El autor de la legendaria serie Abecedario del cine mexicano habla de la crítica cinematográfica como un desafío artístico y de la crisis de las salas de exhibición, agudizada por el confinamiento
El cine, o mejor dicho el espectáculo cinematográfico, no volverá a ser el mismo tras la pandemia de covid-19, acepta resignado el ensayista y crítico Jorge Ayala Blanco. Se irá terminando —dice—, de manera paulatina, el ritual cada vez más anacrónico de asistir a una sala oscura y el sentimiento de comunidad de quienes lo hacen. El también maestro universitario asegura que la situación no le sorprende, porque ya se veía venir "desde que se inventó el video".
El espectáculo cinematográfico, como lo conocimos durante más de un siglo, ya estaba tocado de muerte por los nuevos soportes electrónicos.
Creo que este intermedio, que se llama la pandemia, lo único que traerá es un efecto de catalizador. Lo que vivíamos era como una "nueva normalidad", y simplemente se va a profundizar. El espectáculo cinematográfico no volverá a ser lo que era antes, pero sus premisas ya estaban ahí.
¿Cómo cuáles?
La recepción misma del cine, el hecho de que la pantalla de la sala cinematográfica oscura cada vez se veía más como una especie de anacronismo. Las películas ya tienen otra manera de fluir, otros canales, como las plataformas, los streamings.
Esto es más notorio en países desarrollados, pero no en México o Latinoamérica donde, por razones económicas, las salas de cine siguen siendo un refugio familiar
Pero ya se ve más como una especie de paseo y no como una necesidad cinematográfica. Actualmente el cine se recibe, en gran medida, a través del DVD —muchas veces pirata— que sirve para toda la familia y le ahorra el pago de boletos en la taquilla. Esas premisas ya estaban dadas desde que se inventó el video, luego el DVD y, por supuesto, ahora el acceso a las plataformas. Pocos millennials van al cine, si no es como una actividad más social que otra cosa.
En el plano estético, artístico, ¿qué cambia para el cine?, ¿cómo se altera el placer de ver un relato con imágenes en movimiento en una gran pantalla en un salón oscuro, a verlo en la sala de la casa, con las luces encendidas, en la pantalla de una computadora o teléfono celular?
O en el vagón del metro. Ahí me ha tocado ver gente que va viendo películas en su celular y esa recepción es totalmente distinta. Ahora, para mí, el famoso lema, que parecerá totalmente arcaico, de “el cine se ve mejor en el cine”, sigue funcionando. El placer de ese ritual que es asistir a una sala cinematográfica sigue siendo incomparable, aunque hay muchas películas que reviso en la computadora y sin mayor deterioro. La experiencia estética puede permanecer en cualquier sentido en caso de que se busque, y si no se busca, o a pesar de ello, también se llega a encontrar. La emoción cinematográfica abarca tanto el simple seguimiento de una narración como una manera más receptiva y profunda del espectáculo.
¿Esto cambia el lenguaje cinematográfico? ¿La gramática cinematográfica se está renovando o adaptando a los nuevos soportes?
Más que el lenguaje cinematográfico, es la estructura narrativa. Ya estamos más hechos a ese sustituto de la radionovela, de la telenovela, que son las series. Siempre se ha requerido un cine de consumo masivo y, como una excepción, la obra de arte. Siempre lo ha habido, no creo que sea una novedad. Lo que cambia, finalmente, es el soporte.
La gente critica que haya películas largas, como El irlandés de Martin Scorsese, pero puede ver de un jalón una serie de cinco capítulos como Chernobyl
Exacto. Todavía existe el prejuicio ante una película “diferente”. En la práctica, si vieran El irlandés en cuatro episodios, dirían: “pero qué serie más chiquita, qué rápido la vimos”. Pero como se presenta como una película que tiene que tener una continuidad, es totalmente risible que la gente se queje de la longitud del filme.
Retomando el caso de El irlandés, la competencia del cine tradicional también se está llevando al talento porque allá está el dinero; las plataformas son los nuevos canales de producción y distribución.
Estábamos asistiendo, antes de esta crisis sanitaria, a una verdadera batalla de las plataformas que quieren adueñarse del viejo espectáculo, absorberlo y finalmente disolverlo. Esto va a acelerar esa desaparición. Será paulatina, quizá, nadie cree que el espectáculo va a ser el mismo, aunque haya el deseo de regresar a las salas.
Aunque vamos a regresar con estrictas medidas de distanciamiento
La idea era abrir con 60 por ciento del cupo de las salas cinematográficas. Para la industria es terrible. Y con el no contacto físico y pocos espectadores en las butacas, se pierde también la idea de comunidad que es tan importante para el espectáculo cinematográfico. Para el viejo cine era fundamental, era la base misma. Haciendo recuerdos, en casa, por los años cincuenta, todavía me decían mis padres: “¿Cómo vas a ir así al cine, tan mal vestido?” Era una actividad tan importante como ir a la iglesia. Pero irá desapareciendo. Como todo, va a ser algo paulatino. El bombardeo de cine va a ser de otra manera, porque el deseo de relatos visuales va a permanecer; simplemente va a cambiar el soporte y la manera de acercarnos a él.
