Los ciclos de cambio entre abundancia y crisis, que habitualmente afectan a la arquitectura y la construcción, llevan a los arquitectos y urbanistas a dos posiciones distintas que no son necesariamente opuestas. La primera es la complacencia de los deseos del cliente, que orienta al gremio a la sofisticación del diseño, en el que los motivos pasan a segundo término y los arquitectos nos concentramos en cómo resolver los proyectos que nos encargan los promotores inmobiliarios, sin cuestionar el porqué de los mismos. Los tiempos de crisis como el actual nos obligan ahora más que nunca a preguntarnos qué debemos hacer para enfrentar la disminución de oportunidades laborales.
Las crisis generan reflexiones existenciales, ya que los clientes escasean y los arquitectos tenemos que convertirnos en promotores de nuestros propios proyectos. Pero también son tiempos fértiles para las innovaciones y el intercambio de ideas entre profesionistas. Los arquitectos somos capaces de generar nuestras propias oportunidades de trabajo, ya que el entrenamiento que nos da el ejercicio de la profesión nos permite proponer modos de organización para que los usuarios consigan satisfacer sus necesidades de espacios para vivienda o trabajo, y al mismo tiempo los modos de uso y apropiación del espacio público común.
Este es un tiempo para repensar nuestra relación con el poder político y económico. Los arquitectos podríamos retomar la batuta para imprimirle un nuevo ritmo al crecimiento urbano, ofrecer nuestros servicios a quienes normalmente no pueden pagarlos y crear formas de reutilización de los espacios existentes, en lugar de crear solamente construcciones nuevas. La postura realista utópica, aunque contradictoria en su mismo origen, es la mejor herramienta para enfrentar una disminución sensible en las fuentes de trabajo. Cuando el trabajo escasea, la gente emigra, pasa al sector informal o cambia de actividad. Quizá los arquitectos mexicanos tengamos que optar por alguna de las tres opciones, o bien comenzar una estrategia para gestionar la arquitectura inconclusa, como lo han hecho algunos colegas españoles ante la crisis en su país.
TANGENTE
CUESTIONARSE
Giancarlo De Carlo criticaba a los arquitectos modernos por su interés en las soluciones que no cuestionaban los fundamentos de su actividad profesional. Según él, deberían preguntarse el porqué de los proyectos antes de decidir cómo resolverlos.