La mentira masculina

Emiliano Monge encuentra la posibilidad de construirse mundos menos inhóspitos.
Editorial Milenio
México /

¿De qué tratan las narraciones de Kafka?”, se pregunta Roberto Calasso en el libro que le dedicó a intentar resolver esa enigmática pregunta. Y es que a menudo sucede que la historia o la trama son simples vehículos para poner en juego ese fondo inasible que expresa la mejor literatura, y como lectores podemos derivar capas y capas de significados, que incluso parecerían llegar a perder el vínculo directo con la historia que los enmarca. Me parece que es el caso de No contar todo, cuarta novela de Emiliano Monge, que si bien trata de una historia intergeneracional alrededor de la vida de su abuelo, su padre y él mismo, puede leerse como un minucioso mapa de la psique masculina mexicana, esa que, como bien sabemos, nos convierte en una de las sociedades más machistas del mundo.

Si lo pensáramos en términos de la estructura clásica de inconsciente, súper yo, y yo, el abuelo, Carlos Monge McKey, podría representar el deseo irrestricto que simplemente da cauce a los impulsos, sin pensar en las consecuencias devastadoras que tienen para los demás, como sucede cuando decide comprar un cadáver, despeñarlo por una cantera y hacerlo estallar para fingir su muerte. Cuando años después vuelve a casa, lo hace con un enorme desparpajo, como si no hubiera sucedido nada. No es casualidad que uno de sus hijos, Carlos Monge Sánchez, padre de Emiliano, se convierta en una voz tajante, que se expresa en sentencias y máximas, que lo mismo pendejea a su hijo que a los médicos que lo atienden, pero que al mismo tiempo ha sido un hombre dispuesto a luchar en la guerrilla de Genaro Vázquez, apresado y torturado en Lecumberri. En términos simbólicos, es como un súper yo sumamente severo, que crea su propio universo moral y exige que tanto él como los suyos se adhieran a él ferozmente, al grado de que en algún momento de la conversación con Emiliano (en donde solo conocemos las respuestas del padre) casi se ufane de que le podrán decir que su padre ha matado gente, pero que jamás ha dicho una mentira.

Y la mentira como sistema es lo que el niño y joven Emiliano, siempre enfermo y en hospitales, tiene como alternativa para evitar psicotizarse ante la demencial realidad familiar bajo la que vive. Así, este yo atrapado entre el fuego cruzado de un abuelo que es impulso puro y un padre que pareciera prohibir toda posibilidad de goce encontrará en las mentiras, en las historias y, muchos años después, en la literatura, una posibilidad de construirse mundos, y a sí mismo, menos inhóspitos que aquel que por destino debiera habitar. En un conmovedor pasaje, se cuenta cómo Emiliano debe recurrir a masturbarse horas antes de sostener una relación sexual, a causa de la ansiedad inmanejable que le produce la idea de no cumplir con su fantasía de la expectativa femenina, o más bien de la expectativa de convertirse él también en un macho alfa omnipotente, como aquellos que históricamente ha producido por millones la sociedad mexicana, con las funestas consecuencias que ello tiene, principalmente para las mujeres, pero en realidad también para todos los demás.

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