Música al desnudo. Dos voces solistas —la de la mezzosoprano Alexis Davis y la de su marido, el bajo Earl Hazell—, el Coro Ars Antiqua y el piano de Héctor Acosta, convocaron la noche del jueves en el Palacio Municipal la belleza agridulce de las canciones espirituales afroamericanas.
Una noche plena de melodías que hablan del sufrimiento terrenal, pero también de la esperanza. “Mantengan sus lámparas dispuestas y encendidas,/ porque este viejo mundo casi se ha acabado./ Hermanos, no dejen de rezar:/ este viejo mundo casi se ha acabado”, cantó el coro en una fiesta dedicada a esta cultura musical nacida al fragor de la esclavitud.
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En voz de Earl Hazell, el concierto inició con “The Poet and His Song”, de Paul Laurence Dunbar, uno de los primeros autores afroamericanos que logró el reconocimiento en tiempos plagados de racismo. “Algunas veces el sol, desagradablemente caliente/ convierte a mi jardín en un lugar desértico;/ Algunas veces una plaga en lo alto del árbol/ me quita toda los frutos; / Y luego con agonía de dolor amargo/ se elevan y se hinchan las pasiones rebeldes. / Pero la vida es más que frutas o granos,/ Así que canto y todo está bien”.
Con voz cimbrante, Alexis Davis lanzó el tono reflexivo de “En el pulso de la mañana”, poema de la escritora y activista Maya Angelou que también habla de nuestros tiempos: “¿Por qué seguir siempre encadenados al temor, eternamente atados a la brutalidad? El horizonte se inclina hacia adelante y os brinda espacio para que sembréis los retoños del cambio”.
El anhelo por el cambio, por una vida mejor, por una existencia plena de luz, contrastaba en las canciones con los pasajes sombríos, los momentos de duda y de ira. Canto pasional en dos voces complementarias y equilibradas, comprometidas en la defensa de sus raíces y el poder de la música para generar cambios o, al menos para mover a la reflexión.
Gran trabajo el de Héctor Acosta para preparar a distancia este espléndido programa con los cantantes estadunidenses y alcanzar tan fino resultado. Su trabajo como director fue compensado por un coro que entendió los matices de esta música que hizo suya, más un piano que condujo con seguridad a dos cantantes tan expresivos como histriónicos.
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