Murales borrados, libros ardiendo en un momento en que las ediciones y el nivel de lectura alcanzaron un auge que nunca se volvería a repetir, un cantautor salvajemente asesinado cuando la música estaba en un momento cúspide y los artistas tomaban partido por el gobierno popular, son algunas de las imágenes desde la cultura ligadas a La Moneda en llamas ese martes 11 de septiembre de 1973. El “metal tranquilo” de la voz del presidente Allende despidiéndose en un último y memorable discurso transmitido por una de las pocas emisoras que no había sido intervenida sigue retumbando. “Esta será seguramente la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron”.
El poeta Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura en 1971, fue una figura clave en el gobierno de Salvador Allende. Su muerte repentina pocos días después del golpe de Estado pudo deberse a una inyección de la misma bacteria que mató al expresidente Eduardo Frei. Había llegado a ser precandidato a la presidencia del país por el Partido Comunista, pero finalmente sería Allende el candidato único por los partidos que integraban la Unidad Popular. El funeral del poeta es considerado la primera manifestación contra la dictadura. A pesar del toque de queda, de las amenazas, los muertos, la censura y la represión, la gente se presentó y salió a la calle en una larga romería.
—¡Compañero Pablo Neruda!
—¡Presente!
—¡Compañero Víctor Jara!
—¡Presente!
—¡Compañero Salvador Allende!
—¡Presente!
Así corearon los asistentes, y ese grito se repitió en los diecisiete años que siguieron en cada marcha y protesta, y hasta el presente.
El derecho de vivir en paz
Mientras escribo se suceden obras de teatro, exhibiciones, programas en la televisión abierta, libros y charlas dedicadas a reflexionar tras medio siglo de los sucesos que pusieron fin a la Unidad Popular. Pese a la campaña negacionista impulsada por la derecha y a las encuestas según las cuales la mayoría cree que las conmemoraciones por los 50 años del golpe dividen al país, y un 36% considera que los militares “tenían razón”, las actividades logran gran afluencia de público.
En los últimos meses al menos dos libros sobre el cantante Víctor Jara se han publicado; el último de ellos, a fines de agosto, coincidió con el fallo que condena a 25 años de cárcel a los autores materiales de su homicidio, siete exmilitares. Uno se quitó la vida al momento de ser apresado en su hogar. Es el mismo que disparó sobre el cuerpo del cantautor cuyas canciones coreamos y que hoy son un emblema del respeto a los derechos humanos. Durante el estallido social, Víctor Jara estuvo ahí, con todos, en las calles, su tema “El derecho de vivir en paz” acompañó a los manifestantes que se levantaron contra el sistema neoliberal implantado durante la dictadura.
Es una época convulsa y a la vez emotiva. La voz de Allende se oye a la entrada del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, lugar emblemático que enlaza el pasado con el presente y aun con el futuro. Una voz nunca tan tranquila si se considera que pocas horas después que se dirigiera al país sería bombardeado en el palacio de gobierno y minutos más tarde no le quedaría más opción que quitarse la vida. La música, el cine, la literatura, el periodismo, el teatro, las brigadas de muralistas, todo estaba en ebullición en los mil días de su gobierno. Las ediciones de la editorial estatal Quimantú salían en versiones económicas y en tirajes de 20 a 50 mil ejemplares, los obreros las iban leyendo en la locomoción colectiva. Posteriormente, intelectuales y artistas serían perseguidos, tomados presos o partirían al exilio. En el extranjero, seguirían impulsando ese auge en la música, la pintura, la literatura, una huella que quedaría desperdigada en varios países.
El rol de la fotografía
“No podemos cambiar nuestro pasado. Solo nos queda aprender de lo vivido”. Las palabras de la primera mujer presidenta de Chile, Michele Bachelet, dan la bienvenida al Museo de la Memoria, en el histórico barrio Yungay del centro de Santiago (a pocas cuadras de la residencia del presidente Gabriel Boric, a quien algunos han calificado como continuador del legado de Allende, pero eso sería materia de otro artículo). En el tercer piso se exhibe la muestra del fotógrafo de guerra y fotoperiodista neerlandés Chas Gerretsen, quien estuvo viviendo en Chile en forma intermitente durante el gobierno de la Unidad Popular y se encontraba aquí en septiembre de 1973. Sacó fotos de La Moneda ardiendo el mismo 11, de los militares en las calles y de la detención de colaboradores de Allende. Una semana después retrató al dictador Augusto Pinochet. La imagen del comandante en jefe vestido de militar y con gafas oscuras dio la vuelta al mundo y fue apropiada por grupos de oposición que la utilizaron para sus actos y protestas.
