Gabanes de Xonacatlán, un oficio de esfuerzo, tiempo y mucho amor

Una pieza requiere al menos un mes y medio de trabajo y hasta un millón de hilos para conformarlo.

Juan Rayón Salinas artesano de gabanes. Fotos (Alondra Á.)
Xonacatlán | Estado de México /

Floreados, jaspeados y cocol son algunos de los gabanes, cobijas y tapices que desde hace más de 50 años Juan Rayón Salinas realiza en su pequeño taller. 

El maestro artesano, originario de la cabecera municipal de Xonacatlán pasa hasta 10 horas diarias trabajando en un cuarto, que como en antaño, se ubica en el patio trasero de su casa, es de piso de tierra, aunque pequeño y un poco apretado, cuenta con todo lo que necesita para no ser molestado.


Cuando se trata de tejer, sus manos se mueven con rapidez pese a su edad. Platica gustoso sobre su trabajo y los éxitos que ha alcanzado, y como no si es uno de los Grandes Maestros del Arte Popular de México, iniciativa promovida por Fomento Cultural Citibanamex.

Su nombre, historia y trabajo está plasmado en un libro que integra a otros 120 grandes maestros de toda la república, así como de Xonacatlán, Metepec, Tianguistenco y San Felipe del Progreso. 

Los reconocimientos y premios que ha obtenido a lo largo de su vida avalan el trabajo que llena de orgullo a su esposa e hijos, quienes saben que la producción de gabanes es tardada y la cotización no es muy aceptada.

“En agosto pasado, el Instituto de Investigación y Fomento a las Artesanías del Estado de México (IIFAEM) solicitó una autorización para que una imagen de mis actividades apareciera en un libro y les dije que sí,  he enviado algunas piezas a varias ciudades de Estados Unidos como Chicago, Nueva York; con clientes particulares a Tlaxcala, y en la entidad en las comunidades de Xonacatlán, Santa Ana Jilotzingo en Otzolotepec y los alrededores”.

Sus obras se distinguen por la falta de color, prefiere lo tradicional con el blanco, negro, azul y rojo.


Realiza gobelinos o tapices como los de Francia

Hijo de un productor de sarapes o gabanes, a los 14 años y medio tuvo la oportunidad de ingresar a un taller piloto de capacitación, que duró tres meses, para la elaboración de gobelinos o tapiz con la técnica francesa. 

Por nueve años se empleó con el gobierno del estado, pero ante la necesidad de mayores ingresos se independizó y a la fecha sigue realizando piezas de excelente calidad para sus clientes frecuentes.

“Para hacer un gobelino o tapiz utilizo la hilaza de urdimbre, que es más resistente y se parece al material que se utilizan en los tapetes de Temoaya, solo que mi trabajo es con una técnica al bajo liso porque el diseño lo llevamos sobre un cartón y lo hacemos a través de un espejo; arriba solo se ven nudos y puntas. Los tapetes de Temoaya son al alto liso, de frente y con su mazo”.


Su trabajo lo ha llevado a elaborar tapices para pintores mexicanos y extranjeros, incluso hace unos años, en 1980, envió uno a Francia, cuna del gobelino, cuya técnica se distinguió de los talleres más importantes de aquel país. Un trabajo de estos supera los 10 mil pesos por todo lo que lleva.


Hace gabanes de una sola pieza


Con el paso del tiempo se hizo del telar de su padre y el año pasado tuvo que adquirir un cuadro o peine nuevo de acero traído directamente de Alemania, el cual cuida en extremo porque de oxidarse puede romper los hilos de sus obras. 

“En México ya no hay porque esta industria ya no dio más y quienes tenían talleres mejor cerraron, a nosotros nos afecta mucho porque solo encontramos piezas de uso o seminuevas”, mencionó.

Gracias a su talento, hoy realiza gabanes de una pieza, los cuales hace unos años se hacían en dos partes porque los telares eran muy pequeños. 

Si bien cuenta con plantillas propias y un catálogo de fotografías para que sus clientes vayan eligiendo, también está abierto a los nuevos diseños.

Hoy para elaborar un gabán de 2.20 metros de largo y 1.20 metros de ancho tiene que urdir 99 pares de hilos en el telar, mientras sus antepasados clavaban tres clavos en una viga para hacer el cruce y sacar la medida. 

“Aquí puedo hacer dos piezas juntas que me dan como 10 metros y para los pares, los clavos se doblarían, así que cada tejedor tiene un urdidor. Para un gabán estaría llegando a un millón de hilos y controlarlos implica mucho trabajo”.

Una vez que sale del urdidor -menciona- el material toma el nombre de urdimbre y se empieza a anudar en el telar, cuando está listo para tejer utiliza un torno y redila, coloca las canillas y llena de lana o las encanilla.

