El XXXII Festival de Mujeres en Escena por la Paz de Bogotá, Colombia, finalizó con teatros llenos en una edición que fue cruzada por la baja en los recursos económicos para su buen desarrollo. Sin embargo, al ser un festival de encuentro y no de vitrina, la solidaridad de grupos y decenas de personas se pudo sacar adelante con excelencia y una calidez que permitió la reflexión sobre feminismos, la madre tierra en riesgo por el cambio climático, las comunidades LGTB y más, así como las nuevas masculinidades. Reflexión y poderío arriba y abajo del escenario. Antígonas. Tribunal de mujeres, del grupo Tramaluna, fue una de las puestas que abrió plaza para confrontarnos con las lágrimas de las madres con hijos asesinados en Colombia, dentro del fenómeno llamado “falsos positivos”: jóvenes con una vida que fueron vestidos como guerrilleros y luego acribillados para que las fuerzas armadas y policiacas pudiesen cobrar la recompensa que el criminal presidente Uribe ofrecía por cada combatiente abatido.
Cara Mía Theatre, grupo chicano con residencia en Dallas, trajo al festival Úrsula o dejarse ir al viento, actuada y escrita por Frida Espinosa Müller. Un unipersonal brutalmente conmovedor en relación con la política migratoria gringa de separar en jaulas a los niños migrantes de los brazos de sus madres, incluidos bebés, en centros de detención. Noticia que le dio la vuelta al mundo sin ninguna consecuencia ni sanción para el gobierno estadunidense. Teatro Itinerante del Sol de Villa de Leyva, Colombia, trajo el espectáculo XIUA, un homenaje a la lengua de Iguaque. Este espectáculo creado por la legendaria creadora escénica Beatriz Camargo gira en torno al agua y su evidente importancia para nuestra permanencia en el planeta. Hermoso trabajo plagado de imágenes poderosas por un elenco enteramente femenino salvo un chelista que les acompaña. Son casi un centenar de obras escritas y/o dirigidas y/o actuadas por mujeres que este festival ofreció. El espacio para hablar de todas ellas es imposible aquí.