Ese 11 fue un día intenso para Chas, no paró de trabajar y a través de su lente vio caer al primer socialista que llegó al poder por las urnas. Hace unas semanas volvió a Chile para inaugurar la exhibición. Cincuenta años después el presidente Boric lo recibió en La Moneda y pudo recorrerla. “¿Quién iba a pensar que 50 años después de fotografiar al presidente Allende en la ventana de La Moneda (la última vez que el público lo vio), yo estaría en el mismo lugar?”, publicó el hombre de 80 años en su cuenta de Twitter. Junto con la exhibición presentó el libro Chile: El archivo fotográfico 1973/1974. En la portada se ve a un perro que parece observar cómo La Moneda arde. “Sentí que mis fotografías habían servido para algo. Este libro ha sido una obra de amor para el pueblo de Chile, ellos me han dado la sensación de que hice algo que vale la pena”, escribió Gerretsen en el texto de la campaña de Kickstarter para financiar la publicación.
La solidaridad de los artistas
Películas perdidas y encontradas, artistas asesinados y otros tantos que debieron salir al exilio, libros quemados. Es difícil cuantificar el daño en la cultura, lo perdido. Pero el rol de los artistas ha revertido esa tendencia, prosiguiendo en distintos ámbitos el legado cultural de aquel tiempo.
Dos años antes de la caída de Allende y ante el boicot impulsado por Estados Unidos y los grandes grupos económicos, los artistas comenzaron a organizarse y decidieron crear un museo con obras de los principales artistas del mundo para apoyar el proyecto social y político de la Unidad Popular: el Museo de la Solidaridad Salvador Allende.
Personalidades de la política y la cultura visitaron el país para sumergirse en Chile y comprender los cambios revolucionarios del gobierno de Allende. Entre estos visitantes se encontraba el crítico de arte español José María Moreno Galván. Fue él quien propuso aprovechar su estrecha relación con pintores españoles y críticos europeos para coleccionar obras de arte en apoyo a Allende y su gobierno. En año y medio lograron acumular 500 obras de arte que fueron exhibidas con gran éxito en dos muestras inauguradas por el expresidente.
Posteriormente, algunas piezas fueron guardadas en malas condiciones y debieron ser rescatadas y restauradas muchos años después. En el exilio los fundadores del museo siguieron recibiendo donaciones, y debieron ingeniárselas para guardar las obras en sus propios hogares. El pintor José Balmes, catalán refugiado en Chile por la Guerra Civil española, fue uno de ellos. Tras su exilio en Francia, fue el primer director del museo una vez que este tuvo sede definitiva y fue posible comenzar a exhibir las piezas, que hoy suman más de 2700, representando una de las principales colecciones de América Latina. Con obras de Miró, Frank Stell, Tapies, Vasarely y Roberto Matta, entre otros, el museo se inauguró en 2005.
Víctor Jara revisitado
A La vida es eterna, biografía de Víctor Jara escrita por el periodista e historiador español Mario Amorós, se acaba de sumar 5 minutos, La vida eterna de Víctor Jara del periodista Freddy Stock. Curiosamente, ambos hacen referencia en sus títulos al mismo tema, “Te recuerdo Amanda”, del compositor y director teatral asesinado a los 40 años por 44 tiros, cuando su carrera estaba en su momento más alto. A partir del golpe de Estado del 11 de septiembre tanto él como Salvador Allende pasaron “a representar universalmente el sufrimiento y la tragedia de su pueblo”, escribe Amorós. Y respecto a sus canciones, dice: “Hoy perduran, las escuchamos, las cantamos, por su ternura, sensibilidad, autenticidad, por su vitalidad, su compromiso con la transformación de la sociedad, su canto al amor, la igualdad y la fraternidad. Por su belleza. Las compuso instintivamente, sin haber estudiado música, sin saber escribir las partituras”.
En su libro 5 minutos, Freddy Stock quiso homenajear a Héctor Herrera, un funcionario que identificó el cuerpo de Víctor Jara en la morgue del Servicio Médico Legal el 16 de septiembre de 1973, gracias a lo cual el músico pudo ser enterrado en el Cementerio General de Santiago. “Este joven de 23 años permitió que Víctor no fuera un detenido desaparecido porque descubrió su cuerpo en el Servicio Médico Legal, y se arriesgó cruzando todo Santiago no solo para avisarle a Joan, su viuda, sino también para ayudarle luego como funcionario del Registro Civil, a retirar el cuerpo”, dice Stock. En el libro entrevista a más de 30 personas que conocieron de cerca la vida y obra de este gran creador, permitiendo dimensionar su sitial en la cultura chilena. “Víctor sigue presente, porque los grandes artistas son como la cordillera de Los Andes, son paisajes de nuestra identidad que no se van a borrar nunca. Víctor representa una época potente que aún no hemos cerrado. Hay muchos procesos sin justicia. Además de su canto y su obra en la música y en el teatro, también está su compromiso y su lucha cuyos postulados siguen intactos”, concluye el autor.
