Desde muy joven, Alberto Ruy Sánchez descifró uno de los atributos arcanos del arte de contar historias: “la tecnología narrativa no sólo está en la literatura”. En sus años formativos, cuando devoraba a Julio Cortázar para entender sus mecanismos y sus estructuras, descubrió que las historias se leen en papel, pero también en las artesanías textiles, cuyos hilados y deshilados le sugieren afinidad con los relatos japoneses; o en la arquitectura que dialoga con quien camina y percibe sus espacios; o quizá en la música concreta, con sus intensidades y coloraciones.
En El expediente Anna Ajmátova, Ruy Sánchez novela la biografía de la poeta rusa que soportó insumisa los perjuicios de los años estalinistas. Y lo hace con una técnica en la que reverbera la pluralidad de sus influencias. Es un libro poliédrico que transita entre la antología poética, el álbum de imágenes, el drama amoroso, el expediente de hechos, el documental y la novela histórica.
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—¿Cuándo llegó por primera vez a tu cabeza la chispa para escribir El expediente Anna Ajmátova?
Yo he escrito sobre Anna Ajmátova durante mucho tiempo. Y la dimensión de lo posible —que se queda fuera de los ensayos, en los que tienes que basarte solamente en lo que es comprobable—, iba creando el ámbito para la novela desde hace más de diez años. En mi libro anterior, Los sueños de la serpiente, uno de los personajes era una mujer de la KGB que se atreve a traicionar a sus jefes por solidaridad con un amante. Esa pequeña fisura también me servía para ver en ella la posibilidad de tener un acto de solidaridad con Anna Ajmátova. Era lo que me faltaba para tener a alguien que contara la historia con conocimiento de los dos lados: los vigilantes y los vigilados.
—Vera Tamara Beridze es el nombre de este personaje.
Si, un apellido georgiano. Ya en el nombre está gran parte de las implicaciones de la novela. De la misma generación que Beria y de la misma tierra que Stalin.
—¿Qué es lo más sorprendente que aprendiste durante este proceso de escritura?
Para mí la novela es un proceso de aprendizaje; no es contar lo que ya sé, sino, a partir de eso, aprender más. Uno de los grandes misterios para mí fue el entorno en el cual Anna Ajmátova creó su propia voz. Eso consistía en tratar de entender de dónde viene el acmeísmo, que es la más extraña de las vanguardias por su experimentación, pero al mismo tiempo utiliza dos fuentes aparentemente tradicionales: leer a los clásicos, o usarlos para leer la vida contemporánea, y utilizar
el arte popular para iluminar la cotidianidad. Es la búsqueda de la excelencia en la expresión nutrida de una sustancia muy rica. Para mí significó conocer más sobre [Nikolái] Gumiliov —esposo de Anna Ajmátova—, sobre el movimiento simbolista ante el cual ellos se revelan, y, sobre todo, sobre la cultura literaria dominante de la
época, que era el populismo literario. Todos ellos son una efervescencia en la cual surgieron obras interesantísimas.
—También hay un vínculo con México. ¿Cómo se conecta esta novela con nuestro país?
Hay varias conexiones. Una de ellas tiene que ver con Víctor Serge, el papá del pintor Vlady. Serge es un personaje fabuloso, además de un gran novelista. Él conoció a Gumiliov y trató de salvarlo. Habló con Lenin y le escribió cartas para que no lo mataran. Y la respuesta de Lenin es contundente. Le dice: “en estos actos de ajusticiamiento tienen que morir varios inocentes, porque se trata de dar una lección a los posibles disidentes”.
—¿Qué tan diferente es el libro que se imprimió del que te propusiste escribir?
Siempre hay una enorme distancia, porque la escritura no es lo que acumulas y editas, es buscar la forma ideal para contar lo que quieres decir. Eso me llevó a tener un primer manuscrito de 800 páginas donde contaba toda la vida de Anna Ajmátova. Aquí me detengo en 1921, cuando ella tiene 32 años. Esta novela es la primera parte. La siguiente, si logro hacerla, cubriría otros 25 o 30 años, desde la el asesinato del marido de Anna Ajmátova hasta el inicio de la posguerra.
—¿Qué haces con todo el material que queda fuera?
En todo lo que uno escribe siempre quedan muchas cosas fuera. Mientras que en la novela anterior el método es la digresión, en ésta fue la concisión, porque es gente que escribe clandestinamente en pequeñas hojas que le roba a la corteza de los árboles. Tuve que establecer una estrategia sobre qué cabía contar y qué no. Traté de que cada una de estas páginas fuera la sinopsis de una novela. Dentro de este libro hay 200 novelas posibles. El tema es cómo hacerlas sintéticas de tal manera que unas unidades se liguen con otras, que la gente quede satisfecha. Hay un boicot del suspenso.
ÁSS