Los espacios escénicos que se han levantado por la audacia y entusiasmo de artistas y gestores culturales de la sociedad civil, suelen tener en el corto, mediano o largo plazo, fecha de caducidad. Existe desde el día en que abren sus puertas el empuje y fe en el futuro, aunque también una condena implícita pues pueden desaparecer ante cualquier vendaval. Llamados también independientes, autónomos, autogestivos, estos foros van a riesgo de las economías y de los desvelos de quienes los inventan preñados de la certeza de que son necesarios para su comunidad, barrio, pueblo, ciudad, estado y país. Convencidos de que han de perder hasta la camiseta los creadores que los sostienen generan empleos (directos e indirectos), colectividad y tejido comunitario.
Quienes con sueldo fijo, prestaciones y aguinaldo hacen las políticas públicas en cultura pocas veces brindan una mirada empática a estos esfuerzos autónomos de la sociedad civil sino por el contrario, se les trata con indiferencia y hasta desconfianza o francamente se esgrimen teorías sobre falta de probidad cuando se les audita hasta las amígdalas en cuanto se les otorga un efímero apoyo gubernamental. Es lo que sucede cuando se es parte del gremio, también, pero nunca un emprendimiento ha salido del bolsillo propio. Lo cierto es que los funcionarios van y vienen, pero quienes se vuelven empresa (mala) desde el territorio, permanecerán ahí, neceando en una economía de guerra, con la subsistencia nunca asegurada.
“Los espacios independientes mantienen un precario equilibrio —nos dice Raquel Araujo en un artículo en PasodeGato— entre apoyos mixtos, debido a su naturaleza no comercial, creando infraestructura a lo largo y ancho del país. En ellos se desarrollan los procesos de creación de gran parte de la producción del teatro mexicano que también nutre de programación a los espacios institucionales. Al tratarse de los proyectos de vida de sus creadores, atraviesan los periodos de cambios institucionales y de políticas culturales contra viento y marea.
CODA
Reflexiones
¿A quién beneficia la desaparición de un espacio escénico autónomo o independiente? ¿Cuánto cuesta al Estado el aparato burocrático de un teatro oficial en relación a lo que cuesta uno autónomo? ¿No sería momento de repensar el acompañamiento a estos foros más allá de los programas vigentes que son insuficientes?