sino un monasterio.
"Es una forma religiosa de encontrarte contigo y con la humanidad, porque el arte es la cumbre de los conocimientos", afirma el director y productor teatral.
Su calva pronunciada y los surcos de su rostro reflejan los 77 años del dramaturgo, constructor de teatros y formador de artistas, pero, dice que en el corazón sigue teniendo 18 y creyendo que "mañana va a conquistar el mundo, como dice Pinky y Cerebro".
"Me estoy acercando a entenderme, cada día estoy más cerca de entenderme", agrega en las entrañas de su teatro La Libertad en la ciudad de Xalapa, capital del estado de Veracruz, donde radica.
El Gobierno de México le otorgó el premio en el área de las Bellas Artes por sus aportaciones, que han renovado el teatro nacional y Oceransky, solo unos días después, deambula con un cigarro en una de sus manos y en la otra una taza de café por las butacas del teatro.
"El teatro cumplió todos los requisitos que alguien puede desear en la vida: no veían si mi ropa era buena o si yo era guapo o si era bueno en el sexo o cuánto dinero tenía, sino veían mi espíritu, mi mente, mi corazón", dice.
El autor de puestas en escena que son referencia del arte mexicano, como Las dos Fridas y El diario de Frida Kahlo, llegó al teatro a los 22 años con una carrera como publicista y rockero, pero por error acompañó a un amigo a una audición de Alejandro Jodorowsky y el artista chileno naturalizado francés le pidió mostrarse en las tablas.
"Lo acompañé, me senté en la sala y Jodorowsky dijo: pásate, te falta pasar a ti. ¿Cómo yo?, sí quítate el saco y pasa, entonces pasé y me puso 6", rememora con una sonrisa.
Para llegar a la máxima expresión de las artes escénicas, Oceransky debió ver, en sus años infantiles, un ovni sobre la Catedral de la Ciudad de México; dibujar una y otra vez en sus libretas escolares; beberse docenas de libros; y llevar su imaginación a lugares insospechados.
"Me gustaba armar aviones o barcos o jugar con animalitos, pescar insectos, ver cómo eran los mecanismos del movimiento. Yo era un niño que exploró todo", rememora.
Antes de subir a las tablas y de romperse la pierna, es decir, de entrar de lleno al teatro, tocó la guitarra en el grupo de rock Slippers, al que califica como una porquería, también en Los Locos del Ritmo y Teens Top; además conoció y escuchó a Diego Rivera y Frida Kahlo.
Para Abraham ingresar en ese escenario cambió su vida de manera radical y desde entonces supo que era el lugar más afortunado que apareció en su existencia.
"Me di cuenta que había un trabajo de conciencia, el arte no es una cosa superflua, no es una materia vulgar, no es una forma de trabajo económico, es un monasterio", afirma.
Jamás se detuvo y desde entonces ha producido más de cien obras, además de numerosos programas de televisión, y se convirtió en las raíces de un semillero de nuevas generaciones de actores.
"Detesto los actores que hablan de memoria, a mí me gusta ese teatro donde sucede lo inimaginable, que esa noche no puedas dormir ya sea de placer o dolor", afirma.
Oceransky es un hombre metódico en todos los aspectos de su vida, desde dejarse el bigote durante 40 años, fumar ininterrumpidamente desde los 13, hasta tener la fortaleza para mantener en pie espacios creativos y enseñar a generaciones de nuevos actores.
"Ya no me gustan las fronteras cercanas, creo que mi aspiración son las fronteras más lejanas", confiesa.
epc