Cuida cada detalle

Explica que un tejido normal solo requiere de dos tablas, mientras un gabán jaspeado requiere de cuatro. Es tan detallista y cuidadoso que cada vez que saca una pieza del telar, le da un acabado especial en las puntas con color coyote, denominado así por el color de los coyotes que habitaban en el monte, para evitar que los hijos se salgan y tenga problemas con su próximo trabajo.

“Cuando termino una pieza, el sobrante que queda en el telar, la urdimbre, se amarra bien en las puntas y se va torciendo para que no se salga del peine y no se pierda el hilo en el próximo trabajo. Sino hacemos bien, los nudos queda como un topecito en el tejido y se ve mal”.

Una vez que sus piezas salen el telar, Juan dispone de hilos y agujas laneras para terminar las figuras o diseños.

 “Las líneas que tengo en el boceto o cartón de guía deben aparecer en el gabán, lo mismo que las letras, cuando son personalizados. Me aviento un mes en el tejido y el resto de los días en los detalles. Lo último que hago es lavar la pieza a mano”.


Herramientas tradicionales

Su herramienta está compuesta de un peine y mallas de acero, antes el peine era de otate o carrizo y tenía pulido palito por palito; cuadros de aluminio, rueca y campanas para garantizar su trabajo. Hoy muchas de las piezas de sus telares son de madera y acero industrial porque ya no hay quien las haga de manera tradicional.

“Antes las mallas eran de ixtle, un material que sale del maguey, el cual sigue existiendo, pero ya no hay gente que lo procese y ofrezca el ixtle como tal. De los magueyes se sacaban el hilo y los ayates, pero ese es otro tejido en telar de cintura con los hermanos de Temoaya, que ya también son pocos”.

También hace morrales

En otra área de su casa, Juan también realiza morrales, en los que invierte hasta tres horas en el tejido, el cual una vez terminado pasa al corte y después a costura, aunado a la trenza que va a la orilla. 

Para hacerlo necesita 16 pulgadas, es decir, 112 hilos, ya que para él cada pulgada es el equivalente a siete hilos, y para que sea elegante, le coloca color en algunas partes.

 “Requerimos mucho de las matemáticas para poder sacar las figuras y las grecas”.

Lamentablemente, en el mercado la gente no valora su trabajo y no respeta los precios.

 “Un morral sale en seis horas desde que se inicia hasta que está listo para la venta. Por este trabajo difícilmente las personas quieren pagar 350 pesos, y eso es directo en ferias y exposiciones, si vamos a la Ciudad de México nos regatean y han querido pagar 100 pesos”.

Aunque hay morrales más baratos, no son iguales, porque son hechos a máquina, por miles y no tienen los mismos acabados ni diseños. “Yo puedo sacar pájaros, venados, flores, pescados y grecas, lo que quiera”.


El terremoto del 85 lo obligo a aprender otomí

Si bien Juan vive en un municipio con orígenes otomí, no sabía hablarlo, pero su trabajo como maestro artesano lo obligó a aprenderlo de manera formal en la Universidad Autónoma del Estado de México (Uaemex) para explicar en sus muestras y exposiciones, así como a antropólogos e investigadores, el nombre de las piezas y herramientas que utiliza.

“Antes en la Ciudad de México había un Museo de Artes Populares, los directores eran expertos en artesanías, había antropólogos e investigadores. Con el terremoto de 1985 varios edificios del gobierno federal se cerraron, incluido este museo, por ello me puse a estudiar otomí”.

Le quedan pocos contemporáneos

De las 13 personas que conoció en aquel taller piloto de capacitación de gobelinos, quedan muy pocos, pues se han adelantado en el camino. De su especialización en los sarapes y gabanes, quedan pocas familias en el municipio.

“Tengo dos primos, Romero Salinas, expertos en zarapes y participantes en concursos, también está la familia Mejía Miramón que elabora puro gaban jaspeado, y hay otro taller de la familia Zepeda Lazcano; tejedores casi no hay. En el municipio había mucha lana y había mujeres que sabían teñir con el añil y de esas ya no hay”.

Para mantener la tradición, el maestro Juan Rayón se ha enfocado en dar cursos a las nuevas generaciones desde su casa. Fui afortunada y me regaló una mini replica de esos gabanes enormes que hace, son hermosos, y le toman más de un mes y medio de trabajo en terminarlo.


  • Alondra Ávila
  • alondra.avila@milenio.com
  • Comunicologa por el CUSXXI y con 16 años de experiencia en medios de comunicación. Desde 2012 colabora en Milenio Estado de México en la sección de Negocios. Ganadora del 9o Premio al Periodismo sobre Innovación Científica y Tecnológica en 2018.

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