Nunca antes de septiembre,
de mil novecientos ochenta y cinco,
había soñado que yo temblaba
de miedo, al escuchar el movimiento
de la tierra; pero germina el ruido
y angustia causa en el profundo sueño.
Surge así el escándalo de puertas,
ventanas y paredes,
las plegarias a gritos de mi madre,
el ruido del pavor
en los ojos de infancia de mi hermana.
Sí, el ruido gris de la casa entera.
Un ruido grave, de impudicia sorda.
Mientras tiembla, en el sueño,
el pánico renace al revivir
un movimiento que partió en dos
a miles de personas.
Es, en la memoria, un reloj perdido,
cuya única alarma es el misterio
del tiempo, al no saber
cuánto podría durarle a la tierra
la voluptuosidad de su capricho
el acomodo intenso de sus capas.
Quizá por eso, algunas veces sueño
que la tierra no es firme.
Despierto con el miedo en taquicardia.
Tardo en comprender que la realidad,
de pronto es sueño y aunque sea en sueños,
desde mil novecientos
ochenta y cinco, sé
que la tierra, de vez en cuando, aterra.
La tierra
Poesía
Este poema, que evoca el sismo del 19 de septiembre de 1985, forma parte de un libro en preparación
Ciudad de México /
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