En poco más de cien años el cine ha resistido la aparición de la televisión, del video; siempre le auguran un final pero ahí va…
Y la aparición de internet, que ha hecho que se modifique. Ahora, curiosamente, el resultado desde un punto de vista del relato sigue siendo muy parecido. La manera de narrar sigue siendo la misma, la estructura cinematográfica sigue siendo la misma, no hay algo que realmente lo trastorne; lo trastorna más una búsqueda experimental y artística. A la pregunta de que si el cine va a perdurar o no, respondo: sí va a perdurar, de otra manera pero va a seguir siendo el mismo. Ya dependerá, por supuesto, de la actitud misma del consumidor si se perpetúa o no la costumbre de la sala cinematográfica.
Lo que sí está en terrible riesgo, y creo que más que las salas de cine, es la crítica cinematográfica como género literario
La crítica de cine como un arte siempre ha sido una aspiración que, a final de cuentas, ha sido avasallada por la idea del cine como espectáculo. Es clarísimo: todavía en muchos periódicos la crítica de cine está dentro de la sección de espectáculos y no en la de cultura. Siempre ha habido esta idea de la crónica de cine, la reseña rápida y el recomendador de películas, que está en manos de gente que no tiene ninguna formación cinematográfica, los llamados influencers y todo ese tipo de gente que tiene una manera silvestre e ingenua, por decir lo menos, de acercarse al espectáculo cinematográfico o a la obra de arte cinematográfica. La idea de considerar al cine como una obra de arte siempre ha sido minoritaria y el proceso mismo de la superabundancia de textos sobre cine nos obliga a esto, a unos cuantos caracteres para llenar el tuitazo.
Por la velocidad y brevedad que exigen los medios, sobre todo los electrónicos, y por la saturación de información que hay
La sobreabundancia. Creo que nunca se ha leído más crítica de cine como ahora, pero más breve, y la gente espera eso. Por eso una de mis posturas es jamás recomendar una película. Punto. Nunca decir si es buena o es mala, simplemente desmontarla, analizarla y, por el tono mismo, la gente sabe si me produjo un placer o ninguno. Es una manera de desafiar al espectador, obligarlo a llegar al final de la crítica para saber realmente qué es lo que pienso de la película.
Orientar, sí; la gente busca orientarse y eso, precisamente, es una de tantas funciones que siempre ha cumplido la crítica de cine: ¿Dónde demonios vio este señor esa película? Ah, pues la vio en Ambulante. No, la vio en Clarovideo o en tal plataforma. Una función que para muchos sería la primordial: darles el tip, el pitazo. Miren, por aquí hay una película que vale la pena, se llama Roma. Ah, ¿dónde estará esa película? Siempre he pensado que mi práctica de la crítica de cine es un tanto marginal, nunca es el edificio mismo de la crítica cinematográfica, eso no existe. No hay una sola manera de hacer crítica de cine.
Pero perder la crítica cinematográfica es perder momentos culturales de la humanidad; lo que aportó un Georges Sadoul, la generación de Cahiers du Cinema, su “Abecedario del cine mexicano”, es perder parte de la historia
Creo en la práctica de la crítica de cine con un acento artístico. Para decirlo de manera baudelaireana: “la única crítica válida es una obra de arte enfrentada a otra obra de arte”. Es un ideal, por supuesto, nunca la alcanzamos. Creo que la crítica de cine siempre ha sido un desafío y que ahora vamos a tener que sostenerla de otra manera.
Top ten de películas favoritas de Jorge Ayala Blanco
1. Sherlock Jr., de Buster Keaton2. El espejo de tres caras, de Jean Epstein
3. Tiempos modernos, de Charles Chaplin
4. Iván el Terrible, de Serguéi Eisenstein
5. O'Haru mujer galante, de Kenji Mizoguchi
6. Gertrud, de Carl T. Dreyer
7. Los rojos y los blancos, de Miklós Jancsó
8. El hombre que duerme, de Georges Perec
9. Tiren los libros, salgamos a la calle, de Shuji Terayama
10. La luz, de Souleymane Cissé
Perfil...Jorge Ayala Blanco
Ensayista y crítico de cine
Nació en 1942 en la Ciudad de México. Becario del Centro Mexicano de Escritores (1965-1966), es miembro del Sistema Nacional de Investigadores desde 1988. Maestro de la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas de la UNAM (antes CUEC), es autor de numerosas obras, entre otras Cartelera cinematográfica, con María Luisa Amador, y doce volúmenes de Abecedario del cine mexicano. Ha sido reconocido con el Premio Universidad Nacional y la Medalla Salvador Toscano de la Cineteca Nacional.
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