Jazz Batá 2 (Mack Avenue Records, 2018), el título del disco más reciente de Chucho Valdés, tiene su génesis en una idea que inició hace ya muchos años, incluso antes de que formara parte del grupo Irakere en los años 60, con el que el pianista, compositor y director de orquesta empezó a darse a conocer en el mundo, para luego convertirse en estrella del jazz latino.
En entrevista, Valdés refiere que el año pasado retomó el proyecto de Jazz Batá para cuarteto de jazz para hacer un segundo disco (el primero fue en 1973). “Se trata de la fusión pura entre el jazz y la música afrocubana, pero también con elementos africanos: los cantos yorubas de la santería, con sus ritmos muy fuertes. Es muy diferente al resto de las cosas que había hecho antes”.
Esta cultura, agrega, “proviene de la herencia de nuestras raíces africanas que llegaron a Cuba y que nosotros hemos respetado y conservado. En mi trabajo siempre he tomado esa identidad, que es muy rica y muy rítmica, para hacer nueva música, para hacer cosas nuevas. Son muchísimos ritmos diferentes que se tocan con una serie de tambores que funcionan muy bien y tienen cada uno su campo de acción”.
Al frente de su cuarteto, que incluye a Dreiser Durruthy en tambor batá, Yaroldy Abreú en las percusiones y Yelsi Heredia en el contrabajo, Valdés presentará Jazz Batá 2 hoy a las siete de la noche en el Palacio de Bellas Artes.
El formato de cuarteto de jazz le ha funcionado muy bien al pianista que formó parte de la revolucionaria Orquesta Cubana de Música Moderna en 1967 y luego fue uno de los fundadores de Irakere, banda que revolucionó el concepto de jazz afrocubano.
“Cuando hay cuatro músicos nada más, todos tienen que estar muy bien —advierte el pianista—. Es como tener una mesa, la cual, para que esté firme, no puede tener una pata coja, pues si la tiene se cae la comida. Tiene que ser un grupo sólido que trabaje para el colectivo, pero que sus integrantes también tengan sus momentos de individualidad espectaculares. Es una alineación colectiva, pero tiene que tener sus individualidades”.
BEBO: MAESTRO, INSPIRACIÓN
Una de las piezas de Jazz Batá 2 es “100 años de Bebo”, una sabrosa pieza dedicada a su padre, el pianista, compositor y director de orquesta Bebo Valdés (1918-2013), quien prácticamente tocó hasta el último de sus días. “Yo no sé si hay algo más allá de la relación entre papá e hijo —indica su descendiente—. Imagínate, mi papá me enseñó a tocar el piano; fue mi maestro de música, mi maestro en la vida, mi amigo y yo fui el pianista de su orquesta, así que yo tengo a papá por los cuatro costados. Le agradezco todo en la vida a Bebo, toda mi inspiración”.
Si el hijo siguió otro camino musical se debe a una cuestión lógica, asegura Chucho. “Papá me dijo: ‘Muy bueno que tengas mi influencia, Chucho, pero búscate a ti mismo, busca a Chucho’. Y esa fue una de las cosas que hice: buscarme a mí mismo y encontré mi camino. Con toda la influencia de mi papá, yo soy Chucho”.
Si dirigió diversas versiones de Irakere hasta 2005, agrupación que inició en 1967 con la colaboración de grandes músicos como Paquito D’Rivera, Arturo Sandoval y Carlos del Puerto, desde fines de los 90 Valdés ha seguido una exitosa carrera solista, al tiempo que participó en el documental Calle 54, que incluye un conmovedor dueto con su padre.
ORGULLOSO DE SU LEGADO
Cuatro premios Grammy, doctorados honoris causa y muchas giras por el mundo dan cuenta del estilo grandilocuente del pianista que afirma que su gran satisfacción es que lo que ha hecho “ha trascendido y ha dejado un legado, reconocido por los músicos de mi generación y de otras generaciones, tanto como pianista como compositor”.
Para Chucho Valdés el piano es el instrumento que le permite exponer todos sus sentimientos. “Me expreso a través de los sonidos. El piano es mi vida, es mi forma de expresar. La música educa, es la lengua universal por excelencia que todo mundo entiende. ¿Qué sería del mundo sin música, qué sería de la vida?”.
Y ADEMÁS
ANTES Y DESPUÉS DEL GRUPO IRAKERE
“Cuando hicimos Irakere —rememora V Valdés—, no pensábamos hacer algo diferente, pero resultó ser diferente: cambió el rumbo de la música afrocubana para siempre, y por eso hoy la gente dice: antes y después de Irakere. El logro más grande fue crear nuevas cosas, crear un estilo, abrir nuevos caminos”.
ESTRELLAS DE UN TRABAJO COLECTIVO
El pianista refiere: “En Irakere teníamos a los mejores músicos de esos tiempos, que todavía son los mejores, como Paquito D’Rivera, Arturo Sandoval y Carlos del Puerto, un grupo, muy disciplinado. Todos trabajábamos en colectivo, no era cosa que cada uno quisiera sobresalir”.