El sábado salí por la Puerta Grande de la plaza de toros de Las Ventas, así como lo hiciera mi paisano Eloy Cavazos en 1972. La gran diferencia es que él iba cargado en hombros y venía de realizar un faenón con el toro llamado Azulejo, que frisaba los seiscientos kilos. Yo salí por ahí porque es la salida natural cuando uno estuvo sentado en el asiento 63, fila 6, tendido 7. Y aunque no iba tan gustoso como Eloy Cavazos, sí me había emocionado hasta el nudo en la garganta con Diego Ventura y el último toro de la tarde.
Hace tres meses escribí sobre mi decepción del futbol. La gota que derramó el vaso había sido el berrinche de niñato que hizo Neymar no sé por qué. Entonces quise acercarme a un deporte, arte o espectáculo en que mejor se mostraran las virtudes del ser humano.
Hallé mucho más que eso. El toreo no es solo actividad de hombres y mujeres valientes, sino que está rodeado de finas palabras y mucha cultura. Hay un abismo entre los comentarios reveladores y el modo de expresarse de un torero, y la campechanía llena de lugares comunes de un balompedista.
Hay un excelente nivel de literato en mucha gente que ha escrito sobre la fiesta brava. Aquí no tengo espacio para ser extenso, acaso cito el arranque del libro que ahora leo, Tauromaquia completa, del torero Francisco Montes Paquiro, escrito en 1836: “Ruy, o Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Cid Campeador, fue el que por primera vez alanceó los toros desde el caballo. Esta acción, hija del extraordinario valor y bizarría de aquel héroe, dio origen a un nuevo espectáculo”. Luego agrega: “La lucha de toros gozará la preeminencia, por haber sido el más valiente caballero español el primero a quien se le vio lidiarlos”.
La tauromaquia me llevó a releer El Cid, cosa que le agradezco. Y como todos los caminos me llevan al Quijote, he de recordar que él los enfrentó como el más osado de los diestros: “¡Para mí no hay toros que valgan, aunque sean de los mas bravos que cría Jarama en sus riberas!”
Más allá de lo que ocurra en el ruedo, las lecturas de tauromaquia me han dado poesía, historia, filosofía, un lenguaje nuevo con metáforas frescas, un acercamiento al campo, al toro y al caballo, a las fiestas y los ritos, maravillosas biografías, una buena dosis de música y de arte, excelentes recetas y buenas conversaciones. ¿Quién no se emociona con el pasodoble de “El gato montés”? ¿Con La tauromaquia de Goya? ¿Con los poemas de Lorca? ¿Con los cuentos de Hemingway? ¿Con un rabo de toro al vino tinto?
Quizá usted es de los que no quiere ir a los toros. Pero créame que mejor siempre será leer de toros que leer de futbol.