En un magnífico ensayo titulado Why I Want to Fuck Ronald Reagan, Mark Fisher recuerda la formulación de Frederic Jameson, según la cual ha desaparecido en las artes el espacio de la parodia, cediendo lugar al pastiche, pues no existe ya ni el sentido histórico ni el propósito colectivo que confieren su efectividad a la parodia.
Lo anterior me dejó pensando si entonces se puede parodiar a Trump, a Calderón, a Bolsonaro, y creo que la respuesta es que no, porque no hay sustancia propiamente parodiable (ello requeriría una cierta tensión entre lo positivo y lo criticable), y porque los niveles de lo grotesco volverían peligrosamente de mal gusto, cuando no abiertamente ofensivo, cualquier broma relacionada con su existencia. Por eso queda únicamente el espacio de la burla que al menos como pequeña venganza produce risa (como hace agudamente Alec Baldwin con Trump en Saturday Night Live), del desprecio o del insulto llano, pero, según la fórmula de Jameson, no hay espacio para la parodia como tal, como no lo ha habido con otras figuras o momentos históricos tan abiertamente tóxicos que no dejan espacio para ser abordados con ligereza.
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Quizá en este sentido la corrección política a ultranza, con su manifiesta intolerancia hacia todo lo relacionado con el humor, en un sentido involuntario tenga algo de razón, en cuanto a que el orden socioeconómico que el mismo Fisher ha llamado “realismo capitalista” es de una brutalidad tal, que la mera idea de reír sobre sus contradicciones más lacerantes es inviable desde el principio. ¿O acaso le parecería buena idea a alguien incluir un sketch sobre Ayotzinapa en una rutina cómica?
Aun así, al menos precisamente para recordar que continúan existiendo espacios de convivencia (¿resistencia?) que se mantienen erguidos ante la colonización mental del neoliberalismo, el humor cotidiano adquiere una importancia crucial, incluso política, como prueba de que esos espacios de respiro son de los pocos diques para hacer frente a ese realismo capitalista que de tan real, sofoca a su paso a casi todo lo demás.
Anónimo
El ensayo de Fisher se titula como un texto de J.G. Ballard, que fue distribuido anónimamente en la convención republicana de 1980, y los asistentes creyeron que era un texto serio sobre el entonces candidato: la realidad como su propia parodia.
RL