Un refugio contra la avalancha tecnológica

Podcast | Todo sobre mi libro

En el segundo episodio de la serie, Jordi Soler habla sobre el enamoramiento, la tecnología, la música, el silencio y los excesos del siglo XXI.

Jordi Soler, colaborador de MILENIO y autor de 'La orilla celeste del agua'. (Foto: Araceli López)
Ángel Soto
Guadalajara /

La música, dice Jordi Soler, es lo más parecido que hay a un túnel del tiempo. “No hay otro arte que tenga ese poder de evocación. El principio de una sinfonía o de un bolero te puede llevar a un sitio que se quedó enganchado con esa pieza. Y no solamente te lleva ahí, sino que te hace sentir exactamente lo mismo que sentías”, cuenta en entrevista para el podcast Todo sobre mi libro.

Este arte sonoro con virtudes teletransportadoras es uno de los caudales que corren a través de La orilla celeste del agua, un libro de ensayos que Siruela publicó este mismo año. En él, Soler postula una mirada crítica al ruidoso modus vivendi del siglo XXI, a sus excesos y a sus ausencias.

—Es un título sugerente. ¿De dónde surge?

Le he puesto ese título porque se trata de un ensayo sobre esa realidad presente en esas otras realidades que no vemos. En el siglo XXI estamos permanentemente distraídos por las pantallas, por una serie de inputs que recibimos desde que abrimos el teléfono en la mañana. No se trata de un ensayo en contra de las nuevas tecnologías —yo soy un usuario entusiasta—, pero sí hay cosas que nos estamos perdiendo por atender sólo una. Atendemos tanto lo que sucede en la pantalla, que nos olvidamos, por ejemplo, de fijarnos en los árboles que nos acompañan mientras caminamos por la calle.

—Otro gran tema del libro es el amor, ¿qué te interesa de él?

Es un fenómeno que me ha preocupado desde siempre. ¿Por qué aun cuando somos estructuralmente muy parecidos, nos enamoramos profundamente de una sola persona y no de las demás? Hay un misterio que la ciencia no ha sabido resolver. O si ha sabido, pero a mí no me ha gustado cómo la hecho. Hay quien dice que es un intercambio de bancos microbianos. Es decir, que una persona te gusta porque te da los microbios que te funcionan a ti para mantenerte saludable. Me parece una visión lamentable del amor, aun cuando sea cierta. Los neurocientíficos dicen que todo se reduce a una explosión neuroquímica en el cerebro, lo cual me parece desolador. Yo sigo pensando que la respuesta la vamos a encontrar en los novelistas y en los poetas, en los músicos. Tienen una visión bastante más atinada del amor, o cuando menos más manejable para nosotros.

—Tú eres un amante irredento de la música, y dedicas algunas páginas del libro a hablar de ella. ¿Qué significa este arte para ti?

En primer lugar, no hay otro arte que tenga el poder de evocación que tiene la música. Es lo más parecido que hay a un túnel del tiempo. Por otra parte, es un arte que no vemos, que sucede dentro de nosotros. Además, es un arte en el que juega el tiempo. Tienes que oír la pieza tal como está concebida; no es como la pintura o como la literatura, donde puedes detenerte o continuar más tarde. Aquí tienes que consumir la obra completa para entender de qué se trata. Es un arte que disfruto mucho y he pensado que quizá se debe a que no tengo ningún talento para la música. No siento ninguna competencia ni ninguna clase de envidia cuando oigo una obra maestra.

—Recientemente, Adele pidió a Spotify que retirara de su nuevo álbum, 30, la opción de reproducción aleatoria. ¿Qué opinas sobre nuestra forma de consumir música en las plataformas de streaming?

Adele debe tener razón. Cada quién procura que su obra se lea, se escuche o se entienda como fue concebida. De hecho, para escribir mis novelas, yo usaba siempre un disco compacto que oía todo el tiempo, que se volvía a repetir. Esto Spotify me lo ha arruinado, al final acabo oyendo cosas que no quería oír. También es verdad que luego, gracias a eso, te enteras de piezas que no hubieras conocido de otra forma. Por otra parte, me parece que esto de trocear los álbumes tiene que ver con la atomización del siglo XXI; todo lo consumimos en pedazos cada vez más pequeños. Creo que sí se ha perdido, y en gran medida por Spotify, la tradición de sentarte a oír un disco. Consecuentemente, se ha perdido esa ambición de los músicos, sobre todo pop, de sentarse a escribir una obra completa.

—¿Hay nostalgia en La orilla celeste del agua?

Yo creo que no. Todo lo que se plantea ahí es perfectamente objetivo. La nostalgia no es el motor de ninguno de los ensayos. Es, más bien, rescatar de la avalancha tecnológica todas estas ideas, conceptos, figuras, personajes, maneras de vivir, formas de enfocar la vida que parece que han pasado a segundo plano, cuando yo creo que deberían estar en el primero.

—En “La mirada activa”, el primer ensayo del libro, hablas de los espacios sagrados. ¿Es la literatura un refugio ante esa avalancha tecnológica?

Exactamente. Ahí estás llenando de sentido lo que se dice en ese ensayo. No hay mejor manera de fundar un espacio sagrado que sentarte a leer un libro. Siempre y cuando tomemos en cuenta que es el espacio sagrado que ha fundado el escritor en nosotros. Luego tú habitas ese espacio, pero es un espacio que te ha sido dado.

ÁSS

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