Quisiera en esta colaboración pensar en nuestro cerebro fabulador. Peter Brook, en una entrevista, dijo socarronamente que las neurociencias aplicadas a nuestro ramo “vinieron a descubrir cosas que el teatro ya sabía”. Yo agregaría que el teatro lo sabía pero a los teatreros —no a todos— se nos olvidó. Brook lo comentó con humor y cabe decir que es un apasionado de ellas, las neurociencias. Éstas nos revelaron que en sentido contrario de la declaración reiterada de los neoprofetas de que el “teatro-teatro” (como llaman a la construcción de historias para el escenario) está muerto es imposible, pues la función principal de nuestro cerebro es la de anticipar futuros. Es decir, en dicha función adivinatoria o previsora se cifra la capacidad humana de construir escenarios posibles para el devenir micro y macrocósmico.
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De hecho, no hay día en que nosotros y quienes ya encontraron el Santo Grial de la post teatralidad no fabulemos abundantemente. Desde el hacer memoria sobre los sucesos del día anterior, relatoría de hechos ante el Ministerio Público, invención de calumnias contra nuestros adversarios o mentiras justificatorias a nuestras parejas o jefes laborales, así como los chismes que contamos gozosos o las presuposiciones que hacemos sobre lo que los demás piensan de nosotros… En todas esas y más actividades (uso actividad deliberadamente) se inmiscuye el pensamiento arquitectónico fabular. Y peor, peripecias al fin, han de estar cargadas de intencionalidad, de movimiento, de deseo. Las decimos o pensamos intencionadamente. ¡Vaya, hasta cuando le declaran muerte cerebral o coma profundo a la dramaturgia y al teatro fabular, valga la reiteración, fabulan los “iniciados” en lo archicontemporáeo! El neurocientífico Alain Berthoz ha definido el cerebro como “una máquina proyectiva” y eso hacemos, todo el tiempo, proponiéndonos o no aunque nos sumamos falsamente en la actitud de Bartleby, el escribiente, de Herman Melville.
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TRASPUNTE
EL GRAN ENEMIGO QUE ESTÁ ADENTRO
Pienso que el gran enemigo del teatro no ha sido ni el gobierno ni la falta de infraestructura ni el gremio mismo en su eterna autofagia; el enemigo está adentro, al no pensar en los procesos del espectador que anhela que se le suspenda en su butaca.