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En México hay un millón 200 mil afrodescendientes. Su carácter minoritario se nota en las artes y particularmente en el cine donde, a decir de Jorge Pérez Solano, carecen de representatividad. Convencido de que corresponde a los realizadores documentar sus vidas, filmó La negrada, una historia protagonizada por actores no profesionales que cuestiona la estructura familiar a la que estamos acostumbrados.
¿Por qué hacer una película en una comunidad afromexicana?
Sabía de la existencia de una comunidad de afrodescendientes en la costa de Oaxaca. Fui a Chacahua en busca de una historia y de gente que quisiera interpretarla. Seguí por El Azufre, Charco y Pinotepa Nacional. Así fue como comencé a trabajar la zona. Me sorprendió no haber encontrado una película que abordara el tema. Quizá se deba a la distancia con la capital del país. Lo cierto es que muchos mexicanos no tienen idea de la existencia de poblaciones negras.
Aunque en su película plantea cierto racismo, incluso desarrolla una secuencia donde la policía cuestiona a los habitantes sobre su nacionalidad.
El racismo es muy pronunciado. Tomé esa anécdota de un periódico, pero en la zona mucha gente me la contó. Al ser un lugar de paso para muchos migrantes centroamericanos, quiero suponer que los cuestionan por eso, sin dejar de resaltar que hay mexicanos que nadie ve, entre ellos las poblaciones negras. Creo que los cineastas tenemos la responsabilidad de contar sus historias y documentar cómo viven.
¿Por eso el tono costumbrista?
Quería contar la historia como si hubiera sido un vecino. Por eso el respeto a su forma de vivir y hablar.
E incluso a su cosmogonía. Refleja una noción del tiempo diferente y una actitud más abierta hacia la poligamia, por ejemplo.
El queridato, como le dicen allá, me permitía hablar de sus costumbres. Es una práctica común y acorde al comportamiento machista del mexicano. No solo se da en esas poblaciones, sino en todos lados, con la diferencia de que en las ciudades se oculta más. Mi planteamiento es: si un hombre puede hacerlo por qué la mujer no. Creo que los cambios en estas zonas deben partir de la mujer.
La fotografía tiene una vocación paisajista que podría ubicarse en la tradición de los grandes cinefotógrafos mexicanos como Gabriel Figueroa.
La intención de la fotografía es lograr un estilo que conecte con la historia. Los encuadres y la luz tenían que acercarnos al naturalismo de las situaciones que contamos. Por eso nuestras referencias visuales no fueron tan concretas.
¿Qué dinámica desarrolló para trabajar con actores no profesionales?
Varias veces intentamos que la construcción de los diálogos fuera a partir de ellos. No siempre lo conseguimos, pero el objetivo era que se expresaran de acuerdo a una idea planteada en la historia. Les dimos talleres durante cuatro o cinco meses antes de la filmación para que supieran a qué se iban a enfrentar.
¿Cómo despojó el carácter antropológico de la historia para aterrizarla en un drama humano?
La ficción permite elaborar metáforas. Era importante mostrar cómo se desmorona la estructura familiar clásica. Vivimos en una época de cambios y necesitamos pensar qué haremos con la nueva forma de ver a los grupos familiares. ¿Seguiremos bajo el concepto cristiano o católico de que somos monógamos o plantearemos la opción de tener una relación amorosa con diferentes personas, tanto hombres como mujeres? La ficción me permitió hablar del tema. La antropología únicamente me sirvió para darle verosimilitud a la historia.