Cuando Wong Kar-wai inició su carrera en el cine de arte, pensó que haría obras de arte marcial. Eso sí, con pequeñas dosis de amor. Sus primeras películas estaban influenciadas por un espíritu similar al de Pedro Almodóvar tanto en lo estético como en el distanciamiento dramático: llegado el momento, el protagonista decide no tomarse muy en serio el mal de amor y el director y guionista introduce un momento cómico. Hoy que las carreras de Wong Kar-Wai y Almodóvar se han distanciado tanto, aún hay dos hechos que los unen: cierta necesidad por ser tomados realmente en serio y porque, llegado el momento más desgarrador, introducen en la trama una canción latinoamericana. “Siboney”, “Cucurrucucú, paloma” y “Perfidia” son las preferidas del hongkonés.
- Te recomendamos Patricio Pron: “Los países también se suicidan” Laberinto
Días salvajes fue el segundo largometraje de Wong. Desde aquellos días los investigadores del cine dijeron que habría una secuela que, aparentemente, nunca llegó. Recientemente se estrenó en streaming 2046 (disponible en MUBI). Y dicen los curadores que con ella culmina una trilogía que inició con Días salvajes y siguió en Deseando amar. Pero, si uno conoce la obra de Wong, concederá que todas sus obras giran en torno al amor erótico, así que no puede ser esto lo que une a 2046 con las otras dos. Debe ser algo aún más sutil, algo que trasciende a los personajes y a la historia.
2046 no es ni una secuela ni una precuela en los sentidos tradicionales. Días salvajes, Deseando amar y 2046 están hiladas en torno a una reflexión poética: el modo en que el tiempo se derrite cuando aparece un amor. 2046 se plantea como ciencia ficción: un hombre vuelve del 2046 en un tren que simboliza la memoria. Este hombre, sin embargo, se sigue hasta los años de 1960 porque desea encontrar a una mujer que lo amó. Aparecen personajes que remiten a Días salvajes y Deseando amar. Aparecen, también, vínculos con todas sus otras películas. 2046 deja de ser una fecha y se transforma en un cuarto de hotel en el que tuvo lugar un crimen pasional. En la habitación 2047 un periodista escribe historias como las que deseaba producir Wong cuando comenzó a dirigir cine. Sin embargo, como una maldición, se aparecen los temas que en verdad lo han obsesionado: la mujer fatal, el playboy, una jugadora de cartas, un hombre sin escrúpulos, la bailarina de chachachá. La belleza del cuadro y las actuaciones dan más vida a la trama que la edición.
Y sí, 2046 forma un tríptico con Días salvajes y Deseando amar, pero por la introversión que el artista nos está invitando a hacer. En la primera película de este tríptico, Días salvajes, un hombre se aparece sin porqué a una chica. Le coquetea un poco y luego le dice: Mira mi reloj. ¿Qué necesidad hay de que vea tu reloj?, pregunta ella. Quiero que sepas la hora en que te enamoraste de mí, sentencia él. Y ella, efectivamente, termina perdidamente enamorada de este niñato que además resulta incapaz de corresponderle.
¿Está sugiriendo 2046 que este hombre ha vuelto del futuro para alertar a la mujer a la que no amó? En todo caso, se sugiere que la memoria obliga a reconsiderar el pasado. Los relojes de Días salvajes, la lentitud insoportable con la que se suceden los encuentros en Deseando amar y el tren que vaga entre 1966 y 2046 sugieren que en el amor erótico el tiempo se derrite como en aquel cuadro de Dalí, La persistencia de la memoria.
La belleza de 2046 es el anzuelo para meternos en un tiempo sin tiempo. El del erotismo que puede ser insufriblemente largo o tan corto como el instante climático del amor.
2046
Won Kar-wai | China | 2004