Una noche, en su programa de televisión, Oprah Winfrey le preguntó a Tina Turner:
—¿Recuerdas la primera vez que Ike te golpeó? —Tina tardó en responder, estaba harta de revivir esos momentos. Pero comprendió el motivo de la pregunta: la oportunidad de dirigirse a mujeres víctimas de maltrato, de no sentir vergüenza ni guardar silencio. “Si me escuchaban hablar honestamente sobre mis experiencias, podían encontrar el coraje para hacer algo acerca de su propia situación”, dice en My Love Story. La autobiografía definitiva.
El libro se lee de un tirón, haciéndonos pensar en la necesidad de mantener y aun incrementar el número de refugios para mujeres, niños y niñas víctimas de violencia extrema, sobre todo en un país como México, donde los feminicidios se cuentan por miles.
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Tina, cuyo verdadero nombre es Anna Mae Bullock, tenía 17 años cuando conoció a Ike Turner, poco después empezó a cantar en su grupo y se involucró con un compañero, el saxofonista Raymond Hill, tuvieron un hijo; luego, él se fue sin decirle adiós.
Tina empezó a destacar, Ike vio la oportunidad de un buen negocio con ella, y le propuso matrimonio; se casaron en Tijuana, ningún familiar ni amigo los acompañó y su noche de bodas la pasaron viendo desnudistas en un burdel. Así comenzó la caída en el abismo.
“Ike —dice Tina— siempre actuó conmigo como un proxeneta”. Eran populares y trabajaban considerablemente, pero ella no tenía nada, ni siquiera su nombre artístico, cuyos derechos le pertenecían a él. Cuando nació su segundo hijo, dos días después “estaba cantando y bailando nuevamente como si nada hubiera sucedido. La realidad era que, si no cantaba, no había espectáculo, y sin show no había dinero”.
“La muerte era mi única salida”
La vida con Ike empeoró cuando él se aficionó a la cocaína. Una ocasión le arrojó café caliente en la cara, otra le rompió la mandíbula, con frecuencia le ponía los ojos morados. “Usó mi nariz como saco de boxeo tantas veces que podía saborear la sangre corriendo por mi garganta mientras cantaba”, recuerda Tina. Todos a su alrededor se daban cuenta de la situación, él estaba fuera de control, pero era el jefe.
Tina se sentía atrapada, sin poder escapar de ese mundo de horror. “Me convencí de que la muerte era mi única salida. Y no me asustaba porque no veía el sentido de vivir así por más tiempo”, escribe con pasmosa honestidad.
Una noche, antes de una actuación, ingirió 50 pastillas para dormir; se desvaneció cuando intentó subir al escenario. Ike y una de sus amantes, de quien Tina se había hecho amiga, la llevaron al hospital. Al día siguiente, cuando despertó, él estaba parado frente a ella, la miraba con odio. Le dijo: “Deberías morir, hija de puta”.
En cuanto salió del hospital, la obligó a trabajar. Ella estaba débil y dolorida, con calambres en el estómago, “pero tenía que subir al escenario, cantar y bailar, tenía que hacer toda la función con energía y una sonrisa en el rostro”.
Cuando terminaron, Ike, furioso, le repitió: “Deberías morir, hija de puta”. Luego agregó: “Pero si mueres, ya sabes lo que me pasaría”. Tina era la estrella, Ike estaba consciente de ello, eso aumentaba su rabia.
Tina aprendió a callar y ocultar sus pensamientos, a aceptar su situación: “Era principios de la década de 1970, cuando el abuso doméstico no se cuestionaba socialmente como en la actualidad”, recuerda en su libro.
Una mujer rota
En 1976, durante una gira, Ike comenzó a insultarla sin ninguna razón. Ella, de manera inesperada, respondió a los insultos. Desconcertado, dirigió la mirada a uno de sus músicos y le dijo: “Hombre, esta mujer nunca me había hablado así”.
Frenético, comenzó a lanzarle golpes; ella se los devolvió uno por uno. “Me sentía realmente bien de poder pelearme contra esa persona que había sido tan burda, vulgar y abusiva conmigo durante tanto tiempo”, rememora. Cuando llegaron al hotel, ella tenía la cara hinchada y su ropa salpicada de sangre. Era, admite, la imagen de una mujer rota.
Esa noche, cuando Ike se durmió, Tina huyó. No llevaba dinero, estaba sola, sin saber a dónde ir, “tenía la cara morada y la ropa sucia y manchada de sangre, además era negra y estaba en Dallas”. Llegó a un hotel, le explicó al gerente lo sucedido y este, comprensivo, la llevó a un cuarto y prometió enviarle “sopa caliente y galletas”.
Su huida provocó la cancelación de los conciertos de la banda. Ike la culpó y echó sobre ella las demandas de los empresarios. No obstante, la buscó, prometió cambiar, deseaba volver con ella, aunque sólo fuera profesionalmente. Cuando Tina se negó, comenzó a acosarla, a enviarle matones para intimidarla.
En el juicio de divorcio, en 1978, Tina le cedió todo, no quería alargar el juicio por cosas materiales, sólo pidió seguir usando su nombre artístico, y el juez se lo concedió. Tenía 39 años, cuatro hijos y numerosas deudas.
En 1983 cambió su suerte. Estaba presentándose en el club Ritz de Nueva York cuando David Bowie llegó a la ciudad y expresó su deseo de verla. La noticia corrió por todas partes y muchos otros famosos y ejecutivos de disqueras quisieron estar ahí. Con su talento y el apoyo de Bowie, Tina remontó el vuelo.
En su libro escribe: “Viví un matrimonio infernal que casi me destruye, pero seguí adelante. Enfrenté la decepción y el fracaso debido al género, la edad, el color y todos los demás obstáculos que el destino puso en mi camino, pero seguí adelante”.
* Texto tomado del libro 'Herejías. Lecturas para tiempos difíciles' (Madre Editorial, 2022).
PCL