Juan José Maldonado y su sorpresiva melomanía

El director de la OSUAT, tras el Noveno Concierto de Temporada primavera verano 2018, antes de partir a Italia revela el camino que lo llevó a concertista.

El trabajo de la Orquesta Sinfónica de la UAT le ha valido el reconocimiento de destacados músicos internacionales.
Jesús Guerrero Valdez
Tampico /

El pequeño Juan José de ojos diáfanos como vidriera, observa y deshilvana; analiza el movimiento de azote de dedos en alguna de las 25 o hasta 88 teclas de los pianos en exhibición de una tienda Yamaha... y aquellas armonías hechiceras -acaso, insípidas y torpes interpretaciones, de la Tocata y fuga de Bach o Claro de luna de Debussy de noveles ejecutantes-, le absorben; sí, el arte tiene sus misterios, quizá el mayor sea el hilo conductor que conecta a los que elige para expresarse.

“Yo tengo dos momento en mi vida en los que se revela mi destino con la música; el primero: cuando descubro el gusto por el piano: viviendo por la calle Tamaulipas (pleno centro de Tampico), tenía 6 años y abajo de nuestro departamento habitaba un profesor cuya hija estudió piano y tenía uno.

La joven se había ido de casa, así que el profesor le habló a mi padre: se lo vendó a 5 mil pesos, le dijo... “, otro instante importante, sería cuando al caminar por el centro de la ciudad acertó en dar con una escuela de música... pero alto, no nos adelantemos.

De esta comunión con el instrumento -su primer amor le surge al sonido emitido por las teclas-, recuerda efusivo: “Un piano excelente, yo nunca había visto un piano tan bonito”. Una vez suyo, buscó quién le enseñara a tocar, y es cuando halla al maestro Giadans en la tienda japonesa de instrumentos musicales.

Ocurrió así: corría el año de 1965, Juan José Maldonado de 8 años de edad se encontraba parado en la esquina que hacen las calles 20 de Noviembre con Altamira de una ciudad de rostro provinciano prometedora e impulsada por los sueños; Juanito, pegado como espora al cristal, mira fijamente; se inserta en una visión de la cual aún sigue postrado, sin despertar.

“Entré y le dije, quiero tocar el piano; el maestro Giadans contestó simplemente, siéntate y toca; la esposa del maestro me miró y como que pensó, ‘Este cuate sí puede’ y de ahí en adelante me adoptaron como uno de sus alumnos”, cuenta el maestro Maldonado, tan amante del relato y la vida como de la música.


JERR

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