Hay gente que presume, que se jacta y alardea diciendo que sabe por qué y cómo escribió mi padre tal o cual canción. A esta alteración los griegos le llamaron hybris; los mismos dioses se cuidaban para no caer en el pecado de la arrogancia. Cuentan que Eróstrato, con el fin de ser reconocido ante el mundo, incendió el templo de Artemisa en Éfeso que estaba considerado como una de las siete maravillas y contenía riquezas artísticas irremplazables.
Dicho personaje, señala Irene Vallejo, quería ser famoso a cualquier precio. Por desgracia, es algo que hoy sigue ocurriendo: “Ha prestado su nombre al trastorno psicológico de quienes, solo por aparecer unos minutos en televisión o ascender a los más vistos en YouTube, son capaces de hacer cualquier barbaridad gratuita”. (Vallejo 420) Difamar, distorsionar, mentir… con tal de experimentar el disturbio que produce la fama.
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Pensando en los dioses griegos, leo y vuelvo a leer los versos de “El hijo del pueblo”, pido a Hermes que me permita el don para ahondar entre las palabras y llegar a la interpretación, la hermenéutica es su especialidad. Me da permiso el dios de las transformaciones y, entonces, con amor y humildad me introduzco en el texto.
¿Es una canción autobiográfica? Los elementos autobiográficos dentro de las canciones han sido constituidos mediante el lenguaje y, me atrevería a agregar que en las letras será siempre lírico. Considero que la primera estrofa del tema titulado “El hijo del pueblo” es un buen ejemplo: “Es mi orgullo haber nacido en el barrio más humilde, alejado del bullicio de la falsa sociedad. Yo no tuve la desgracia de no ser hijo del pueblo. Yo me cuento entre la gente que no tiene falsedad…”.
El poeta se expresa en términos personales como protagonista de la historia, pero se convierte en un narrador individual para integrarse, por la magia de la poesía, a una conciencia de grupo. Es innegable que, en estos versos, el trovador es autobiográfico desde la primera línea: inicia el canto mostrando su orgulloso origen; narra, sucintamente, que nació en su pueblo, que su condición es humilde, pero también refleja su desprecio hacia falsos valores como bullicio de una sociedad a la que considera espuria. Sin embargo, hasta dónde José Alfredo nos cuenta hechos reales o solo nos dice lo que a él le gustaría.
Lo que el poeta canta es su visión del mundo. El que vive esa toma de conciencia mantiene una relación compleja entre pasado y presente. Habría que admitir que los sucesos históricos evocados como autobiografía, sin que por ello ni se niegue ni se afirme su total veracidad, se verán empañados por esa polinización entre el narrador y su conciencia o percepción, entre la verdad histórica y la ficción.
Yo siempre vinculo “El hijo del pueblo”, una de sus primeras canciones, con “Gracias”, una de las últimas. Quizás, porque siento que una abre su vida de compositor y la otra la cierra. En el momento en el que José Alfredo Jiménez escribió “Gracias” su salud ya estaba muy deteriorada; era el año de 1972 y le dedicaban un homenaje nacional por sus 25 años de carrera artística. Considero que en este tema deja su testamento y plasma un rasgo muy característico de su personalidad, pues siempre se distinguió por ser un hombre generoso.
Que sean sus versos los que cierren esta idea: “Yo no quiero saber qué se siente tener millones y millones, si tuviera con qué compraría para mí otros dos corazones para hacerlos vibrar y llenar otra vez sus almas de ilusiones y poderles pagar que me quieran a mí y a todas mis canciones”.
En, “El hijo del pueblo” escribió algo similar: “Yo compongo mis canciones pa’ que el pueblo me las cante y el día que el pueblo me falle ese día voy a llorar”. Hay algo que siempre me lleva de esta canción a “Gracias” y viceversa; son de dos épocas distintas, pero son como las dos caras del dios Jano, ya que una de ellas ve hacia el pasado, narra los orígenes; mientras que la otra, ve hacia el futuro. Una abre la vida, la otra la cierra, la primera da la bienvenida, la segunda, en cambio, es una despedida.
Este mes, el día 19 enero, mi padre cumpliría 95 años, por gratitud, virtud de corazones nobles, sigue siendo “El hijo del pueblo”.
amt