Durante el estallido social chileno, las paredes se llenaron de arte callejero y las figuras de Víctor Jara y Salvador Allende estuvieron ahí, revisitadas por el ilustrador y pintor autodidacta Fab Ciraolo con la técnica del paste up. A Salvador Allende lo hizo con camiseta mapuche, chaqueta floreada y las manos formando un corazón. La historia es nuestra y la hacen los pueblos, bautizó a la pieza. La imagen se convirtió pronto en sticker de WhatsApp. “Quería lograr esa reversión de Allende 2020”, me señaló hace unos años en entrevista. Sus trabajos en los muros del estallido iban por el lado del humor y la paz, pues sintió que era lo que se necesitaba en ese momento, un mensaje de apoyo y energía. A Víctor Jara lo hizo con camiseta de The Clash. A propósito de esa obra, adquirida en su taller por uno de los músicos de Los Bunkers, el artista comenzó a diseñar las nuevas gráficas de la banda en su retorno. También ha hecho gráficas para Mon Laferte.
La cantante chilena radicada en México tampoco ha estado ajena a las conmemoraciones. En enero pasado inauguró un mural junto a Mono González, uno de los artistas más reconocidos y de mayor trayectoria en el arte mural chileno, quien justamente comenzó su carrera en las calles junto a la Brigada Ramona Parra, grupo que tuvo un intenso rol defendiendo al gobierno de Allende a través del arte callejero. El mural de Mono y Mon se ubica en el Estadio Nacional, el principal centro deportivo de Chile que en los primeros meses de dictadura se convirtió en lugar de detención y tortura, llegando a recibir a más de 20 mil detenidos. La obra es un homenaje a las mujeres prisioneras y a quienes ahí estuvieron presos.
El Estadio Nacional es uno de los sitios de memoria donde cada 11 de septiembre la gente se reúne, lleva velas, y conmemora lo ocurrido con actos musicales y artísticos. Cantamos las canciones de Illapu, Inti-Illimani, Quilapayún, Víctor Jara y Violeta Parra. En tiempos de la asolada negacionista, podrán no querer saber lo que ocurrió o no querer reconocerlo, pero todos han oído alguna vez a Víctor Jara.
¿Qué de nuevo se podría decir desde la fotografía?
En otro punto de Santiago, no muy lejos de la muestra de Gerretsen, el Museo de Arte Contemporáneo exhibe la serie Golpes del chileno Alexis Díaz. Al fotografiar los muros agujereados por huellas de bala en el centro de Santiago, muestra cómo quedaron las paredes, puertas, esculturas y ventanas. No son simples testigos, sino víctimas de la violencia. Sobrevivieron al bombardeo, al terrorismo de Estado, y también en años posteriores, parchados y remendados, o todavía agujereados, han sobrevivido a la depredación patrimonial y la especulación inmobiliaria. La memoria agujerada del fotógrafo es la de la segunda generación, quienes no estuvieron ahí, no habían nacido o eran niños, pero tienen un rol activo en conectar el pasado con el presente, y aun con el futuro.
“La fotografía actúa como un activador de la memoria, es un vector del pasado, una huella. En ese sentido, hay imágenes que no se agotan, sino que retumban en la mente. Pienso en los aviones Hawker Hunter, las grabaciones de Pedro Chaskel, pienso también en las grabaciones del palacio de La Moneda siendo bombardeado, las mismas fotografías de Chas Gerretsen, o las fotografías de Luis Poirot y de Marcelo Montecino los días posteriores al bombardeo”, dice Alexis Díaz, curador y editor de libros de fotografía.
Una y otra vez surge la misma e imperiosa pregunta: ¿dónde están? En estas fotos, en estas canciones, en las obras de teatro no encontraremos respuestas, pero tienen un rol imprescindible en el intento de búsqueda, de relectura y de construcción de una memoria compartida desde la cual reconstruirnos. Por otro lado, queda como gran desafío retomar el legado de un Estado cultural, en el cual se potencie el arte, la lectura, el teatro con recursos públicos. Tema en el cual Chile aún está al debe.
Seguramente Radio Magallanes será callada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos, mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores.
AQ